Cuando el 27 de enero, tres días después del Día Internacional de la Educación, Santiago Abad alzó la mano desde su pupitre y, sin que estuviese en el orden día lectivo y nadie se lo hubiera pedido con antelación, habló en voz alta como dirigiéndose a toda la clase, Ernesto Arozamena, que acababa de entrar en el aula y todavía se encontraba ordenando los papeles que había sacado de su cartera, no supo que contestar, más bien esperó a ver lo que daba de si ante sus compañeros el gesto espontáneo de su alumno. Lo que Abad vino a decir, o más bien preguntar, fue, que si lo que en ese día se celebraba era un modelo educativo en el que el alumno no fuera experto de nada pero si fuera capaz de pensarlo todo, o, por el contrario, lo que se celebraba era un modelo educativo en el que el alumno fuera un experto en tal o cual asunto profesional o artístico, sobre el que volcara toda su capacidad de pensamiento. No ser experto en nada y pensarlo todo, continuó Abad ahora leyendo sobre un papel que se sacó del bolsillo del pantalón (como el mismo sentido de la oportunidad que el mago se saca un conejo de la chistera), significa tratar de convivir con todas las preguntas posibles que eres capaz de hacerte entre los límites de lo que te es propio y la existencia de lo que rebasa lo propio, que es donde verdaderamente te mueves, es decir, existes, y que no puede ser otra cosa que lo que te es extraño. El uso de la segunda persona del singular fue, en sí misma una extrañeza, pues ni sus compañeros ni el mismo Arozamena se esperaban algo de tal naturaleza, digamos, que los interpelase tan directamente a esas tan tempranas horas del día. Ser experto en tal o cual asunto profesional, siguió leyendo Abad, significa que estás convencido de que puedes obtener todas las respuestas más allá, incluso, de lo que rebasa aquello que te es propio. Es lo que la tecnología, esa excrecencia populachera de la ciencia, está imponiendo hoy al mundo. Lo cual significa rebasar los limites de lo que es propiamente humano, tu imaginación. Caminar hacia lo monstruoso mediante la técnica o caminar hacia lo divino mediante el arte, representa hoy el cruce de caminos donde te encuentras, que por manera de ser es razonablemente paradójico, no lógico como ha sido hasta ahora, caminar siempre en línea recta adherido a la línea histórica más conveniente. Por tanto, Abad dejó de leer y mientras se guardaba el papel en el bolsillo de donde lo había sacado, no conviertas tu yo en un muro de las lamentaciones o en un mudo resentimiento. Hay cosas que son realmente increíbles cuando son discutidas por pequeños hombres, usualmente estas cosas pueden hacer que estos hombres crezcan y se vuelvan grandes, recordó Arozamena en silencio la cita de san Agustín, como primera respuesta a la intervención inesperada de su alumno Abad. Sus compañeros de clase permanecieron callados, como no dando crédito a lo que acababan de escuchar. Sin embargo, la anécdota se extendió como la pólvora, durante el resto día, por todo el instituto. Por su parte, Santiago Abad se negó a explicar, no sin falta de sorna, si lo que había leído era, digamos, copiado de algún autor conocido o, por el contrario, era de cosecha propia. A pesar de lo cual, no faltaron las maledicencias y chascarrillos entre alumnos y profesores, dichos en los pequeños corrillos que a lo largo el día se hicieron y deshicieron con volatilidad inusitada, en los que se afirmaban que la escena protagonizada por Abad había sido pactada de antemano con Arozamena. Sabido es que, dentro de la comunidad educativa del instituto, Arozamena es contrario a los beneficios que, según sus promotores, llevan adheridos de forma mecánica la espontaneidad de los alumnos si se deja desplegar con total libertad en el aula o fuera de ella. Otro de los rumores que corrieron por el instituto durante aquel día, fue que todo había sido un paripé para dejar en ridículo al mismo Arozamena, que últimamente estaba bastante beligerante con esa forma espontánea de organizar el diseño curricular y el día a día en las aulas. Los ejes programáticos del Día Internacional de la Educación, como todo lo que se imagina desde los despachos a cuenta de la realidad exterior que los rodea, no se decantan ni a favor ni en contra de la espontaneidad de los alumnos, ni tampoco dice nada sobre la idoneidad que pudiera existir aún, en muchos aspectos, del modelo de educación tradicional. Siguen poniendo el énfasis, eso si, en que la educación es un bien de la humanidad irrenunciable, que debe llegar a todo los rincones del mundo, como si en todos lo rincones del mundo cayeran bombas todos los días (recordando el caso de la escuela de la localidad de Ucrania), impidiendo o interrumpiendo que llegara la educación como llega la leche o el resto de los alimentos. Sea como fuere, el Día Internacional de la Educación es un día que faltaba en el calendario y que no hace daño a nadie porque se haya hecho visible a partir de este año, respondió Arozamena cuando un padre, no precisamente el de Santiago Abad, le preguntó sobre la lectura espontánea que éste había hecho en su clase.
