La autosatisfacción ilimitada que busca el individuo al transmutarse en masa, bien a la antigua por efecto de descarga de todo lo que le incomoda en las grandes aglomeraciones de la cultura de masas (fútbol, toros, conciertos, carreras populares, bares que lugares, etc.), bien a la moderna por efecto de pertenecer a una o a todas las redes sociales donde sin arriesgar la vida, y amparado en la más absoluta impunidad, esa autosatisfacción ilimitada, dice Telmo, no merece el calificativo de despreciable, pues lo despreciable, a su entender, es mas bien esa impúdica cortedad de miras demasiado complaciente con su autosatisfacción ilimitada danzando como un saltimbanqui, ahí dentro, de pantalla en pantalla. Despreciable es, a ojos de Telmo al que acompaña una buena lectura del Zaratustra, este individúo autosatisfecho antes de transmutar en masa, porque él ha pretendido detenerse, llamando ilimitado a ese proceder, ante los pequeños placeres profanos, finitos, reducidos a un plano horizontal y de fin de semana. Despreciable es este individuo porque es incapaz, en su ansia de disfrutar y pasárselo bien a todas horas, de abandonar la horizontalidad de la jaula que lo mantiene prisionero y abrirse a las alturas. Despreciable también porque en esa cerrazón se mofa de los afectos y los impulsos creativos, que llevan a allí arriba a aquellos que los ponen en práctica no utilitarista, por supuesto.
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La obtención del reconocimiento es el santo y seña de una modernidad, cuya negación es el foco y motivo del desprecio mas despreciable. Algo comparable, piensa Telmo, a la excomunión de la época teocrática. El camino hacia el reconocimiento, una vez que el individuo autosatisfecho se transmuta en masa, por los procedimientos antes descritos se bifurca, a su vez, en dos itinerarios posibles. El de los que defienden el esfuerzo como antesala inevitable e imprescindible de la obtención final, aunque no se garantía de nada, del reconocimiento anhelado. Y el itinerario de quienes simplemente muestras los fines de tales esfuerzo y a continuación se dedican a adular y pregonar el merecimiento de quienes así lo decidan. Donde mas se observa esta lucha feroz entre evolucionistas y seductores, al entender de Telmo, es en los diseños curriculares de la nueva pedagogía que han colonizado las escuelas e institutos y las mentes de los docentes y progenitores. De resultas de ese giro, digamos coperniquiano, hoy las aulas y las calles están ocupadas y dominadas por los alumnos y los hijos mas mimados y consentidos, y con más voluntad de desprecio hacia lo que nos son ellos, como nunca antes la historia de la humanidad había visto.
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Este fenómeno inaudito no por que no haya existido antes, sino por descargar, de manera original, una lucha grupal muy violenta por el reconocimiento en el seno de la sociedad de masas que, según Telmo que se lo ha leído a algún filosofo, tiene una explicación ontológica. No sería tanto, vendrían a decir estos filósofos, un abandono del ser en favor del ente, como un venta de las almas de esos profesores y progenitores al diablo a cambio de su insaciable bienestar material. Viendo así, en el mimo y consentimiento de sus alumnos y vástagos, una última y desesperada manera de redención por todos sus desatinos.