La tentación que tenemos los seres humanos mortales (hombres y mujeres) de protagonizar LA HISTORIA DE LOS SERES INMORTALES (dioses y diosas) es tan antigua como el mundo. Es su motor y su sustancia. Pues nunca aceptamos, estupefactos como nos quedamos, la condición irreversible de nuestra mortalidad. Esta tragedia adquiere en cada época formas diferentes de representación. Lo curioso de la época contemporánea, la nuestra, caracterizada según Max Weber por su desencantamiento del mundo, es que vuelvan a producirse episodios en los que aquella añeja tentación tome de nuevo el protagonismo como si nada antes hubiera sucedido, como si fuera el primer día después de la creación del mundo, cuando cabe imaginar que todo era un mar de inocencia. No puedo ser insensible o despreocupado respecto a la desigualdad que padecen muchas personas en el mundo actual. Pero lo hago pensando sobre la mía propia, evitando así caer en generalidades tan distorsionadoras como estériles. Pensar en la desigualdad propia es también pensar en la propia singularidad y en la ajena. En lo que no puedo creer es en la verosimilitud del espectáculo que, a cuenta de la historia de todo un grupo, clase, etc., organiza una minoría de ese grupo o clase tratando de convertir a todas las historias singulares en una sola que es la del SUJETO HISTÓRICO con la ilusión de alcanzar su liberación definitiva y para siempre.
Como bien sabes, esa figura es una creación del narrador de la genial novela de Hegel, “La Fenomenología del Espíritu”, para que tuviera un final feliz. No en balde, Hegel había sido un romántico empedernido antes de desencantarse del mundo vía Revolución Francesa y convertirse en el inventor de que el mundo funcionara como un sistema perfecto e incorruptible al frente del cual estaría un Sujeto Histórico, igualmente perfecto e incorruptible. Aunque ese Gran Señor fuera del todo inexistente en la realidad mundana en que había creado su novela, ésta funcionaba con exactitud con él al frente, tanto es así que seguimos imaginando e imaginándonos bajo su influencia, aunque la mayoría de ciudadanos no la haya leído. El que luego toda esta maravillosa y colosal ficción haya pasado a los programas de la acción política y social como una abstracción totalitaria, que atenta contra la singularidades de cada una de las historias que lo componen, es responsabilidad de los oportunistas de siempre, que maliciosamente confunden como los niños la ficción con la realidad, confusión que en cada época tiene su propia representación infantil, con sus correspondientes fiebres y diarreas. Cualquier grupo o clase que hoy aspire a convertirse en Sujeto Histórico se adscribe a la ficción de matriz hegeliana mencionada, que llevada al ámbito de lo real social y político la convierte en la más funesta de las falsedades, como ya ocurrió con el proletario ruso, la raza aria, la nación alemana, etc. Sencillamente porque los miembros reales de cualquier grupo de hoy, que aspiran a constituirse en ese Sujeto Histórico, son imperfectos, corruptibles y corruptores, como todo ser humano mortal. La verdad de las mentiras con que se construyen las historias de la ficción, que se contrapone a la mentira de la VERDAD DE LA HISTORIA DE LOS SUJETOS HISTÓRICOS, sigue siendo la mejor y la única manera de rasgar hoy, como ayer, el velo de la falsedad con que gusta cubrir la clase media de nuestros pecados - una clase media, fragmentada en diferentes grupos, que son poseedores, cada uno a su manera, de todas esas tentaciones de que vengo hablando - su afición a subir al escenario del espectáculo las penurias espirituales que los afligen. Pues creían que por la misma razón que su bienestar material había hecho intocable a su cuerpo de las calamidades visibles, su espíritu también se había quedado protegido frente a los infortunios invisibles que normalmente también lo habían asediado y torturado. Así, al final, como imaginó Hegel, todos y todas felices. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.