jueves, 31 de enero de 2019
martes, 29 de enero de 2019
PROFESORES SIN CHALECOS
Siguiendo la traza abierta por la información en los periódicos, pues no en balde es prima hermana del aprendizaje en las aulas, o pagas la enseñanza o será falsa, dijo en una entrevista el nuevo director de La Tribuna, revista de periodicidad semanal, cuando le preguntaron sobre el asunto, ante la avalancha de blogueros e influencers de éxito que escriben de lo humano y lo divino sobre la pantalla como hablan en la taberna o como se llame ahora ese lugar donde se beban las copas y todo lo demás. La entrevista venía después de un reportaje sobre el movimiento francés de los chalecos amarillos por la subida del gasoil. Cuando Ernesto Arozamena acabó de leer ambos relatos, mientras tomaba el primer café de la mañana antes de iniciar sus clases en el instituto, le vino a la cabeza la pregunta de por qué los profesores no se manifestaban con igual empeño que los chalequistas franceses dado que tenían similares problemas. Si los chalequistas franceses no estaban dispuestos a aceptar una subida de los carburantes (al menos está era la disculpa oficial de sus algaradas públicas), los profesores, pensó Arozamena, no deberíamos seguir dando clase sin la falta continuada de “aquellos”. Porque, efectivamente, el principal problema de la educación actual, a su entender, es la carencia creciente, por seguir con el símil de los chalequistas franceses, de “gasolina” en las aulas y en los hogares. Ni la tienen los profesores ni los padres, ni la tienen los alumnos y, por supuesto, ni saben que es eso desde hace muchas años las autoridades educativas. O pagas o la enseñanza será falsa, fue lo que se coló de fondón en la conciencia de Arozamena sin que pudiera evitarlo. Ergo, la enseñanza pública y gratuita que la tradición ilustrada ha venido defendiendo desde hace más de doscientos años es falsa, se preguntó mientras encaminaba sus pasos hacia el instituto. Mejor dicho, ¿ha sido la continuidad gratuidad lo que la ha convertida en falsa? Entonces, ¿hay una relación, hasta ahora desconocida para la comunidad educativa, entre gratuidad y falsedad? “El valor de una filosofía se aprecia mejor cuando entra en juego el amor, en ninguna parte puede el espíritu gritar con tanta furia como en los asuntos del corazón”, subrayó la autora de la entrevista al director de La Tribuna antes de preguntarle, si creía que la actual indignación que se respiraba en el ambiente escolar en particular y ciudadano en general tenía que ver con un aumento del sentimiento amoroso entre la población, o si, por el contrario, se había producido una mutación en la cita milenaria que le había traído a colación y la indignación ya no tenía que ver con la pasión humana, sino con algo más pedestre como son sus intereses más inmediatos, y si de esta aseveración se puede deducir su frase al comienzo de la entrevista, en la que indirectamente vincula la verdad con el dinero y la falsedad con la gratuidad. ¿Es una ambigüedad perfectamente calculada, para que el nuevo lector de su diario digital y de pago no tenga más remedio que buscar en ella su identidad personal? ¿Es éste el nuevo lector que usted busca en la nueva etapa de su periódico y, en consecuencia, el nuevo estudiante que asistirá a las instituciones educativas también de pago? Pues tengo entendido, continuó la entrevistadora, que piensa participar, de acuerdo con las autoridades académicas de esas instituciones privadas, en los nuevos diseños curriculares que están preparando para los próximos años? De repente, Ernesto Arozamena se dio cuenta de la capacidad que tiene el paso del tiempo para reírse y vengarse de las certidumbres, sobre todo de las propias que son las únicas verdaderas. Intuyó que algo empezaría a ir mal aquel día o tan remoto en el que las aulas de primaria fueron ocupadas, con la aquiescencia de los maestros, por expertos en la ensmeñanza de la lectura a los niños. De igual manera que los chalecos amarillos franceses no tienen un problema con los carburantes sino con la movilidad, sabía Arozamena que la educación pública y gratuita no tenía un problema con la falsedad sino con la comunicación. Nada le impidió aquella mañana, sin embargo, que al entrar en el instituto echara en falta no llevar puesto un chaleco amarillo.
