viernes, 24 de mayo de 2019

ASCESIS XXI

El tiempo, dice María Zambrano en su último libro publicado Notas de un método, se nos aparece como la relatividad mediadora entre dos absolutos: el absoluto que se le da a todo ser humano y el absoluto que todo ser humano lleva en su propia condición. El primer absoluto sería la idea de paraíso y el segundo nuestra convicción de que el ser humano tiene pleno derecho a habitarlo. Los otros se lo deben. Es por ello que ese tiempo relativizador no sería otra cosa que la historia universal de la infamia que los unos han cometido y cometen sobre los otros. Es también, en justo correlato, la historia universal del odio que los otros sienten por los unos. Infamia y odio, victimario y víctima, es la sustancia de las relaciones de poder de una cultura como la occidental que vive básicamente en guerra permanente consigo misma atrapada en ese insidioso mapa de dualidades,  y viceversa: hombre-mujer, viejo-joven, guapo-feo, gobierno-oposición, derecha-izquierda, blanco-negro, burgués-proletario, cristiano-árabe, etc., que no dejamos de practicar en nombre del gran absoluto, como no, de la Justicia mas justiciera que restañe la infamia universal. Lo cual, dada su constitutiva falsedad, hace imposible que cada cual elabore los verdaderos sentimientos frente a esa violencia hecha de infamia y odio porque en el estatuto impuesto al verdugo y a la víctima se eclipsó cualquier posibilidad de comprensión de la misma con más precisión y significado. De otra manera, no se acabó imponiendo la idea del renunciamiento kantiano del que habla el pensador alemán en la crítica de razón pura, a saber, la cosa en sí (los absolutos) nos está vedada como seres humanos, ya sea para conocerla como para habitarla, por la sencilla razón de que los humanos no podemos habitar los absolutos que forman parte del mundo propio y apropiado de los dioses, la sensación de abismo y la producción de sufrimiento subsiguiente que ahí padecemos y hacemos padecer cada vez que lo intentamos, nos lo impide. Este vértigo aparece muy pronto en la vida de un ser humano, entre los seis o los diez años (lo que antes se llamaba un incipiente uso de razón), y tiene que ver con la conciencia de la muerte. La democracia y la educación para la democracia son dos metáforas o intuiciones que le plantan cara a ese culto fanático  a los absolutos, poniéndose a servicio de la idea de su renunciamiento humano o ascesis. Sin embargo, los más de doscientos años después de la muerte de Kant, han servido para dar cuenta de la infausta decisión de seguir aspirando a los absolutos tiempo relativo humano mediante, lo que ha dado lugar, al fin y al cabo, al capítulo más sangrante y oneroso de la historia universal de la infamia mencionada. Antes que Kant Spinoza abrió el camino cuando pensó a dios fuera de ámbito de la jerarquía religiosa y lo colocó en el ámbito de la filosofía. Después de Kant, los peores lectores de Marx volvieron a convertir la política en una secuela secularizada de aquella jerarquizada religión, es decir, volvieron a pensar con horizontes de inteligibilidad y legitimidad vinculados a términos absolutos (Progreso del pueblo mediante el Yo Visionario en lugar de Dios mediante el Hijo hecho hombre y el Espíritu Santo). El pensamiento, colonizado por una tecnología cada vez a más sofisticada, comenzó a hacerse peligroso para el propio sujeto pensante y los otros miembros de su especie, con final espantoso hace ochenta años por todos sabido. En la actualidad, para acabar de adobarlo, el Progreso del pueblo mediante el Yo Visionario se ha convertido en un acción sin tiempo. Es decir, gracias al régimen digital imperante, el “Yo es Progreso y Pueblo de forma indistinta a una tecla verdadera pegado” ha dejado de mediar relativamente entre los dos absolutos de Zambrano. Cualquier tipo con un dispositivo en la mano aislado dentro de la burbuja informativa que domina, ha hecho así la cabal síntesis hegeliana entre el absoluto que se le da a todo ser humano y el absoluto que todo ser humano lleva en su condición. No me extraña que se indignen cada vez alguien les lleva la contraria. Cualquier día pasarán a la acción definitiva y nos exterminaran.