El día que lo oyó por primera vez fue en la cantina del castillo. MG acababa de salir de una convalecencia gripal y ese mismos día era el que reanudaba su costumbre matinal de dar la vuelta al castillo. Fue el cantinero quien le dijo a él y a otros parroquianos, como para prevenirles de algo que MG no supo discernir, que el cartel que habían colocado en las inmediaciones de la entrada del castillo formaba parte de la campaña publicitaria que llevaba a cabo por la región una empresa que se dedicaba a servir comidas a domicilio. El cartel anunciador era de grandes dimensiones y en su composición hecha de figuras humanas en pleno movimiento, digamos muy atareadas o que se las veía que iban de bólido, destacaba una frase que le hacía todos los honores al misterio que rodeaba el silencio que provenía de la fortaleza y a sus albaceas, los Amigos del Castillo. Decía así: “todo lo bueno de la comida entregada a domicilio con todo lo bueno de no hablar con la gente.” La empresa, según dijo el cantinero, se había instalado en alguno de los pueblos de la bahía, que se divisaba con toda nitidez desde el camino de ronda del castillo los días que soplaba el viento norte. Cuando MG, después de subir la cuesta que lo llevaba al inicio del camino de ronda, poco antes de iniciar su itinerario, se fijó con el cartel que había mencionado el cantinero aquella mañana, se acercó un poco más para observar los detalles. Fue entonces cuando advirtió que, en la parte baja del cartel de la empresa de comida a domicilio, alguien había escrito, a modo de réplica y con los caracteres de la letra germánica en color rojo, otra frase que decía lo siguiente: “hace cinco siglos que la idea del Yo domina el mundo; ya es hora de que tomemos otro camino.” De repente, MG notó una transfiguración en la imagen que tenía del castillo, a partir de aquel cartel que anunciaba algo ajeno a lo que la misma fortaleza venía ocultando a cal y canto desde hacía tanto tiempo. Lo primero que pensó MG, mientras daba ya los primeros pasos por el camino de ronda, fue que el cantinero tenía órdenes expresas, provenientes del interior del castillo, de contar la historia mediante la cual hacía responsable del cartel anunciador a la empresa de comida a domicilio, y a la la réplica en rojo, digamos, a un defensor de la conversación bajo el régimen digital dominante que quiere prescindir de esa habilidad comunicadora que nos ha hecho lo que somos y nos ha hecho llegar a donde nos encontramos. ¿El cartel lo había colocado la empresa de comida a domicilio con permiso remunerado de los Amigos del Castillo? O más bien, ¿los Amigos del Castillo habían ofrecido gratuitamente la situación estratégica del castillo para que las nuevas empresas emergentes pudieran llevar a cabo su labor propagandística? La réplica escrita en rojo, continuó con sus cábalas MG mientras seguía haciendo su itinerario por el camino de ronda, bien la podía haber escrito el cantinero o el trabajador que se encargaba de las labores de mantenimiento del castillo. ¿Con ese juego pretendían los Amigos del Castillo distraer la atención de los caminantes que cada día daban la vuelta alrededor de sus murallas? ¿O a quien pretendían distraer, verdaderamente, era a las autoridades municipales, que pagaban el mantenimiento de ese camino fuera de murallas de acuerdo a un convenio firmado hace años con los Amigos del Castillo? ¿Era el cartel un contrafuerte de urgencia para apuntalar unas murallas que se resistían a su desmoronamiento? Dos galgos no habituales acompañados de su dueña, igualmente estilizada como una estatua de Giacometti, se cruzaron en el camino con MG en el momento en que éste se atrevió a calificar, para sus adentros, como un atentado simbólico la presencia del cartel de la empresa de comida a domicilio aquella mañana en las inmediaciones de la entrada del castillo. No había manera, al verlos juntos, de que pudiera remitirse a algún tipo de continuidad, tal y como hacían los carteles sobre la flora y la fama que las autoridades municipales han colocado a lo largo del camino de ronda. El cartel de la empresa de comida a domicilio parecía apuntar contra la tristeza y el cansancio qué emanaban del interior del castillo, y éste, como un antiguo convento medieval, parecía repeler cualquier presencia que viniera del exterior. Un atentado que cumplía sus funciones, fuera quienes fuesen sus instigadores, con efectos boomerang para ambas partes. La cercanía de esos mensajes tan antitéticos, el de la sombría y pétrea presencia del castillo y el de la liviandad optimista del cartel, no le hacía a MG augurar nada bueno. Se empujaban mutuamente, uno parecía tratar de alejar al otro, y viceversa. ¿Quien podría estar interesado en semejante enconamiento? ¿Los Amigos del castillo o la empresa de comida a domicilio? No podía discernir MG, a través de semejantes disfraces, el encono y la deriva que pudiera haber detrás. Poco antes de acabar su vuelta al camino de ronda pensó en preguntarle al cantinero, si sabía cuánto tiempo iba a durar la campaña publicitaria de la empresa de comida a domicilio, ahí arriba.