Contar bien los puntos y seguir hacia dónde yo te diga, no olvides que yo no te veo, pero Dios sí. Así rezaba la nota manuscrita que me encontré debajo del pupitre. No tenía firma y estaba escrita con letras mayúsculas. La anécdota ocurrió poco antes de dejar la escuela de Zamora, mi ciudad natal. Nunca supe quien la escribió, aunque sospecho que fue Tallo Lerín, el chivato oficial de la clase. Esa sospecha no me ha abandonado nunca. Gracias a ella, ya metido en el anonimato de la gran ciudad, he comprendido que siempre hay alguien que nos mira.