miércoles, 9 de octubre de 2024

CRÓNICAS DEL RÍO MENO 14

 UN MUSEO MUNICIPAL

A pesar de que cada vez veo más personas pedaleando por las rutas ciclistas que frecuento en mis viajes veraniegos, no puedo desprenderme de la sensación íntima que la experiencia de viajar en bici tiene algo de pionero. Que todas las innovaciones técnicas a favor de la comodidad mental y corporal de la comunidad de deseantes a la que pertenecemos todos los consumidores actuales, no han podido aniquilar en mi intimidad esa idea de estar comenzando de nuevo. No confundir la conciencia del pionero con la del adanista. El adanista está convencido que el mundo comenzó a rodar el día mismo que el vino al mundo. El nuevo pionero sabe de sobra que el mundo ya llevaba rodando mucho antes de que él naciera, pero es consciente que ese espíritu de la duración de todo ese tiempo perdura debajo de la arquitectura coyuntural, y muchas veces extraviada, del espacio por donde yo pedaleo. Y es esa duración la que me convierte en testigo y pionero, al mismo tiempo, de la continuación y permanencia de ese tiempo que dura y dura a pesar y por encima de las vicisitudes contingentes que puedan ocurrir en los sucesivos espacios que le hayan tocado en suerte, el último de los cuales es el mismo donde me encuentro. Es esta doble mirada que he cultivado en que cada viaje cicloturista que he hecho, siendo al final la que me orienta en el infinito mar de anuncios propagandísticos en que se ha convertido el espacio por donde pedaleo.

Puede decirse que en el arte contemporáneo se lleva visto de todo. Y uno también ha leído de todo, entre ello. algunas particularidades que los estudiosos que se han dedicando a descubrir su misterio han destacado en sus libros. A saber, obsesión por la novedad, significados ininteligibles, transversalidad del soporte, consagración de lo efímero, nihilismo cultural, sintonía con un poder concebido como subversión, naufragio de la subjetividad e imposibilidad absoluta de poder hacerse la pregunta sobre la belleza y, por tanto, de sentir emoción de algún tipo. 


Pero de repente, un día de verano, un ciclista va y se encuentra, paseando por su calle principal, con el museo municipal de la ciudad de Karlstadt, en la región de la Baja Franconia perteneciente al estado federado alemán de Baviera. En esta ciudad nació, en 1486, el reformador alemán Andreas Rudolph Bodenstein, más conocido como Andreas Karlstadt. Aunque quería mencionar la huella de la Reforma Protestante como posible antecedente de lo inesperado, de lo que deseo hablar es de la experiencia de la visita al Museo Municipal de Karlstadt. Está construido en lo que fue una casa señorial del siglo XIX, reformada para tal fin en un inesperada casa museo de arte contemporáneo. Forman parte de la colección unas pinturas y esculturas, por decirlo así, de carácter existencialista, sobre el cambio, las creencias y las fuerzas que mueven. Además se percibe una visión de casa antigua-obra contemporánea, a partir de un diseño acertado del conjunto que permita ver y sentir con intensidad esa convergencia creativa inesperada entre el antes y el ahora. Por ejemplo, algunas salas donde se pueden apreciar detalles de otra época, paredes, ventanas, techos, un detalle del hogar, entremezclados con aquellas pinturas y esculturas de carácter existencialista que decía antes. Todo anima a un sentir o un imaginar libre, así pensé cuando salí a la calle después de la visita, que no puede dirigirse más que a la intimidad de los ciudadanos en cuanto cualesquiera anónimos en su dignidad, y que por tanto exige un grado de universalidad muy superior, mas allá de la actualidad o de cualquier sentimiento de casta, de clase, de género, de nación, de identidad tribal, etc. Y estaba ahí dentro, en ese inesperado museo de una inesperada ciudad alemana a orillas río Meno: Karlstadt. 


En el Museo de Karlstadt vimos un vídeo en el que se informaba que en Lohr, una ciudad medieval que era nuestro próximo destino en bici, había  un centro para enfermos mentales al que uno de los escultores del museo dedicaba una hermosa escultura lineal en el suelo, que sí no te dabas cuenta la pisabas al entrar en las salas. Antes de entrar en el museo habíamos dado una vuelta de una hora, más o menos, alrededor de los restos de la muralla que protegía la ciudad en la edad media. Según me fijaba en la escultura del suelo del museo, recordaba los restos de las murallas recién vistas y los enfermos mentales actuales se me echaron encima. El museo de Karlstadt, ya digo, propicia este tipo de asociaciones. He ahí su grandeza, teniendo en cuenta su indudable propósito de albergar las obras de arte contemporáneo de diferentes autores, como nos dijo la recepcionista del museo, un verdadero factótum de la “casa” como ella denominaba a la institución de la que era su representante ante los visitantes. Ese vínculo entre lo amurallado y la enfermedad mental, que a mi entender trasmite con acierto la escultura en el suelo, donde su forma y su significado se acompasan en un entorno que parece no corresponderle, solo parece pensé más tarde, es posible transportarlo hoy a las amuralladas urbanizaciones de la vida contemporánea. Vida y locura actual, seguí pensando, se daban la mano, mira por donde, en el suelo del museo municipal de Karlstadt. Todo un descubriendo creativo.