miércoles, 7 de marzo de 2018

JACOBO FUGGER

El alma de la ciudad de Ausburgo sigue siendo la de un banquero y, al mismo tiempo, filántropo. Aunque la frase siempre se dice en ese orden, me resulta difícil deducir las proporciones, cuanto es más de banquero que de filántropo. O, ya que el apelativo filántropo es una etiqueta que también usan habitualmente los presentadores de algunos de los eventos actuales, me entra la sospecha de que, en el caso de los banqueros, al añadirle en su tarjeta de visita la palabra filántropo no sea igualmente una manera de blanquear su patrimonio, no necesariamente porque haya sido obtenido de manera ilícita, sino porque sea bochornosamente ingente. El caso es que Jacobo Fugger, el alma de Augusto a que me refiero, era conocido por sus conciudadanos de entonces, sin otros añadidos, como el Rico. Es de suponer que, dado la abismal diferencia de aquellos años entre los muy pobres (el 90% de la población) y los muy ricos, no tenía ningún sentido ponerle peros al apodo del tipo más influyente de la ciudad. Era el más rico y nada había que hacer, excepción hecha de algunas algaradas campesinas. Pues las penurias de los más pobres eran verdaderamente penurias, nada que ver con las penurias de los que no tienen penurias actuales. La  biografía de Jacobo Fugger no deja lugar a dudas, fue uno de los banqueros fundacionales de la economía moderna europea, que entonces era como decir mundial. Así lo permite intuir en la actualidad la monumental fachada del edificio que fue su residencia y la de su familia, dado que no se puede visitar por dentro. Como no podía ser de otra manera, me viene, como si fuera un resfriado estacional, la tentación de relacionarme con el Rico de Ausburgo como si fuera un rico cualquiera de hoy en día. Incluso contraviniendo el sentimiento de satisfacción que tuve y que acompañó a una idea, que me surgieron ambos nada más visitar las casas sociales que construyó en la ciudad, la Fuggerei, y de la que ya he hablado en un anterior escrito: Jacobo Fugger es uno de los pioneros del bienestar actual que disfrutamos en el continente europeo. Al dejar expuesta tal aseveración, y eso es lo me consuela, lo único que pretendo es humanizar ese artificio que hemos construido y que tantas alegrías y quebraderos de cabeza nos ha dado, y lo seguirá haciendo. Estoy hablando del dinero. Y lo hago porque, así como la cultura y el arte tienen fijados sus procedencias históricas en los manuales correspondiente, el origen del dinero tal y como lo conocemos en la actualidad lo cubrimos, al menos en el ámbito de matriz católica, con un manto vergonzante. Siempre dispuestos a blanquear ese origen con cualquier concomitancia cultural o política. Creyendo que con esa ocultación liberamos al dinero que usamos cada día de su origen negro e inconfesable, por más que lo hayamos obtenido de la manera más legítima imaginable, trabajando por un salario. Supongo que el peso de la culpa, también de matriz católica, ayuda lo suyo en ello.