Uno de los artificios más vistosos y democráticos que ha imaginado la clase media de nuestros pecados, tan poco dada a abandonar el carril de sus rutinas a las que se siente cómodamente apegada, es lo que llamo el día de la queja. Que tiene una curiosa relación con el día de la marmota. No he hecho un recuento estadístico, pero cada año deben quedar menos colectivos o minorías que tengan asignado un día en el que poder atraer la atención de la audiencia sobre las particulares injusticias a que el mundo los somete. Ya sé que no podrá ser, lo cual no deja de ser contradictorio en un mundo dominado por esa clase media de nuestros pecados dentro de la cual prima tanto el individualismo, pero a mi gustaría que instauraran el Día de Uno. No puedo dejar de reconocer que la idea es de lo más inquietante, pues ese Uno difícilmente puede remitir, como es mi intención al proponerlo, al fundamento y matriz del sistema democrático al que estamos todos adscritos, a saber, un ciudadano un voto, sino que dado el terror que el individuo moderno y democratico, mínimo común denominador de esa clase media de nuestros pecados, tiene a exponerse como Uno, sin máscaras y baratijas que lo conviertan en algo más que Uno, pongamos, Uno y sus cuates, la propuesta del Día de Uno seguro que se interpreta malintencionadamente como una vuela al Día de Dios, el único que en nuestra tradición vaticanista tiene ese título y honor. Lo cual hace innecesaria mi sugerencia pues ese día ya existe semanalmente, que, como todo el mundo sabe, corresponde al domingo.
Con retales que he conseguido aquí y allá he construido una plantilla tipo de cuáles son las quejas que justifican y dan colorido al día del colectivo de marras sea éste el que sea. Léanse las palabras que vienen a continuación no de manera literal, sino metafórica o simbólica ya que pretenden representar a todo el espectro de las quejas, tanto en el ámbito material como espiritual. Más o menos quedaría así: somos las primeras víctimas de la precariedad, del empobrecimiento y de la violencia íntima y pública. Cobramos menos, tenemos un techo de cristal sobre la cabeza, nuestra tasa de paro es más alta. Lo tenemos todo más difícil, braceamos más para llegar a nuestro destino y eso nos lleva a la frustración y a la enfermedad. Nos matan y nos culpan de habernos matado. Por provocadores. Y siguen funcionando estereotipos reduccionistas que simplifican la complejidad y las circunstancias de cada uno de nosotros. Aunque el tono puede ser excesivo y no representativo de todas las minorías, pues sería excesivo, para entendernos, que en el Día de los pilotos de la aviación civil los afectados o abajo firmantes hablaran en esos términos, aunque has de reconocer, y por eso me he decantado por un tono más victimista, que es la manera que, en la celebración de su Día, a todos les gustaría que el mundo los escuchara así. A donde quiero ir con esta pequeña perfomance verbal es a denunciar la falta de responsabilidad que tenemos respecto a lo que decimos, es decir, a la forma de usar el lenguaje. Si nos fijamos un poco en aquella veremos que se apoya es una forma de hablar que se utilizó también, y de hecho de ahí esta sacada, en situaciones históricas que nada tienen que ver con las actuales en esta parte occidental del planeta. ¿Qué hacemos al utilizarlas hoy? Convertir al lenguaje en una etiqueta que colocamos encima de lo que pensamos o hacemos a conveniencia. Ahora bien, si el lenguaje es una etiqueta, ¿que somos nosotros, seres hablantes, hechos por tanto a partir del lenguaje que heredamos? ¿En que nos convertimos si el lenguaje va por un lado y lo que pensamos va por otro? De momento, y mientras la cosa no empeore, en unos quejicas. Más adelante, tal vez, en unos psicóticos o esquizofrénicos. Dos enfermedades mentales que tienen en común estas habilidades quirúrgicas, que separan a voluntad o conveniencia la percepción de la realidad y su traslado al lenguaje.