martes, 16 de junio de 2020

PRODUCTO 3

Hay en las sociedades adictas a las prácticas del  amontonamiento social y cultural una idolatría, mas o menos explícita, hacia la falta de formación y la barbarie. Pudiera parecer extraño que esta reflexión se le pasara por la cabeza a Telmo no en un estadio de futbol, ni en una plaza de toros, ni en un concierto de música rock, ni tampoco en la cola de un museo de arte contemporáneo, etc., sino en la cafetería-librería (así por este orden), en la que continuaba sentado después de que los dos escritores en ciernes se levantaran y continuaran su discusión sobre el futuro de la novela y de la lectura en la calle. Y es que se dio cuenta que en las palabras de aquellos antes que amor por la literatura había un deseo ferviente de reconocimiento. Lo cual les llevaba a poner delante, así le pareció atisbar en lo que se decían, su voluntad inquebrantable de querer escribir, antes de sacar de la cartera que los acompañaba algún papel donde apareciera lo último que habían escrito, fuera eso un hecho aislado o perteneciente a un proyecto narrativo en marcha, y se lo entregase generosamente al otro a ver que pasaba. Al cabo de un rato tuvo la sensación que las carteras de ambos, que estaban colocadas en el suelo apoyándose en una de las patas de la mesa, formaban también parte de la ceremonia de la impostura. No era algo descabellado, pensó Telmo, ya que tenia una experiencia  propia sobre el asunto. En efecto, conocía a un tipo donde vivía que siempre se lo encontraba por la calle paseando pegado a un cartera. Nunca se ha atrevido a preguntarle que es lo que llevaba dentro, pero le daba la impresión que, como la reina de Inglaterra en su bolso, su vecino no llevaba nada en su cartera. Sabia que era escritor, al menos en la forma periodística de la escritura, pues había leído sus artículos en el periódico local.
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Telmo está convencido que las imposturas se pagan, más a nivel social que en el ámbito íntimo de lo individual, pues ahí es difícil saber la dimensión de la catásstrofe. El precio social no es otro que convertir a la sociedad en una masa de individuos indiferenciados, bien mediante la descarga del resentimiento acumulado de estos en el propio seno de aquella (así sucedió durante la primera mitad del siglo XX, como motor y sustancia de la experiencia de los totalitarismos), bien mediante el entretenimiento abotargador de los nuevos medios de comunicación (así ocurrió en la segunda mitad del siglo XX y continúa en las primeras décadas del siglo XXI).
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Lo que Telmo no tiene del todo claro es en que medida y hasta donde la impostura que ocultan estos ciudadanos tras el ropaje del amor por lo que escriben oculto en su cartera vacía, tiene algún punto de conexión con la disposición al griterío sin aspavientos, tanto de los líderes de los totalitarismos de antaño como de las estrellas mediáticas de ahora, delante de las grandes multitudes. Antaño en los grandes espacios al aire libre construidos para tal fin, hoy buscando con desasosiego la transformación viral de sus palabras o imágenes en las redes sociales, donde anida e incuba toda esa vulgaridad narcisista.