Cuando se despertó, Telmo notó una molestia en la garganta, que se hacia mas ostensible al tragar la saliva. Como era el 6 de junio, el día D en que se produjo el desembarco de Normandía, pensó que tenía que ver con ello. Cada año, inexplicablemente, ese día amanecía con alguna dolencia física que no tiene relación aparente con la parte del cuerpo donde notaba los síntomas. La única explicación que se le ocurre tiene que ver con su particular relación con el episodio que ocurrió en las playas de Normandía, norte de Francia, hace mas de 70 años. Este año, reconoce, la efemérides está condicionada por el desembarco del virus de marras hace ya tres meses, que ha producido en la conciencia de Telmo una acercamiento inesperado de lo infinito. Lo cual le ha llevado a imaginar con mas claridad el sentimiento que acompañó a los soldados, horas antes de que se produjera el desembarco. La cercanía de la muerte aviva en el ser humano la conciencia del mas allá. También, supone Telmo, un sentimiento opuesto de miedo y felicidad. Lo que ocurre es que en la sociedad actual ese sentimiento es difícilmente exportable, una vez que desaparecen las condiciones que lo provocan, a la nueva normalidad recuperada de la vida cotidiana. Quedando así, en la memoria colectiva, como una mera estadística referida a los muertos que han caído en combate. Menos aun, dice Telmo, como ejercicio intelectual después, por ejemplo, de leer un libro o ver una película. El infinito desaparece como fecha del calendario (ese día que lo percibimos tan cerca de nuestras vidas) y como referencia de nuestro existente (ese horizonte de inteligibilidad que se ha quedado con nosotros como opción del alma). Sin embargo, no todo desaparece en el carril de la Historia con mayusculas que pretende colonizar todo lo que se mueve. Queda la huella del día D en la retina y de la visón furtiva del infinito en la conciencia de quien se ha levantado con la dolencia física inesperada, tal y como lo entiende y lo justifica Telmo al cabo de una horas de estar despierto y a punto de iniciar el trajín cotidiano de cada día. Es por lo que Telmo ve necesario salir de la ebriedad tecnológica presente, como nuestros antepasados medievales debieron de sentir el impulso de abandonar la ebriedad de Dios que los estaba consumiendo, paradojicamente, con los mimbres iniciales de la ciencia que nos ha llevado a sus descendientes a la borrachera tecnológica que padecemos. Una paradoja que nos debería hacer pensar en el día D, que para Telmo no hay día que no lo sea en alguna de sus horas, sobre los atajos de quienes mas se encuentras atrapados en ese, digámoslos así, coma tecnológico que, más pronto que tarde, acabaran cogiendo y arrastrando a sus clientes con ellos a cuenta de su irresistible imagen seductora (pulsión erotica) para llevarnos al abismo (pulsión de muerte). No es algo por venir, concluye Telmo, es algo que ya ha sucedido varias veces desde entonces. Después de beber el primer café, Telmo se dirigió a la farmacia para consultar su inesperada dolencia. Él farmacéutico le recetó un antiestaminico y le preguntó si padecía alergia estacional. Telmo respondió que no, aunque aclaró que si era propenso a la astenia primaveral. El farmacéutico insistió en su receta, y recomendó a Telmo que estuviera en observación unos días. Al día siguiente del día D, Telmo notó al levantarse que la dolencia inesperada de la noche anterior había desaparecido. Es asombroso, pensó mientras caminaba hacia la oficina, como unos sentimientos tan profundos como son los que se despiertan cuando estamos cerca de lo infinito, puedan estar acompañados, en la mayoría de las personas de hoy, de una absoluta falta de imaginación.