jueves, 14 de mayo de 2020

Ha DE UN MATRIMONIO 3

LEVANTAR EL VELO
Cuando hoy se ha tirado de la cama, Telmo, que ya llevaba un par de horas despierto casi al mismo tiempo que la luz del nuevo día empezó a clarear sobe el cielo nuboso, lo que le rondaba por la cabeza en forma de circulo, como el que describe el burro al dar vueltas alrededor de la noria, era la escena por la que Laura Dern ganó el Oscar 2020 a la mejor actriz de reparto. Esta escena no es otra que la que la abogada Nora, que Noelia Barber ha contratado para ganar la custodia de su hijo Henry en lucha feroz, a veces, y más calmada en otros momentos, contra su marido Charlie Barber, se dirige a su clienta, después de quitarse los tacones de Guerra de los tribunales y, sentándose en el sillón se acerca a ella, ya no como abogada sino como su hermana mayor o su amiga del alma o su psicóloga gratuita, en fin, va y le dice que cuenta con ella porque sabe todo lo que está pasando ya que ella ha pasado por lo mismo etc, etc. Si en lugar de oír lo previsible, aseverado con las lágrimas por supuesto, a Telmo le gustó imaginar que Nora y los espectadores escucharan salir de la boca de Noelia algo que había leído días antes de la tertulia cinéfila, y que más o menos decía que nuestra vida interior entera es algo así como una frase única empezando desde el primer despertar de la conciencia, frase sembrada de comas pero nunca cortada por puntos; todo nuestro pasado, por tanto, está presente en nosotros, de modo que nuestra conciencia, para obtener su revelación, no necesita salir de sí misma, ni de una influencia externa; todo lo que tiene para hacer es levantar el velo. Al mismo tiempo que imaginaba esta escena, digamos, alternativa a la que Baumbach había filmado para dar entrada a los tecno abogados y con ellos al aparato judicial del estado en el mundo huracanado, momentáneamente apagado a la espera de una nueva erupción como se verá minutos mas tarde en compañía de su marido Charlie Barber, de Noelia Barber, Telmo se preguntó que se le estaría pasando por la cabeza a los espectadores que estaban a su lado compartían la conversación sobre las cuitas de estos norteamericanos talentosos, por decirlo así, entre costa y costa de ese continente. Como todos eran mayores de cincuenta años, Telmo dedujo que los asuntos del matrimonio, o de la vida en común o durante muchos años, no le eran ajeno a ninguno. No hacia falta que hubieran vivido la experiencia biográfica del divorcio, ya que era bien seguro que todos sabían de que iba el asunto. Y también era mas que previsible que lo aullidos e insultos, que se intercambian Noelia y Charlie, eran los mismos aullidos e insultos que seguro se habían intercambiado cada uno de ellos con su respectivos maridos y mujeres. Pues, efectivamente, el pasado de cada uno esta en su presente como si nuestra vida fuera una frase continuada desde que emitimos el primer llanto o aullido al nacer y, poco después, nos contaron el primer cuento que, sintácticamente, no fue muy diferente a ese primer llanto. Y, sin embargo, Telmo no se atrevió a interpelar con estas grietas existenciales a sus colegas de conversación, porque los detectó demasiado aferrados a las barras de su jaula como para ser capaces de aceptar unas palabras con las que únicamente podían conversar soltando las manos de los barrotes y, abriendo la puerta de la jaula, salir a enfrentarse con lo que había afuera que no era otra cosa que, las carantoñas de Nora y los exabruptos monetarios de Jay Minotta, el abogado que se pegó al bolsillo de Charlie Barber, que como el pasado de los protagonistas se había despertado de forma violenta en su presente dentro de la jaula cortando en seco, como si fuera la sierra de un punto y aparte, lo que había sido hasta ese momento su habitual y plácida existencia. Esa herida, no solo sangraba en lo mas intimo de Charlie y Noelia, sino que despedía desde sus adentros envenenados pedruscos de oido y rencor nunca antes vistos que lanzaban contra el enemigo. Telmo solo se atrevió a preguntar a uno de los contertulios si detectaba en la película, tal y como la había visto, algún signo de universalidad, que justificara nuestra presencia como europeos ante la pantalla. El tal contertulio dijo, sin pestañear, ni despeinarse, ni soltar las manos de los barrotes de la jaula, que no, que no detectaba en sus dos visonados de la película ningún signo de universalidad que le hiciera empatizar o estar mas cerca de lo que estaban pacediendo Charlie y Noelia. Telmo pensó que, una vez mas, ante semejante pregunta el espectador mintió piadosamente, pues no se atrevió a decir lo obvio, a saber, que si no ha detectado universalidad en la película, no ha visto una película sino una noticia o un documental sobre lo que se cuece entre bambalinas del mundo del teatro neoyorquino, algo completamente ajeno a los intereses de cualquier de los que estábamos en la conversación, océano Atlantico por medio, que según contabilizó Telmo no pertenecíamos en ninguna caso al mencionado gremio profesional. Por lo que Telmo dedujo que el interpelado con lo de la universalidad, al igual que Noelia o Charlie en sus respectivos aullidos, se negó en redondo a levantar el velo de la falsedad con que cubría su vida, vete tu saber desde cuando, pensó Telmo, si tenia en cuanta la colosal indiferencia con que se quitó de encima la pregunta de marras.