jueves, 7 de mayo de 2020

LA MONTAÑA MÁGICA 14

LOS MIMADOS
No tiene nada que ver formular una pregunta o hacer una descripción desde la precariedad asumida de la existencia particular, que hacerlo, no ya desde la antigua altivez nobiliaria de la absoluta seguridad del lugar que se ocupa en el mundo, lo cual obviamente es inverosímil a cualquier mirada no psicótica de hoy en día, sino desde el embeleso de creer que esa existencia particular es tal y como la cubrimos de falsedad con nuestras mascaras y disfraces. Telmo, al reflexionar así se está refiriendo, como no, a esa masa constituida como sujeto activo de todo lo que ocupa y estercola el momento presente, que también la llaman, supone Telmo, clase media occidental para tratar de darle una forma que no la haga sospechosa de ser la heredera directa del mundo de la tribu o la horda o el rebaño o, en fin, la turba. Con otras palabras, es lo que Telmo va escuchando al narrador sabelotodo según habla, sobre todo cuando pone esas palabras en boca del ingeniero Hans Castorp al referirse a la apariencia que ya protegía la vida de los de la llanura o los de allí abajo, cuando entonces. Es decir, en los albores del siglo XX, cuando la fe en progreso ilimitado de la humanidad era indiscutida e indiscutible, tal y como predica Settembrini con su largos y sustanciosos discursos para oponerse a la sanguínea y jerarquizada visión del jesuita Naphta. Discursos de ambos que, por cierto, no dejan de aumentar el amor por lo elevado, como le gusta decir a Telmo imitando a aquellos, que también se va abriendo paso en el alma de Hans Castorp, a medida que pasan los meses y su condición original de visitante se va transformando con todas las de ley, a que le obliga su enfermedad oficialmente diagnosticada por el gerente, en su visión, digamos oficial del mundo, es decir, su visión de su mundo. Ahora ya lo puede decir con plena conciencia, a diferencia de cuando vivía allí abajo en la llanura, donde confundía, al igual que sus conciudadanos de Hamburgo y alrededores, su visión del mundo con la visión del mundo que no dejaban de tratar de exportar e imponer a quienes estaban bajo su influencia familiar, laboral o social. Así hubiera sido la vida de Hans Castorp, reconoce Telmo, si la enfermedad no se hubiera cruzado en su camino allá arriba, cerca de las montañas y, por tanto, de la infinitud. En definitiva, lo que está experimentando Telmo con su lectura es que Hans Castorp ha salido de su jaula de niño mimado, como el propio Castorp repite una y otra vez cuando el humanista Settembrini lo ridiculiza sin llegar a humillarlo, por decirlo así, respecto a las cualidades del colchón de su cuna, le dice enfáticamente el italiano. Y le produce un gran placer, distinguiéndolo de gozo, que para Telmo es un sentimiento mas ponzoñoso próximo simbólicamente hablando a los estragos que el bacilo de marras causa en los pulmones de lo enfermos tuberculosos del sanatorio del Berghof. Sin embargo, al entender de Telmo, el placer es algo mas retardado e inconcluso e incompleto y tiene que ver, justamente, con lo que la vida con su impronta confusa y acelerada no te deja ver, a saber, como un ser humano se enfrenta y llega a convivir con lo mas precario que lo constituye, su finitud y su muerte, com un algo inherente a la vida, y no con un episodio aislado de la vida que sucede siempre a los otros. A esta conclusión llegó Telmo cuando asistió a la decisión de Joachim, el primísimo de Hans Castorp, de ir en contra de los diagnósticos médicos del sanatorio, y abandonando su tratamiento allá arriba incorporarse a las filas del ejército prusiano, jurar la honorable bandera y ponerse a servicio de su unidad para defender lo que fuera menester en favor de la patria, alemana por supuesto. Al contrario de Castorp, Joachim no hizo proyectos durante el tiempo que pasó en el Berghof, pues su único proyecto ya estaba funcionando mucho antes de que la enfermedad se apoderara de su organismo, quedando a la espera allí abajo cuando subió a curarse de aquella allá arriba. Por supuesto, durante todos los meses que estuvo en el Berghof, Joaquim mantuvo toda la importancia que se daba allí abajo a la subdivisión del tiempo; observaba con atención el calendario, el ciclo de las estaciones, el retorno de cosas externas; se tomaba la temperatura con el termómetro que le vendió al enfermera jefe, con el único interés de que algún día el mercurio marcara los 36,5 grados correspondientes a una salud de hierro, para poder decirle al gerente del sanatorio que su misión allí arriba había concluido, que ya no hacia falta que se preocupara mas de él haciéndole radiografías o poniéndole inyecciones periódicas o practicando reposos continuados o ingiriendo una alimentación perfectamente regulada a lo largo del día. Joaquim no dejó de soñar mientras estuvo allí arriba que el mercurio y el calendario coincidieran el mismo día a la misma hora, indicándole de esa manera, y al mismo tiempo, la flecha de su destino, allí abajo. Un destino militar, por supuesto, con los fuertes de salud y abnegados en su entrega a su labor patriótica, lejos ya de los enfermos sin ninguna acción determinada que no fueran los paseos estipulados por la dirección del sanatorio.