No somos espectadores o lectores genéricos o generalistas. Cada película, novela o cuento nos interpela y nos hace espectadores o lectores diferentes en la experiencia misma, solo ahí, de nuestra visionado o lectura y en función de cómo nos interpele el narrador desde el “Saber del No Saber”, que es el Saber propio del Alma, común a todos los narradores, espectadores y lectores. Cada visionado de una película o lectura de un cuento o novela se justifica ante la historia que cuenta por el encuentro de una verdad, o visión del mundo, desde la extrañeza de la propia vida del espectador o lector, que alcanza su claridad en aquella película o en aquel cuento o novela.
Atención, por tanto, a la primera escena de la película “Vidas pasadas”, de la directora Celine Song, que acaba con una mirada tan intensa como desconcertante de la que será a partir de ese momento la narradora y protagonista de la historia dirigida al espectador, que lleva poco mas de dos minutos puesto delante de la pantalla. Intuyo que la narradora protagonista me viene a decir, como forma de presentación pues nos acabamos de conocer, lo siguiente:
Yo narradora te miro a ti, espectador, intensamente a la cara para hablar contigo de mis peculiaridades como coreana o como emigrante a Canadá o como vecina de Nueva York. O más bien te miro a la cara, es decir, busco tu complicidad porque estoy jodida sabes, y lo estoy por lo que creo que lo está todo el mundo, tú querido espectador también. Estoy jodida, te digo, porque no sé desde donde mirar a este chico que me hacía llorará de niña y ha venido a verme ahora que es adulto, que somos adultos. Fíjate. Querido espectador, no te pregunto si tú lloraste de niño, o si eres español o zamorano, o si crees en Dios o en el dIablo, no, te pregunto, por eso te miro a la cara intensamente, por ver si eres adulto como para ser mi cómplice en este doloroso trance en que me encuentro. A saber, cuando la inteligencia invierte su sentido natural de dominar la materia a servicio de la vida en el espacio y se orienta hacia lo que dura en el tiempo, se produce la conciencia de sí, una conciencia que se olvida de sus objetos, una conciencia convertida, inmensa en un océano de vida. En este punto parezco una filosofa hindú y budista: la conciencia se reabsorbe en su origen y cumple así el sueño de la liberación, el de fundirse de nuevo con el todo. Se desprende de lo acabado y cabalga sobre lo que se está haciendo. NO OTRA COSA ES LEER UNA NOVELA O UN CUENTO O VER ESTA PELICULA de la que soy protagonista. Navega sin distraerte, sin detenerte con la ilusión de lo ya hecho. Ante tu conciencia aparece un mundo nuevo, visto, por así decir, desde dentro. Experimenta el poder de entrar en contacto con lo íntimo de las cosas, con su duración. Este es el sentido filosófico de la simpatía: una sincronización con la duración. Sintonizar, vibrar al unísono. Desembarazarte del ritmo del yo para asumir el ritmo del tú.
¿Es esto posible? ¿El viaje de Nora (estupendamente interpretada por Greta Lee) al que asistimos como espectadores se centra en aprender que para ser la persona que se es se tiene que renunciar a la que se podría haber sido? ¿Nora no puede tenerlo todo? ¿Es eso lo que ha aprendido Nora y el espectador a su lado? ¿Así lo sugieren las lágrimas que vierte de formo oculta en el hombro de su marido Arthur, después de despedirse de su amigo de infancia Hae Sung? ¿Lo que queda en al aire es si se podrá enfrentar a su aprendizaje? ¿Sus lágrimas en su ambigüedad también lo sugieren?
La puesta en escena de la película, sin embargo, también sugiere el esfuerzo de Nora por transcenderse a ella misma, y salir del tiempo de la actualidad (el del reloj) - que es desde donde hablaron los contertulios, siempre atornillados a ella - por liberarse de los propios sueños y resonar con el universo entero. No olvidemos que Nora conoce la filosofía india y zen y tampoco olvidemos los tramos de tiempo del reloj, elegidos por la directora, de los encuentros de los protagonistas, son cada 12 años, el primero de manera virtual y el segundo es presencia en la ciudad de Nueva York. Y, por último, no olvidemos que la textura y estructura de la puesta en escena de la película, panorámica horizontal, no remite a una crónica social y psicológica con lente irónica o caricaturesca sobre de la clase media de Nueva York, tipo películas de Woody Allen. Al contrario, se percibe, a pesar de las limitaciones del cine en estas cuestiones del alma, una voluntad cuasi divina en el actitud de Nora, pero también el gozo de quien quiere liberarse de la determinación de seguir dominando las cosas, conjurando el fantasma de la nada, la angustia metafísica. La Eternidad ha dejado de ser conceptual: ¿es lo que parece que quiere entender Nora? Y como todos los conceptos ha dejado de ser inmutable, estática, de la lógica simbólica. Es una eternidad viviente, itinerante, inacabada. Una eternidad en busca de su destino. Nada está escrito. No se trata ya de buscar lo eterno que hay en las cosas y las personas (Nora y Hae Sung), sino de saber si Nora será capaz de acompañarlas en su transcurso. ¿Por eso nos mira intensamente a la cara, nada más comenzar la película? ¿Seremos capaces de acompañarla como espectadores en su transcurso?