lunes, 28 de enero de 2019
EL BIENESTAR
Es imposible negar que vivimos mejor que, pongamos, cincuenta o sesenta años atrás, pero nuestro espíritu (o alma) individual y colectivo sigue estando aún, pongamos, bajo la influencia implacable de ese cuadro de Goya que tituló para siempre hace más de doscientos años, “A garrotazos”. Lo primero es algo comprobable empíricamente, mientras que la segunda aseveración entraría dentro de las percepciones individuales. Todo lo cual no impidió que el otro día aconteciera en las instituciones y los medios de comunicación algo inusitado, a saber, el 24 de enero de 2019 se celebró por todo lo alto (en la medida que eso no se entienda literalmente como si la celebración haya sido a imagen y semejanza de un evento futbolístico de máxima competición europea o local), y por primera vez, el Día Internacional de la Educación. Al parecer, después de no pocas deliberaciones, la UNESCO ha encontrado un hueco en el calendario para hacer viables sus preocupaciones educativas respecto al mundo en el que vivimos. El bienestar de los últimos cincuenta o sesenta años se impuso, o más bien ocultó dependiendo de la percepción particular, a la belicosidad continental o local que nos acompaña desde hace más de doscientos, por no decir desde siempre; ¿se manifestó con esa prudencia un justo respeto por la corta existencia del reconocido bienestar? ¿o la ocultación fue deliberada con la intención de negar la existencia de aquella, debido a que el bienestar era la prueba fehaciente de su superación? Sin embargo, la cohabitación de ese bienestar material y su némesis en forma de malestar espiritual funciona a pleno rendimiento, y sin que se espere a medio o largo plazo entendimiento alguno entre las partes en litigio, tanto en las aulas escolares como en los hogares familiares, según el parecer de profesores como Ernesto Arozamena y madres como Erika Vergara. Por su parte, las noticias del acontecimiento se alinearon, o más bien aprovecharon la ocasión, para seguir dando forma a los beneficios incuestionables, que desde sus diferentes atalayas o pantallas vienen pregonando sin desmayo, denunciando al mismo tiempo, aunque no de forma explícita, a los, digamos, aguafiestas de ese maná que, tal y como ellos lo anuncian a través de su propaganda, parece caído del cielo. Como no podía ser de otra manera, la mayoría de los titulares se organizaron alrededor de la idea de que la educación continental y local va bien aunque necesita mejorar, reservando los titulares de más impacto para la situación de la educación en países en guerra. En este sentido cabe destacar la manera como ilustró su artículo la cooperante de una organización no gubernamental, Ana Peláez, dedicada a la mejora de la educación en los países que, para entendernos, no gozan de los beneficios de nuestro bienestar occidental. En la foto en cuestión aparece un niño de diez o doce años en medio de lo debió ser el aula de su escuela, ahora destrozada por una bomba. Las ruinas de la escuela, según apuntaba el pie de la foto, pertenecían al algún lugar desconocido de lo que hoy es la República de Ucrania.
