martes, 14 de mayo de 2019

LAS MUERTAS

No he sido capaz de “sobreponerme” a un sentimiento que al final ha acabado por adueñarse de mi experiencia lectora de “Las muertas”, novela de Jorge Ibargüengoitia: el narrador se ha tomado su trabajo en serio solo para hacer cumplir el imperativo de su voluntad, es decir, para querer hacer lo que hace pero sin verse condicionado u obligado a tener que querer o amar lo que ha acabado haciendo. Lo que ha hecho lo ha hecho con autoridad y de forma brillante, pero esa falta de amor a su obra lo coloca en un plano distinto que, para entendernos, el del narrador de “Muertes de perro”, o el de “Carpas para la Wehrmacht” o el de “El pentateuco de Isaac”, tres experiencias lectoras recientes con tres voces irónicas, caricaturescas incluso, que tratan sobre asuntos reales con personajes imaginarios de similar brutalidad a la que hay en “Las muertas”. Me acuerdo de Picasso como un ejemplo, en el campo visual, de esto que digo, pues nunca amó a las señoritas de Avignon, más bien distorsionó por decisión exclusiva de su voluntad una escena muchas veces pintada antes. Hay artistas que no aman a sus obras. Usan el lenguaje como un fin en sí mismo, no como una herramienta o medio a servicio de la necesidad de contar que, como el amor, está por encima de su voluntad. Nótese el impulso creativo que emparenta a ambas acciones, enamorarse y narrar, buscando al otro y lo otro. El imperativo de la voluntad solo busca realizarse a sí misma. 
Las primeras palabras de “Las muertas” delatan a su narrador en esa firme voluntad para usar el lenguaje como fin en sí mismo y, al mismo tiempo, en la falta de la necesidad de contar que trasmite. “Es posible imaginarlos...”, pero si no te gusta así, lector, tengo veinte posibilidades más para imaginarlos (de repente, así me lo hace saber a punto de acabar, cuando me recuerda que vuelva al capítulo 1). La plasticidad del lenguaje es ilimitada siempre que no haya un mundo al que tener que dar forma, sino solo para distorsionar el que ya existe. ¿Para ver lo que esconde? Eso hay contarlo, no basta con quitarle la máscara y ponerle encima la del lenguaje como fin en sí mismo. Me digo todo todo esto en voz alta para comprender por qué debo ser, y cómo, otro lector y con qué otro aliento ante este tipo de narradores, más interesados que apasionados con su obra. El caso es que, ahora que lo pienso, la prosa del autor mexicano me recuerda mucho a la de Borges, cuya obra leí hace años con verdadero deleite.