“La existencia, orientada hacia la razón y dependiente de ella, merced a cuya claridad experimenta la inquietud y pretensión de la trascendencia, no llega a tomar su propio movimiento sino acuciada por el aguijón de las preguntas que plantea la razón. Faltando la razón, la existencia es inactiva, letárgica, cual si no estuviera ahí.“ (Karl Jaspers)
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No se sabe por qué razón los intereses de quienes mandan en la industria editorial se empeñan, además de lo que reza en sus campañas publicitarias, en hacer de los lectores que acudan a su libros alguien interesante. Cuando suele ir a la ciudad, una de las visitas obligadas que hace Telmo es a dos o tres de las librerías que mejor acojen, a su entender, los productos que anuncian las editoriales. Cuando oyó por primera vez la palabra producto para nombrar a los libros, se sintió raro al principio, luego a medida que la conversación de donde surgió avanzaba no solo sin abandonar este campo semántico, sino ahondando mas en su significado, notó algo así como un resentimiento que le produjo un hondo malestar durante el resto de la tarde. Después de dar una primera vuelta por la primera planta de la librería, Telmo se había sentado en la cafetería aneja. Fue en la mesa contigüa a la suya donde se encontraban los dos clientes (si ellos hablaban de producto, él no iba a nombrarles como lectores) que protagonizaban la conversación, en la que por primera vez oyó que los libros fueran algo similar a una cebolla o a un coche o a un traje. Es decir, un producto destinado a ser vendido y, por supuesto, comprado. Telmo vio en sus rostros una tensión que no se olvidará. Tenia que ver, por un lado, con la satisfacción del éxito que les producía la compra de un producto que deseaban tenerlo en su biblioteca particular o donde fuera y, por otro, el fracaso que Telmo adivinaba les produciría su lectura, pues nunca alcanzaría las expectativas íntimas que la presión publicitaria de la editorial los habían llevado a efectuar semejante compra.