viernes, 2 de marzo de 2018

LA FUGGEREI

Hay que cambiar, nos dijo, sin mediar palabra alguna que tuviera que ver con el protocolo que de su oficio cualquier turista espera, el tipo que nos recibió en la recepción del hotel de Ausburg, el del traje brillante, los quevedos, la calva reluciente,...Lo normal es que en un encuentro de este tipo las palabras que se digan sean del mismo significado - a saber, ninguno - que tienen los buenos días o el hola que tal en el trato habitual con vecinos o compañeros de trabajo. Son palabras de cortesía o de buena vecindad, son gestos mediante los que le decimos a los otros que todo está en su sitio, que ellos están ahí y uno aquí, y que así nos acoplamos hasta el próximo encuentro. Del encuentro con un recepcionista de hotel no esperaba yo algo esencialmente distinto, no en balde forma parte de la misma rutina, si se quiere más infrecuente en el tiempo pero rutina al fin y al cabo, de la de encontrarte con un vecino o un compañero de trabajo. El caso es que, bien mirado, en estas salidas de tono o del incumplimiento del protocolo previsto, ya sea mediante la indignación del tipo de Nördlingen o de la expresión hay que cambiar con que se presentó el recepcionista del hotel de Ausburgo, la rutina salta por los aires, y soy yo el que se queda con cara de palo sin saber que hacer o decir, más allá de caer en los tópicos o generalidades al uso. Hay que cambiar de dirección o basta con cambiar de traje y de gafas, o tal vez sea suficiente con cambiar de peinado, en fin, Duarte me habló así, acercando su boca a mi oreja, como medida de protección propia y ajena contra su mejor sarcasmo, mientras el recepcionista se adelantó a nosotros para indicarnos el lugar donde podíamos dejar las bicis a resguardo de la climatología y de los pispas. Al final decidimos usar las bicicletas como medio de transporte, algo que siempre hacemos al llegar a las ciudades grandes o medianas, a pesar de que muchas de las calles de Ausburgo conservaban en su asfaltado el estilo adoquinado, lo cual hacía que el traqueteo de dar pedales repercutía en la cabeza, sobre todo en la de Duarte que al final de una jornada así se vio obligada a tomar algún tipo analgésico pues el dolor de cabeza se le hizo insoportable. Yo le contesté en voz baja, pero sin tener que acercarme a su oreja, lo que pienso respecto a la indignación, y que creo que ya lo he comentado. Esa algaravía sin contención hoy se ha constituido en moneda de cambio ante cualquier contratiempo por doméstico o insustancial que sea: es el aullido de temor y desconcierto no ante lo que pasa fuera del indignado, que en realidad ni pasa nada ni falta nada relevante, sino ante la nada interior por él experimentada como ausencia total de sentido. Lo cual, dije, es la refracción cabal que forma esa imagen tan habitual en nuestras vidas, que siempre me congela el alma cuando no tengo mas remedio que presenciarla o ser partícipe de ella, por ejemplo después de una cena de amigos, en la que alguno ha tratado infructuosamente de hablar de sí mismo y los demás le han respondido hablando de lo que comúnmente se entiende como hablar por hablar, que es la forma de hablar de lo humano y lo divino, pues, digo, cuando llega la hora de los adioses todo el mundillo masculino se dan las manos entre ellos, o ponen las mejillas si es el mundillo femenino o si los ósculos son entre los miembros de ambos mundillos o entramados, y compruebo con asombro que no es un adiós literal, sino un hasta pronto, o hasta la próxima, aunque no haya pasado nada ni falte nada y al mismo tiempo esté todo por pasar. 


Después de que el recepcionista del traje brillante nos entregara las llaves del garaje de las bicis, nos dirigimos montados sobre ellas a la Fuggerei. Como decirlo, sin solución de continuidad pasamos del siglo XXI al siglo XVI a través de esta lugar que, insólito a mi modo de ver, es el primer espacio de casas protegidas del mundo, creado en el 1521 por el que llamaban el rico Jacob Fugger, a la sazón, banquero del emperador del Sacro imperio Romano Germánico, Carlos V. Digo insólito, pues tuve la impresión  de que era el invento de Fugger quien me cogía de las solapas y me zarandeaba para que soltara todo lo que de impertinente llevara puesto. Lo que quiero decir es que cuando nos recibió, digamos, el aguacil de la particular fortaleza se me cayó el disfraz de turista, y el de europeo moderno y todos sus complementos. Por lo que en el recorrido que hice continuación tuve una sensación extraña de desnudez, frente a lo que se me echaba encima a cada paso. Que no era otra cosa que toda una urbanización residencial del siglo XVI con pleno derecho de usufructo en el siglo XXI - como lo oyes - , con casas adosadas (la visita incluye una casa modelo), alquiladas en su origen por una renta anual de 88 centavos, que tenían una administración común, una tienda y una enfermería propias. Incluso cuando, años más tarde, lo vieron muy mal en el 1940, los residentes de entonces decidieron construir un refugio antiaéreo, con una capacidad para 150 personas, donde también tenían cocinas, baños y dormitorios compartidos. En la actualidad lo han preparado como museo y se puede visitar. La muestra incluye fotografías, algunos elementos y utensilios de la época, como las caretas antigas, algún vídeo sobre la ciudad y sobre cómo se organizaron la noche del 25-26 de febrero de 1945, la noche de las bombas. En este bombardeo un 90% de Ausburgo fue destruida, causando miles de muertos. Sin embargo, en el recinto del Fuggerei sólo murió el portero o aguacil que custodiaba la entrada en aquellos años.