Creerás, fíjate bien, que con lo que llamas tu derrota en las urnas tu futuro también ha sido derrotado. Sin embargo, esta asociación estaba construida con anterioridad en tu cabeza. Todavía me acuerdo cuando te oí decir en voz alta, a punto de cumplir los cincuenta, la alegría que sentías al volver a tener veinte años. De repente, el giro de los acontecimientos te hizo creer que podías torcerle el brazo al tiempo y a tu tiempo. Ese fue el verdadero inicio del sentimiento de tu derrota y de la decepción que te embarga. Hay una cita de Primo Levi que siempre se entromete sin que te des cuenta, creo yo que de forma impertinente, en tus días y los hechos que los acompañan, entre otros, los de la política de los políticos y su aburrimiento adjunto: “los mejores eran siempre los primeros en caer, sobrevivir implica acallar la dignidad y apagar la luz de la conciencia.” Lo debió pensar, así quiero imaginármelo, mirando hacia atrás cuando abandonó el campo de concentración nazi donde estuvo recluido, no lleno de ira sino de un sentimiento de culpa que, al no poder quitárselo de encima, lo llevó al suicido muchos años después. Pienso que esa culpa abrumadora, no tanto el sufrimiento propio y ajeno, lo forzó a decepcionarse antes de tiempo. Tan enorme sentimiento necesitaba una expiación, un relato, vivir la experiencia de una historia, y le puso un titulo, el que correspondía al silencio de la dignidad y el apagón de la conciencia ajena: “si esto es un hombre”. Todo ello le proporcionaron lucidez, pero, al fin y al cabo, no el consuelo urgente que igualmente necesitaba. El sentimiento de culpa era tan grande que acabó siendo único y no dejó hueco a otros sentimientos ni oportunidad para que pudiera expresarse, es decir, al arrinconarlos los transformó así en pre-sentimientos, que fueron a mi entender los que de verdad llevaron a que Levi se quitara la vida más de cuarenta años después de abandonar el campo de concentración nazi. En tu caso, digámoslo rápido, no tienes derecho a la decepción, al menos tal y como la expresó Levi, si no ejerces el deber de explicar en qué consisten tus ilusiones en una sociedad o comunidad que, antes de ponerle un calificativo, si podemos estar de acuerdo en que no es la sociedad o comunidad concentraccionaria de la que fue liberado Levi. Sé que la expresión democrática no te gusta porque no recoge los parámetros de perfección y exactitud en los que crees y te gustaría vivir. Pero hemos de convenir, empero, que quienes sobrevivimos en una sociedad imperfecta como la del presente no sea exactamente porque acallamos nuestra dignidad y apagamos nuestra conciencia, como sé que piensas y estás tentado, si no lo has hecho ya, a predicar a los cuatros vientos. Dicho con otras palabras, estás convencido que la derrota en las urnas es debida a ese silencio y a ese apagón de la mayoría que, a tu entender, son como zombis o muertos vivientes o, en fin, supervivientes. Indeseables supervivientes. Hay algo que te emparenta con Levi y que es eso que llamo, la confianza adanista, que anticipa antes de tiempo la decepción respecto a todo lo que viene después de la primera vez, de cualquier primera vez. En fin, después de los primeros veinte años, que es cuando acontecen las primeras veces más significativas en la vida de los seres humanos. Levi sintió culpa por seguir vivo después del horror de una experiencia, que trascendió lo personal y que también fue la primera vez en la historia de la humanidad. Tu no muestras igual sentimiento de culpa, más bien lo que dejas ver es indignación y resentimiento, ante una derrota adanista que es solo tuya, pues no va más allá del círculo de tus pares. La derrota de Adán, cuando Dios lo expulsa del paraíso terrenal, es la victoria de la vida tal y como la conocemos, también de la barbarie que siempre la acompaña, pues se genera en la no aceptación de aquella primera derrota, es decir, en la decepción anticipada de una vida humana que tiene todo por vivir justo donde le corresponde, fuera del paraíso. Lo que separa la culpa de Levi de tu indignación es la magnitud de la catástrofe en términos de vidas humanas, no el fracaso de la confianza adanista que os une ocultamente a los dos, y que se mantiene impertérrito. Levi no supo o no quiso asimilar tanta barbarie producida en los campos de concentración nazi, tu, según dices, te resulta imposible convivir con tanta estulticia salida de las urnas. Hay, en ambas actitudes y aptitudes, una confianza adánica en volver a donde nos expulsaron que, aparte de fundar un idea de justicia, justiciera antes que justa, no contempla la barbarie y la estulticia en su programa de retorno al paraíso. Déjame, para acabar, que te confiese un presentimiento que me aparece fuera de todo relato aceptable, fuera de toda conciencia explícita, como si caminara por un terreno no conquistado por ninguna codicia o maldad humana, y que surge de esta visión adánica que, a mi entender, compartes con Levi, es este, que una urna y un horno crematorio se están mirando cara a cara y compruebo que tienen algo que decirse.