sábado, 26 de enero de 2019
EL CAMINO DE ANNE CARSON
“El libro se abre el 20 de junio en Saint-Jean-Pied-de-Port y se cierra el 26 de julio en Finisterre, lógicamente tras haber estado y pasado por Santiago de Compostela. Carson hace el periplo en compañía de un hombre, del que no da su nombre y al que llama Mi Cid. Parece ser un amigo (amado). No son amantes, desde luego. Duermen en habitaciones separadas durante el VIAJE. Mi Cid suele caminar delante de ella. El personaje parece servirle como pared, para contrastar actitudes, miradas y caracteres distintos: él tiene más energía, es más positivo, más optimista, más sereno. A ella le gusta, pero, a veces, le crispa. Llegan a discutir. La diarista se cansa, se enfurece, se desespera, se contraría, bromea con sarcasmo. Incluso se emborracha. No es un ángel en marcha. Los dos son –dice ella- animales enredados.”
miércoles, 23 de enero de 2019
IMPIEDAD
Ernesto Arozamena dijo en la entrevista que le hizo una periodista local, a propósito de unas jornadas sobre educación y democracia organizadas por la concejalía de educación de la ciudad donde se encuentra el instituto en el que imparte sus clases, que “de verdad que lo intento cada día, pero cada vez estoy más convencido de que esto de tener hijos es una estafa. A veces siento nauseas.” Era febrero de 2017, cuando ya empezaba a tener sus efectos sobre el continente europeo la avalancha de los refugiados de la guerra de oriente próximo. La periodista se refirió en su pregunta a lo que parecía una evidencia y que no era otra que las nuevas tecnologías habían llegado para quedarse y conformar una nueva era, como lo hizo la rueda o la imprenta en su momento. Lo que le extrañaba a la periodista era la resistencia o, mejor dicho, la callada preocupación de muchos docentes y padres tenían para aceptarlo. Arozamena se sintió directamente interpelado y contestó que el rechazo no tenía que ver tanto con la irrupción de nuevas tecnologías en sí, pues eso ha ocurrido como se ha dicho desde la invención de la rueda o la imprenta, sino con su diseño y, sobre todo, con la manera despiadada que tienen de incorporarse a nuestras vidas cotidianas. Es falta de piedad es lo más significativo, ya que no ha ocurrido nunca antes en la historia de la humanidad, de la irrupción de la tecnología digital en la forma de existencia actual. Para entendernos, dijo Arozamena, es como si el lenguaje propio de los gobernantes (o aspirantes a serlo) hubiera bajado desde las alturas y se hubiese encarnado, haciéndolo suyo, en el de los gobernados. Los gobernantes (o aspirantes a serlo) nunca tienen experiencia directa de las alegrías y sinsabores, en fin, de las necesidades y carencias propias de la vida de sus gobernados. La misión de cada gobernante (o aspirante a serlo) cuando se levanta cada mañana, pongamos, es pronunciar un discurso o hacer una entrevista o inaugurar un evento, etc. mediante los cuales hará mofa o escarnio, según el día, de sus oponentes, aprovechando sus palabras para elevar a lo más alto los beneficios indudables de su propia actividad. Da igual la forma que adquiera esa representación y el escenario donde tenga lugar, lo delictivo del asunto es que ese conjunto de desprecios, loas y amenazas cuidadosamente cocinadas y dichas con el equilibrio adecuado, protegen al actor de semejante farsa de afrontar los resultados insoportables de su acción teatral. Los unos y los otros, los que están y los que aspiran a estar aupados en el poder, saben que lo que hacen tiene consecuencias, pero esa protección hace que no les lleguen de forma inmediata, sino cuando ellos ya no ocupan el sitial desde donde las pronunciaron. Pues eso, que ha siso durante siglos lo propio y lo apropiado del ejercicio del poder, continuó Arozamena, es lo que, mediante la forma en que han irrumpido las nuevas tecnologías en la vida de los ciudadanos, ha conseguido que sea también lo propio y apropiado de su existencia llena a rebosar de bienestar. Un exceso de bienestar que lo deforma todo, como ocurre siempre que algo pretende erigirse en lo Único. Por eso, al final de la entrevista Arozamena insistió a la periodista que no cambiara impiedad por falta de empatía. En la educación actual, dijo, en la relación que mantienen sus protagonistas (profesores, alumnos y padres) no hay falta de empatía ni de conversación entre ellos, ya que no es causa de nada pues no hay desniveles entre sí que lo posibiliten, simplemente, hay una variante más de la uniformización imperante, en fin, otra forma de decir que sobra de todo. Lo que realmente existe, bajo esa igualación aparente, es “hambre”, que aparece porque ahí debajo no hay nada, y la náusea que produce ver a tantos niños y adolescentes que pasan “hambre.” Aunque no es una náusea derivada de ver pasar hambre a los niños en la guerra. La náusea es otra y la guerra también. Ahora las supuestas víctimas son muy exigentes y están llenas de resentimiento. ¿Cuanto he de esperar para que esto acabe?, Arozamena le dijo a la periodista que quería que ese fuera el título de la entrevista.
