Vale decir, en el lado opuesto a Fugger dentro del espectro moral y estético, que el otro hijo ilustre de la ciudad de Ausburgo es Bertolt Brecht. Brecht representa como nadie la figura del intelectual comprometido con la causa de la libertad de los oprimidos del mundo. No en balde todas sus obras están absolutamente ligadas a razones políticas e históricas y tienen un sobresaliente desarrollo estético. En realidad, en Brecht se encuentran siempre unidos el fondo y la forma, la estética y los ideales. Tal vez me haya precipitado en resaltar la oposición entre Fugger y Brecht, pues si me atengo a lo que he dicho en otros escritos sobre el banquero los dos cabrían perfectamente dentro del calificativo filántropo. Pues como dice el filósofo Plotino, no hay que exigir cosas iguales a cosas desiguales o dar o exigir lo mismo a quienes son distintos. El descubrimiento de la casa natal de Brecht fue posterior al de la visita que hicimos a la Fuggerei y al palacio residencia de los Fugger en la calle de Maximiliano. También es distinta la experiencia respecto a la vida y obra de los dos personajes. Antes de mi llegada a Ausburgo, de Jacobo Fugger prácticamente no sabía nada, más allá de un leve recuerdo de cuando estudié en la universidad la coronación imperial de Carlos V que fue cuando me enteré que estuvo financiada por el banquero bávaro. Sin embargo, respecto a la vida y las obras teatrales de Brecht puedo decir que me habían acompañado durante mi educación sentimental, a la que aquellas sin duda colaboraron con su visión dialéctica del teatro. Dicho con otras palabras, Brecht junto con Marx fueron los que me enseñaron, uno en las salas de teatro y el otro en las aulas universitarias, que el enfrentamiento dialéctico de los contrarios es el motor que mueve la historia hasta su destino final, que no es otro que el triunfo del virtuoso grupo elegido para protagonizar tal momento glorioso y definitivo. No obstante, cuando estuve delante de la casa natal de Brecht me di cuenta de la necesidad que tenemos de consolarnos con cualquier dato. Pues si nos detuviéramos un rato a desarrollarlo, haciéndolo pasar de dato empírico a intuición del alma comprobaríamos lo desnudos que seguimos estando debajo del manto dialéctico de los opuestos que Brecht se encargó de resaltar sobre los escenarios. Podría decirse que la presencia de Brecht es en Ausburgo inversamente proporcional a su fama e influencia en el mundo contemporáneo, al contrario, se podría insistir maliciosamente, que lo que le ocurre a Fugger. Lo que yo tuve fue, sin embargo, la impresión sino contraria al menos algo más ajustada a la manera en que ha evolucionado el mundo desde entonces, tanto desde la época de Fugger como de la de Brecht. Lo cierto es que los banqueros son quienes marcan en la actualidad la tendencia o la inclinación prioritaria de una buena parte de la vida de quienes forman parte de eso que vengo llamando, tanto con sorna como con ternura a partes iguales, la clase media de nuestros pecados. Mientras que el simbolismo del teatro dialéctico ha quedado incluido dentro de ese cajón de sastre con que hoy se denominan los actos sociales, me refiero a los eventos, y que sería, a mi modo de entender, la segunda prioridad vital de aquella clase media de nuestros pecados. La cual, cuando el ansia de los medios de comunicación obliga a sus miembros a hacer una confesión pública de sus preferencias, invariablemente suelen responder, sin ningún tipo de sonrojo, en sentido inverso al orden que he mencionado. Y es que la necesidad de tranquilidad y consuelo, que todos necesitamos respecto a lo que realmente nos está sucediendo, nos obliga a estas operaciones de maquillaje que nos permita llevar con mejor ánimo lo que de otra manera sería insoportable. Una de las ventajas de poner esas experiencias por escrito - suelo repetir a mis amigos y conocidos, más a los segundos que a los primeros que ya no tienen ninguna fe en lo que les digo - es que uno se vuelve más consciente de las transformaciones a las que está sometido en ese trajín constante que es mantenerse con vida. Son transformaciones que uno presiente y que, sin poder o querer evitar, acaba creando de forma natural, pero que luego se niega y niega a los otros cuando se trata de obtener su reconocimiento, ya que éste no puede estar desligado de dar una imagen propia vinculada a la paz y la esperanza. O a la libertad y la igualdad. Llegados aquí es cuando veo de forma más clara - tal vez sea porque lo estoy poniendo por escrito - la vigencia de las enseñanzas de Fugger y Brecht, aunque invertidas respecto a la manera e intensidad con que entraron en mi vida. También me ayuda a comprender, con más tino, muchas de las formas de hablar o puestas en escena a que me tienen acostumbrados algunos, por no decir todos, de los miembros de la clase media de nuestros pecados, pues la herencia recibida de parte de quienes cogieron el testigo de Fugger y Brecht no puede ser, en su dislocada mezcla o combinación, más endiablada, a saber, su desencantamiento del mundo. O sea que, a cambio de recibir la única cosa igual que se puede dar a quienes somos de naturaleza desigual, el dinero, ha roto, al instaurar la medianía y la horizontalidad, el encantamiento que desde siempre nos habita producido la verticalidad como manera de alcanzar algún día la excelencia y la eternidad. Estamos, por tanto, desencantados de la elección que hemos hecho de nuestra propia mirada al cambiar esas coordenadas, que es la que, al fin y al cabo, ha construido el mundo que nos desencanta, valga la redundancia. Y lo peor de todo es no nos permitimos, así nos aspen, pensar y volver al estilo (no copiar) de cómo lo hicieron los antiguos creyentes de las religiones históricas. Volver a instalarnos bajo la influencia de aquellas coordenadas. Tenemos la vista cansada de tanto mirar el mundo en que vivimos y hemos perdido al óptico de cabecera. Mal augurio.