¿Adónde, Baco, me arrebatas, lleno de ti? ¿A qué bosques, a qué cavernas soy arrastrado velozmente por una mente nueva? ¿En qué antro seré oído meditando introducir la gloria eterna del egregio César en los astros y en la asamblea de Júpiter? Cantaré lo insigne, lo nuevo, lo que ninguna boca ha cantado. No de otro modo que la insomne Bacante se queda atónita mirando desde la cumbre el Hebro, la Tracia blanca por la nieve y el Ródope hollado por pie bárbaro: así a mí me complace, extraviado, admirar las riberas y los bosques desiertos. ¡Oh señor poderoso de las Náyades y de las Bacantes capaces de derribar los elevados fresnos con las manos! Nada pequeño, ni en tono humilde, nada mortal celebraré. Dulce peligro es, oh Leneo, seguir al dios que ciñe sus sienes con verde pámpano.
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