martes, 20 de marzo de 2018

INSUSTANCIALIDAD TRASCENDENTE

Bajo este brillo superficial del éxito logrado, que trasmite la renovada iglesia de San Pablo en una sala de eventos, subyace el correlato de la geología digital que aguanta, vete tú a saber durante cuánto tiempo, a la desesperación optimista de los nuevos feligreses, que pertenecen a la cofradía de la clase media de nuestros pecados. Estos nuevos espacios, creados donde antes se celebraba el culto religioso y pagano, propician con su diseño confortable la experiencia fundamental de esa clase digital, a saber, ser espectadores de las calamidades que ocurren en otros países y al mismo tiempo la renovación intermitente de su voluntarismo, prestado como si hubieran estado en el lugar de los hechos. Se que al poner esto por escrito me enfrento a lo que no tiene solución, pero al hacerlo no sé si traiciono esa convicción o por el contrario en el propio acto de la escritura vislumbró un horizonte de esperanza. Cabe también pensar, esa fue la imagen que me asaltó al salir de la Iglesia de San Pablo y que le trasmití de inmediato a Duarte, que esa transformación en un centro de eventos sea la postrera y más beneficiosa utilización que se le puede dar a un lugar donde se han imaginado todos los imposibles que pueden salir de la mente humana. ¿Un evento es el mejor dique contra todas esas desmesuras de antaño y, por qué no, contra las de hogaño? ¿También la solución a lo que no lo tiene: la nostalgia por no poder vivirlas, y que aqueja a la clase media de nuestros pecados mediante esa optimista desesperación con que se enmascara? Quizá la esperanza a la que me refería antes tenga que ver con el propio acto de la escritura, que consigue atisbar en el evento un acto de identidad similar al que pudieron tener nuestros antepasados con la naturaleza. Un puñado de eventos, como un rebaño de ovejas o unos cientos de hectáreas, es algo que está ahí y no tiene otra providencia que darnos de comer y hacernos pasar el rato, me contestó Duarte a las preguntas que había hecho más o menos en voz alta. Pues tampoco me parecía adecuado ni respetuoso interpelarla de forma directa, sino conversar con ese tono peripatético fundado sobre preguntas y respuestas no necesariamente consecuentes ni contiguas. Imaginé que la respuesta comparativa de tono agrícola y medieval que me ofreció Duarte, tuvo que ver con la imagen que nos brindó la plaza del ayuntamiento de Frankfurt de Meno, a la que llegamos cuando el sol había vuelto a salir con toda la fuerza y esplendor propios de la mitad del día. Las comitivas de las diferentes bodas que ese día - era sábado casamentero - entraban y salían en el hermoso edificio municipal a cumplir con el protocolo de su unión civil lo hacían entre medias, o dando la vuelta a su alrededor, de los diferentes puestos de frutas y verduras, y demás productos de venta, que desde los tiempos medievales se dan cita con los clientes compradores en las principales plazas de muchos pueblos y ciudades de Europa. Ahí los tienes, me dijo de repente Duarte cogiéndome del brazo, dos eventos de los de toda la vida compartiendo un espacio común, también de toda la vida. La pasión por lo imposible que, como epítome europeo, representó en muchas ocasiones a lo largo de su historia la iglesia de San Pablo, quedaba hoy diluida bajo el significado de los eventos que allí puedan celebrarse. Este es el caso de la entrega del Premio de La Paz del Comercio Alemán durante la Feria del Libro de Frankfurt, como ya dije en una entrada anterior. Que sea la paz la que de forma y reclamo a uno de los eventos que se organizan dentro del evento literario de mayor importancia del continente europeo, y que sea la antigua iglesia de San Pablo la que da acogida a todo ello, me ayuda a llevar con más dignidad y comprensión, ahora que lo pienso con más detenimiento después de oír lo que Duarte me leyó en la guía de la ciudad respecto al uso que le dan las autoridades municipales de Frankfurt a la hermosa iglesia Paulina, el fracaso de las promesas de lo imposible que no dejo de oír, y que a buen seguro sonaron con estrépito en sus púlpitos y tribunas antes de su destrucción casi total en la segunda gran guerra mundial. O dicho con otras palabras, es la desactivación de lo imposible (aunque aún no de sus promesas) que propicia la figura insustancial del evento en si, pero trascendente al mismo tiempo para nuestras vidas medias, que no mediocres, de ciudadanos europeos medios, uno de los mayores logros junto con el euro - otro singular evento insustancialmente trascendente en marcha - del nuevo orden continental.