lunes, 27 de mayo de 2019

COSAS XXI

Dejo esta cita de Michel Onfray, sacada de su libro “La razón del gourmet”. Dice así: “El misterio de un menú, al menos en parte, reside en su poética, lo que el título vela, desvela, oculta, muestra, deja adivinar o suponer acerca de las operaciones que permitieron el pasaje del producto natural a su presentación cultural.”  Si nos fijamos con atención ahí podemos detectar cosas que se comen, cosas que se usan y cosas que se miran. Hasta aquí a todos los comensales nos sería fácil situarnos, alrededor de la mesa que compartimos, dentro del eje visible y determinado, según el nuevo mapa que ya he mencionado en anteriores entradas. Luego están las formas en que el tiempo se pega a esas cosas y a las almas de quien las comen, las usan y las miran. Y si esas miradas son muy “pesadas”, o no, y si sabemos por qué nos “pesan”, o no, y la “forma” que adquiere ese “peso”, o no. Es por ello que si ajustamos más la lente de nuestra atención nos tendremos que enfrentar con la frase que inicia la cita: el misterio de un menú..., pues nos coloca directamente en el eje invisible e indeterminado de aquel mapa. ¿Cual es el misterio de un menú? Fijémonos, a continuación, que el narrador de la cita no ha dicho suspense, ha dicho misterio. ¿Cual es la diferencia entre suspense y misterio? Para decirlo rápido, suspense es lo que acompaña a cada movimiento de los productos de la receta hasta que se consigue el plato deseado. Sigue, para entendernos, la plantilla del desarrollo de una novela policiaca a la búsqueda del asesino. El cocinero se comporta, así, como un detective, alguien que es, al fin y al cabo, uno de los nuestros. Si me atengo a la tradición vaticana, misterio es,  “te damos las gracias Dios Nuestro Señor por los alimentos que a continuación vamos a ingerir....” Locución que presidió el arranque de cualquier comida o cena familiar hasta hace menos de cien años. Lo que aparece, al final del misterio, no es uno mismo, sino alguien o algo que es sin remedio más grande que uno mismo. Alguien o algo que excede a los comensales y frente a lo cual nada de lo visible o determinado les sirve al tratar de abordarlo. Entonces, en el presente secularizado, ¿dónde colocamos el misterio de un menú dentro de una comida o cena familiar? ¿Ha desaparecido de nuestras vidas, como la idea tradicional de comida o cena familiar, o más bien no sabemos dónde colocar tanto la idea de familia como la de misterio? Si han desaparecido, ¿que hemos perdido y que hemos ganado a cambio? Si no sabemos dónde colocarlos, ¿tenemos algo que aprender, pues necesitamos que las cosas que se comen y las cosas que se usan conserven su estatuto diferenciado de las cosas que se miran, que les damos una proyección en el infinito que siempre nos supera? O más bien, ¿nos resulta indiferente y lo que tenemos delante solo son cosas, que únicamente consumimos, y que no tienen más misterio que el suspense (léase el nerviosismo) de cuando consumiremos la siguiente. En fin, ¿vivimos delante y entre cosas que funcionan como capítulos de una serie inacabable de consumo, entendida como aglutinadora (léase régimen digital) del comer, usar y mirar esas cosas donde sea, cómo sea y junto a quien sea? Visto así, ¿en qué nos hemos convertido? ¿Se puede vivir como seres humanos solo con ese suspense, que es algo parecido a un ataque de nervios ininterrumpido? En una época como la nuestra de máxima adoración tecnológica, es pertinente la pregunta, ¿podemos vivir sin estar vinculados a una idea de infinito inalcanzable por esa misma adoración tecnología?