miércoles, 14 de marzo de 2018

ULTIMO DÍA EN AUSBURGO

¿Qué hacemos este último día en Ausburgo?, le pregunté a Duarte. Tal vez influenciado por las dinámicas de atención que nos impone, aislándonos, la burbuja de las redes sociales, la pregunta en el fondo era una manera de sugerir un cambio de mirada. El paso de la mirada rápida a la mirada lenta. No se trataba tanto de caminar mas despacio, como de caminar junto a uno mismo en busca de uno mismo. Siempre que viajo, sobre todo si es la primer vez que lo hago al lugar o la ciudad en cuestión, lo suelo hacer con una mirada panorámica de esas que utilizan en las películas para construir las escenas de transición. Todavía nos queda por ver, al final de Maximilianstrasse, adosadas una a la otra, la iglesia de San Ullrich, protestante, severa y estoica en su decoración pero impresionante y, detrás en el patio de la derecha, la iglesia de San Afra, de altura impresionante como muchas de las que hemos visitado del Renacimiento Alemán, llena de dorados y decoraciones recargadas, muchos recuerdos de Jesus y sus amigos, contestó Duarte. Me sorprende lo difícil que me resulta recordar que hay en cada una de las iglesias que hemos visitado, solo retengo que lo que algunas destacan por lo que contienen o contenían después de los bombardeos, o como están de conservadas, pero su visita me parece de obligado cumplimiento, pues pienso que en su interior se encuentra, pueda o no yo captar el misterio o la extrañeza que tengan - pienso para mi después de oír las palabras de Duarte -, tanto la Historia con mayúsculas (o la sucesión de los datos) como el espacio y el tiempo, o como la memoria. A mi, en el fondo, nunca me ha gustado la primera vez que he visitado una ciudad o un lugar. Lo que realmente me gusta es recordarlo después con la intensidad suficiente como para que me provoque la necesidad de volver a visitarlo una segunda y una tercera vez. A sabiendas de que la ciudad de la primera vez, de ahí que a pesar de su inutilidad lo perentorio de su necesidad,  y, sobre todo, el viajero o turista, ya no existen en las visitas siguientes. También nos queda, continuo diciéndome Duarte, visitar el museo Romano que hay detrás del palacio residencia de los Fugger (este espléndido recinto no admitía vistas turísticas) y el edificio del ayuntamiento donde se encuentra, por decirlo así, la joya de La Corona imperial, la Sala Dorada o Golden Hall, una sala inmensa, que diera acogida a Kaiseres y Könings y que hoy mayormente acoge visitantes como nosotros, que le dejan un dinerito al conserje - dice Duarte señalando el párrafo de la guía que lleva entre las manos. Las 2,6 toneladas de oro con la que están bañados los estucos y maderas han tenido que costar mucho, y, sobre todo, lo que tiene que costar es limpiar esos techos tan altos, se deja ir Duarte arropada por su lado empírico que tanto le complace. Casi parece una catedral pero para rituales páganos y políticos, por ello ahora también dan conciertos y conferencias, cierra la guía y me anima a seguir sus pasos. Si me preguntaran que es para mi lo más difícil en el viaje de la primera vez a una ciudad o un sitio diría que vencer la tentación de abandonarlo, de dejarlo y volverme a casa. Todo se me aparece demasiado abierto y vacío, como ocurre con la vida, y no siempre he podido tejer un relato alrededor del itinerario que he diseñado que me permita enfrentarme a ese desconsuelo. Llegado a este extremo lo que digo y deseo es que en casa como en ningún sitio. Es por ello que reclamo la mirada lenta, pues es la mejor garantía de no hacer lo que no debo. La mirada lenta me permite alejarme de las disyuntivas que con tanta frecuencia, bien por parte de quienes me acompañan bien incluso por mí mismo, surgen en los viajes, respecto a lo que vamos viendo o a lo que hacemos con lo que vamos viendo. Sencillamente me parece imposible imaginar una refutación total a lo que oigo, me conformo con oír lo que dicen. Sin embargo, no todos los que me suelen acompañar en los viajes lo entienden así. Quieren vencer poniendo el orador las mayúsculas y el punto final sobre el asunto que se discuta o, en su defecto por incompetencia, hacerles pagar cara su derrota a quienes le han hecho pasar por ese doloroso trance. Con lo que más se dan este tipo de situaciones, suele ser a cuenta de las referencias históricas o geográficas y del patrimonio artístico o arquitectónico que nos encontremos en el itinerario que hayamos hecho, y cuando más se dan es en los momentos de descanso alrededor de una mesa, algo, por otra parte, perfectamente comprensible. Son momentos que favorece a los espíritus cerrados, que dan la imagen de ser más abiertos y sociables que nadie, y perjudica a los espíritus abiertos, que aparecen ante los otros como unos huraños irreductibles. Por eso deduzco que no soy un buen viajero, ni siempre un entusiasta turista. Sé que, en el primer caso, nunca estaré preparado cuando la realidad de un giro sorprendente, pues nunca seré capaz de estar en lugar de los hechos cuando los hechos estén sucediendo. Y sé también que me cuesta encontrar mi enfoque, mi tono y la música que hagan ponerme en marcha, mediante la construcción de una imagen que me impulse a salir de viaje hacia el lugar de los hechos, cuando los hechos haga suficiente tiempo que han pasado. ¿Por donde empezamos?, me preguntó Duarte, yo de algunas cosas que te he enumerado puedo pasar sin verlas, o verlas un poco por encima, pero por lo que me llevaría un disgusto es si no visitáramos la Sala Dorada o Golden Hall, me habló Duarte en tono de súplica encarecida. No fue una mala sugerencia, pues no me introducía en el laberinto de tener o no que refutarla. A mi desde niño, el oro me ha trasmitido la confianza de estar fuera como si estuviera en casa.