viernes, 31 de mayo de 2019

PRE-SENTIMIENTOS

UNO. La inquietud de la existencia al preocupase por cuidar su propia existencia, desvinculada de cualquier causalidad histórica, es el motivo fundacional de la comprensión filosofía y literaria (Agustin de Hipona y Heidegger). Ese cuidado originario significa la conciencia del ser en la existencia, en el continuo tiempo-espacio. La mayor preocupación del ser es el estar ahí. La existencia se revela como cuidado del propio ser, a través de la procuración, de la cura, el ansiar la vida y la subsistencia en el presente y el futuro.
DOS. La vida se presenta al hombre como un enigma que pide ser comprendido en el hecho mismo de cuidarla. 
TRES. La vida se presenta al hombre como un reto para pasar ese rato que, al fin y al cabo, es lo que es la vida entre dos nadas impenetrables y, por tanto, incognoscibles.
CUATRO. En fin, ¿vale la pena vivir sin tener una relación con algo infinito, sin interesarse por una posibilidad eterna y divina? (Carl Jung creía honestamente que no)

Sea como fuere, el narrador de “La ciudad en invierno”, novela de Elvira Navarro, aspira a contar esa dimensión de exterioridad, a saber, cuidar el enigma de la existencia de Clara, que justamente comienza en el momento que el narrador decide ponerse a contar. Aspira a contar cuidando (no protegiendo, pre-sintiendo) esa primera vez fuera del tiempo del tic tac, o mejor dicho, antes de que la vida de Clara entre en el tiempo propio y apropiado de las historias, donde los cuidadores serán ya otros. Talmente, sus padres y profesores y, como no, nosotros como los lectores atentos de sus peripecias. A quienes, no hay que olvidar, nos resulta literalmente imposible no experimentar ese periplo inicial de Clara como un conjunto de historias en su trato inaugural con el mundo. Así nos han educado y así lo hemos interiorizado. Es decir, hemos aprendido a escuchar y contar historias, no ha cuidar de ellas. Correlato cabal de ese otro relato que impele a preocupados por aprender a hacer cosas y no tanto a expresar lo que sentimos con esas cosas que hacemos y con lo que las cosas hacen con nosotros. Dicho de otra manera, solo aprendemos la acepción transitiva del verbo procurar (intentar conseguir algo o alguna cosa para un fin), ni se nos pasa por la cabeza la acepción intransitiva mas radical (ocuparse del lado invisible e indeterminado de la vida del otro, que es, a la larga, la mejor forma de ocuparse de la vida de uno mismo). Pues una cosa es el cuidado de la vida de Clara, y otra el cuidado de los “primeros pasos” de esa vida, no en la sociedad donde nace, sino en el mundo que hereda.