martes, 22 de enero de 2019
SIN EMPATÍA
En septiembre de 2008, pocos días después del derrumbe de Lehman Brothers en la bolsa de Nueva York, el peluquero López adquirió en propiedad la peluquería del pueblo donde vivía, Artiles, mediante una operación de traspaso de su dueño anterior, a la sazón su jefe desde que entró a trabajar como aprendiz nada más cumplir los dieciocho años. En diciembre de ese mismo año nació su tercer y último hijo. Los dos mayores tenían entonces siete y cinco años de edad respectivamente. Al día de hoy el negocio del peluquero López goza de una envidiable salud avalada, sin duda, por su riguroso quehacer profesional. Sin embargo, como muchos otros padres de su edad, no está consiguiendo como él pensaba, en justa correspondencia con su éxito profesional, el éxito educativo y familiar que esperaba darles a sus hijos. Le sorprende comprobar, cada día, que la lógica de su trayectoria profesional, consistente en buscar actos para unas consecuencias, no tiene utilidad práctica para ordenar, dentro del ámbito de la familia, la vida educativa de sus hijos. Ni siquiera puede echar mano de lo oculto que existe en todas las relaciones amorosas, pues la falta de empatía que han desarrollado sus hijos en los últimos dos años, en relación con él y con su mujer, le hace pensar que aquellas ya no existen si es que alguna vez lo hicieron. Tampoco el peluquero López puede acudir a la comunidad educativa a la que pertenecen sus hijos, formada por sus profesores y los padres de sus compañeros de aula. Ninguno de los actos que surgen de los distintos comités o comisiones que, a tal fin, se constituyen nada más comenzar el curso, necesitan otra consecuencia que no sea esa vaguedad que repiten invariablemente sus promotores, a saber, todo sea por el bien de los niños, lo cual está consiguiendo, justo por el hecho de que nadie en su sano juicio podría decir o hacer algo en contra de semejante aseveración, que el peluquero Lopez prefiera la justicia al amor de sus hijos. Un sentimiento que se manifiesta de manera indiscriminada y exclusiva a través de los dispositivos que cada uno de sus tres hijos. Lo cual lo sumerge en la inseguridad en que se encuentra actualmente, ya que si el amor de sus hijos expresado a través de sus cacharros borra, como él piensa, todas las percepciones y sus matices, entonces ese amor filial estaba lleno de la más absoluta de las indiferencias. Por recomendación de su mujer, que en esto es una firme seguidora de los preceptos de la comunidad escolar, si tiene que hablar con sus hijos, dado el bloqueo conversacional que tienen en el cara a cara, mejor que lo haga por whaspp. Por el otro lado, la jefa de estudios de su hija mayor dijo en una reunión rutinaria que su hija los adoraba. El peluquero López contestó que le parecía bien, teniendo en cuenta la guerra que les había dado, aunque no ha perdido ni un minuto en pedirles que le subvencionaran los estudios en USA.
lunes, 21 de enero de 2019
RELATOS SAGRADOS
Dice Muñoz Molina en el artículo adjunto:
“La indagación en el origen y en la pervivencia de las religiones es un campo de conocimiento apasionante: también es de una gran urgencia práctica. Nos importa mucho comprender por qué hay hombres jóvenes impacientes por volarse con un cinturón de explosivos en un vagón de metro, y por qué millones de creyentes evangélicos han unido sus votos para elegir a individuos en apariencia tan poco cercanos a la piedad y la sencillez de los Evangelios como Jair Bolsonaro o Donald Trump.”
