lunes, 29 de junio de 2020

EL COSISMO

Según parece el presidente del gobierno prefiere estar trabajando para lo suyo que ser el presidente de todos los contribuyentes. Esta actitud nepotista forma parte de nuestra vida política central, autonómica y municipal desde hace más de 40 años, la cual define también nuestro sistema político no como un estado moderno y democrático, sino como una amalgama de estructuras de poder y canonjías que evoca los reinos de taifas feudales, aunque haya elecciones de vez en cuando.  Como esta frase es muy larga, lo del “presidente de la cosa” me parece un epítome muy acertado de la actualidad imperante, tanto para los gobernantes de la cosa como para los gobernados, llamados todos, así, “los cosistas”. Lo cual forma una categoría del consumismo económico antes que de la acción política, acorde con el papel de figurante político que España tiene en la Unión Europea. Los cosistas son quienes no dejan de estar haciendo cosas y de estar hablando siempre sobre las cosas que hacen. De esa manera de estar nace el cosismo, la ideología que otorga el sentimiento de pertenencia a los gobernantes de la cosa y a sus gobernados. Uno de los efectos de esa pertenencia es que el porcentaje del voto cautivo (una servidumbre solo explicable dentro de aquellos reinos medievales) es de los más altos del continente europeo.
(...)
La grieta que hay entre estar haciendo cosas y no ser al mismo tiempo una cosa, que acompaña a la existencia de los humanos desde su nacimiento, se experimenta como una herida que no cicatriza nunca. Parafraseando a Karl Jaspers la existencia humana individual no consiste en estar meramente ahí en un lugar, con forma de busto o de poste o de saltimbanqui, dispuestos a producir y consumir cosas, dispuestos a producirnos y consumirnos entre nosotros mismos. Consiste, sobre todo, en saber por qué existimos ahí entre los otros que no son cosas, clarificando así el ser de nuestra existencia y su relación con el mundo como posibilidad. Es decir, por qué somos así y por qué debemos entendernos (eso es la trascendencia para Jaspers) como seres humanos, y no usarnos e intercambiarnos como cosas. Todo esto no es nuevo (con otras palabras es lo que dice Juvenal), ni tiene que ver con la nueva anormalidad que nos espera después del virus de marras. Ni es una nueva cosa sobre la que haya que presidir o que haya que hacer. Esta ahí desde siempre. De lo que se trata, por tanto, es de abrirle un espacio en nuestra imagen del mundo actual y en nuestra sentimentalidad.