jueves, 30 de mayo de 2019

ELECCIÓN

Su vida continuaba igual que siempre, sin embargo el no poder obligar a todos los demás a imitarla le suponía un rotundo y continuó fracaso. Fueron las palabras que alcanzó a oír MG a uno de los parroquianos, que se acodaba en la barra de la taberna del castillo a esas primeras horas de la mañana. Poco después entró en la cantina el cronista local con una pegatina pegada en la solapa de su gabardina verde. En ella se leía algo sobre la dignidad de las otras razas y los otros sexos. Cuando el cantinero le preguntó cómo estaban las cosas en la ciudad vieja, el cronista oficial contestó que todo estaba en orden, era por eso que se había animado a dar un paseo alrededor del castillo, la armonía ciudadana y el día resplandeciente le invitaban al movimiento, dijo a continuación. Al cantinero le pareció una respuesta de aliño  y quiso saber, así se lo preguntó al cronista local, si había visto a alguien del castillo paseando por las calles de la ciudad en un día como el anterior, en el que todo el mundo iba y venía con la intención de renovar el consistorio. El cronista oficial se giró sobre sí mismo y se encaró hacia los que estaban sentados en las mesas, que únicamente eran MG y media docena de parroquianos entre los asiduos y los que estaban de paso. El cronista local enfatizó el tono de voz, al mismo tiempo que se ajustó la gabardina a la altura de la pegatina que tenia pegada a la solapa, como para subrayar que lo que dijo y lo que decía la leyenda de la pegatina no eran del todo palabras extrañas entre sí. Lo que dijo fue que los Amigos del Castillo no hacía falta que bajaran a la ciudad pues el interior del castillo era un ámbito elector en si mismo. Desde su fundación, los antiguos dueños fueron electores del emperador de Europa, atributo, que no privilegio, que han conservado los herederos de la fortaleza debido a los servicios de lealtad prestados desde entonces. El cantinero no pareció molestarse porque el cronista local le hubiera dado la espalda, en parte porque estaba de acuerdo con lo que dijo y en parte porque pudo ver reflejados en un gran espejo, colocado enfrente de la barra de la cantina, la gesticulación de su cara y los movimientos de sus manos mientras lo hizo. Sin embargo, a MG no dejo de sorprenderse al hilo de las palabras del cronista local, aún más si cabía, pues con la pegatina pegada en la solapa de su gabardina verde el cronista local parecía empeñado en tratar de relacionarla con algo que MG no alcanzaba a discernir si estaba en la ciudad o, más bien, en el interior del castillo. También, pensó MG, que la reivindicación de los derechos civiles de la minoría negra y los otros sexos fuera semejante en su común estatuto de aislamiento al que demandaban los Amigos del Castillo para la fortaleza que custodiaban. Ese consenso de aislamiento respecto al resto de la ciudad, como la minoría negra respecto a la mayoría blanca, como los otros sexos frente al sexo dominante, marcaba también los límites de la disidencia actual en la ciudad, que hacía todo lo posible por hacerse oír con el único fin de obtener el estatuto de reconocimiento y virtud necesarios para poder llevar acabo los propósitos de influencia y regeneración que tenían los planes de sus programas. En la ciudad había unos derechos y, al parecer, en el interior del castillo había otros, pues nadie podía entrar ni pertenecer al castillo sin cumplir con ellos, mientras que a la ciudad pertenecía todo el que pagara sus impuestos y cumpliera las normas formales escritas. No obstante, también formaba parte de la realidad que el castillo pertenecía al término municipal de la ciudad, sin que se pudiera decir que a todas horas pertenecía a la ciudad. Quienes eran los subsidiarios y quienes los predominantes era algo que él como cronista local de la ciudad, dijo mirando cara a cara al cantinero como buscando su complicidad, no se atrevía a discernir todavía. Lo que sí tenía claro, dijo para acabar, era que sería arriesgado romper ese tácito consenso entre dos formas electorales que representaban a su vez dos maneras diferentes de entender la lealtad y la tradición de la que venimos. El cronista oficial de la ciudad pagó el café que se había tomado y salió de la cantina, enfilando sus pasos a la cuesta que lo llevaría a la entrada del castillo. MG esperó unos minutos hasta que el cronista tomara una ventaja, que no le impidiera perderlo de vista. Poco antes de llegar se fijó, al igual que había hecho el cronista local, que los Amigos del Castillo había renovado las banderas oficiales que ondeaban sin parar a capricho de un viento no siempre agresivo pero si insistente.