EL CASTILLO DE BLANCANIEVES
Al salir del museo municipal de Karlstad había llovido con fuerza. Una tormenta del verano centro europeo que yo siempre la experimento como un adelanto del otoño, a pesar de que estamos a mediados de julio. El pavimento estaba empapado y trasmitía esa percepción resbaladiza de las pistas de hielo. Íbamos caminando como Jack Nicholson en esa película e la que siente un rechazo por todo lo que le rodea, y que cuando sale a la calle va dando saltitos como si la peste bubónica estuviera adherida al alquitrán del asfalto. La película se titula: Mejor…imposible. Antes de iniciar la etapa del día que nos llevará a Lohr, nos damos una vuelta por los restos de las murallas que en su época medieval protegieron a la ciudad de los invasores enemigos. La luchas de los nobles por el dominio del territorio hizo habitual las guerras entre unos y otros, aunque todos estuvieran bajo el palio del Sacro Imperio Germánico y la bendición unificadora europea de Carlomagno. En una época de globalización y cosmopaletismo como la nuestra, siempre resulta grato contemplar los restos que se mantiene en pie de las murallas medievales, pues lejos de parecer un estorbo, como les parece a los cosmopaletos, me parecen un testimonio insustituible de una concepción del espacio y del tiempo medieval que ya anunciaba la visión cuántica de muchos siglos posteriores. La mirada defensiva de quienes ocupaban los intramuros de la ciudad amurallada y la mirada conquistadora de quienes ocupaban los extramuros de la misma ciudad no pueden aglutinarse - se ponga como se ponga el objetivista Newton - en un concepto absoluto e inamovible ajeno a la realidad amurallada que los unos y los otros perciben. La Peña de los Cosmopaletos no puede quedarse tan campante, como si no pasara nada. Nosotros mismos, que en nuestra visita a las antiguas murallas de Karlstadt hicimos los dos papeles de sitiadores y sitiados, nos dimos cuenta que eso de buscar lo absoluto en aquello que de ninguna manera puede llegar a serlo, viene de lejos y es el trabajo propagandístico habitual de los profesionales del poder y del éxito científico o artístico, las dos caras de la misma moneda secular del sometimiento humano. Sea el centro del poder universal de la época el Vaticano, Sillicon Valley o Pekín.
El pedaleo hacia Lohr es un muy ligero, es decir, que las piernas están llenas de alegría o con buenas vibraciones, como dicen los periodistas deportivos de las competiciones ciclistas en carretera: léase el Tour de Francia, el Giro de Italia y La vuelta de España. Ello nos permite disfrutar, durante algunos kilómetros, de un viaje sin calor por la orilla izquierda del río Meno, en otros tramos vamos entre el río y la vía de tren, a veces entre la carretera y los campos sembrados. En Alemania es frecuente coincidir al mismo tiempo y lugar con algunas de las diferentes formas de movilidad humana hoy vigentes: carretera, fluvial, ferrocarril, peatonal y bicicleta. Antes de llegar a nuestro destino vemos con sorpresa a algunos paisanos o ciclistas que se paran a coger moras en el camino del carril bici, otro indicador de cómo el otoño se adelanta por estos pagos. Entramos en Lohr por la calle principal, como debe ser. A la derecha se encuentra la iglesia de San Michel, como no, y entramos. Y como no, las estatuas están decoradas con el color blanco que hemos venido observando durante todo el viaje. Pero como novedad observamos al santo “literalmente engordado” con una Biblia apoyada sobre un atril de madera, que soportan los 4 evangelistas. El conjunto se encuentra justo delante de la entrada, donde vemos un aviso de precaución para el visitante distraído sobre los escalones que hay antes de acceder a la nave principal de la Iglesia. ¿Lo nunca visto?, nos preguntamos. El Vaticano se adapta a los tiempos y no solo piensa en el visitante a sus iglesias como feligrés, sino, y sobre todo, como turista. El Santo Padre reza por nosotros para que volvamos. Así queremos entender la música de órgano que se oye como despedida, al salir a la calle principal. Caminamos durante un rato al lado de las bicicletas y antes de ir al hotel vemos un restaurante italiano, que pensamos puede ser el lugar donde cenaremos más tarde. Pero antes, y para celebrar que hemos llegado sanos y salvos al final de etapa, nos sentamos en su terraza cubierta y pedimos dos vinos, un Lugana y un Montepulchiano. Pedalear sobre una bici, aunque parezca mentira, no es lo mismo, en términos de seguridad y certeza, que conducir un coche. Para el conductor su coche es el espejo donde se refleja todo lo que ha logrado ser en la vida. Además de un acto suntuario social, es una meta en al que siempre aparece él como único habitante. Da igual los complementos que los fabricantes vayan añadiendo en los nuevos modelos, todos están a servicio de ese único propósito. Sin embargo, el ciclismo de alforjas es el epítome de la precariedad y el riesgo, sea dicho y entendido siempre dentro del ámbito de seguridad que caracteriza a la sociedad donde vivimos. Es por ello que la expresión “sanos y salvos”, que he dicho antes, debe ser entendida dentro del mismo ámbito. Y su celebración con vinos italianos, también. Cenamos donde habíamos decidido y dejamos la visita al castillo de Blancanieves para la mañana siguiente.
¿Qué tiene que ver el cuento de hadas con la ciudad de Lohr?
Como casi todo el mundo sabe, «Blancanieves» es un clásico de los hermanos Grimm, que narra la historia de una princesa llamada así por su piel blanca como la nieve. Tras el fallecimiento de su madre, su padre se casa con una mujer malvada, que envidia su belleza, e intenta quitarle la vida. Esta logra escapar y encuentra refugio con siete enanitos. Sin embargo, la madrastra la envenena con una manzana y la sume en un sueño profundo, siendo colocada en un simbólico ataúd de cristal. Este cuento relata la vida real de Maria Sophia Margaretha Catherina Von Erthal, una princesa que perdió a su madre y fue criada por una madrastra entre las paredes del castillo de Lohr. De una manera u otra los tres elementos, alrededor de los cuales se organiza el cuento, pululaban por el castillo, a saber, el ataúd de Blancanieves, el espejo de la madrastra y la manzana envenenada. De los tres el que atrajo mi atención de adulto fue, como no, el espejo de la madrastra. Por aquello de que si la apariencia de la vida funciona, la vida también funciona. Principio del que era total desconocedora la madrastra de Blancanieves.
Por lo demás, el castillo tiene otros atractivos turísticos de índole local y gastronómico, para el deleite de los padres que traen a sus hijos para que conozcan el lugar de los hechos del cuento que a ellos le contaron en su infancia. Y así garantizar que la tradición abierta con los hermanos Grimm continúa.