A lo que pregunto:
¿Habría que añadir, con la misma urgencia, la comprensión de la impiedad realmente existente entre los sacerdotes de Silicon Valley? ¿No es ahí donde han desplazado sus sedes el Vaticano y la Meca actuales, como hacen los museos del arte contemporáneo ? ¿No son correlatos paralelos (Vaticano/Meca y Silicon Valley) que, antes que rechazarse, dialogan a nuestras espaldas en un tiempo histórico (finales del siglo XX y comiénzanos del siglo XXl) en el que la erótica del mal y la de la imaginación más creativa viven codo con codo? En fin. ¿Cuáles son los ritos del sacrificio en la era digital? ¿Cuáles son sus víctimas y cuáles sus oficiantes? No en balde, el narrador del vídeo adjunto sobre la historia de Internet nos invita a adentrarnos en la sala donde se encuentra el primer ordenador de la historia, que empezó a funcionar en octubre de 1969, como un lugar sagrado. ¿La velocidad con que algo se hace Sagrado en la modernidad digital, 50 años, invalida o anula la poderosa fuerza de su sacralidad? ¿O simplemente, como sugiere, Muñoz Molina, hace emerger en plan nemésis redentora las sacralidades existentes (cocidas a otra velocidad y en otro tiempo ) que no se habían ido, sino que habían quedado a la espera de que recule la impiedad de los consumidores de lo digital, pues como apunta la física moderna cuanto más te aproximas a la velocidad de la luz antes desapareces como materia, convirtiéndote en energía? ¿No es eso en que uno se convierte a esa velocidad una manera de denominar al alma? ¿No es eso lo que desde siempre han deseado experimentar los místicos, desprenderse del cuerpo para trascender? Para acabar, ¿se puede entender la era digital como la mejor manera que ha descubierto la especie humana de acceder masivamente a lo místico (algo reservado en las otras sacralidades a los elegidos), aunque, paradójicamente, es también la manera menos mala de sobrevivir materialmente en un mundo sin Dios redentor, hitertécnico y nihilista? ¿Se puede pensar hoy la exterioridad de lo digital sin sentir íntimamente la sacralidad que lleva implícita? ¿Es lo que Bill Viola nos sugiere en su exposición conquense Vía mística?
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viernes, 18 de enero de 2019
LA MALDICIÓN
Es una maldición vivir en tiempos interesantes, dice un antiguo proverbio chino, que Ernesto Arozamena escribió en la pizarra advirtiendo a sus alumnos que permanecería ahí, a la vista de todos, durante el resto del curso. Pretendía con ello que la carga de extrañeza que tiene la cita interpelara todas y cada una de sus intervenciones orales y por escrito. Dicho de otra manera, pretendía que la cita vigilara su posición ante lo inabarcable de la vida que, por obra y gracia de los teléfonos móviles que los acompañaban día y noche, había desaparecido del horizonte de sus existencias. Para ellos todo era posible. La cuestión, en última instancia, era dilucidar en qué medida la maldición del proverbio chino tiene que ver con los tiempos históricos o con la manera de enfrentarse a ellos por parte de quienes los habitaban en cada época. Y hoy quienes habitan el presente del instituto de Arozamena eran los alumnos más los profesores y los padres de aquellos, que los acompañan y subvencionan su particular andadura educativa. Que nadie pensara que les iba a pedir que dejaran los móviles en sus casa, les dijo con énfasis. El alcance de la maldición, o no, del proverbio chino tiene que ver también con la autonomía de su inteligencia digital. En el caso de las predicciones incumplidas de Alfred Nobel respecto al efecto disuasorio de un crecimiento exponencial del arsenal armamentístico de las naciones, preguntó a sus alumnos si pensaban que tenían que ver con la falta de tecnología predictiva suficiente que había a finales del siglo XIX, y si era algo que hoy no habría ocurrido de ninguna de las maneras; o que, sencillamente, Alfred Nobel era un cantamañanas más de los que aparecen en los momentos históricos interesantes, al que le gustaba persuadir a su audiencia con una palabrería de imposible realización empírica aunque sí de una fuerte atracción identitaria personal y colectiva. La segunda pregunta que lanzó a sus alumnos fue, ¿son interesantes los tiempos que os ha tocado vivir, en tanto en cuanto la maldición que fomentan tiene que ver con que su interés es inabarcable? Dejo pasar unos minutos y la conversación entre ellos no aconteció ni pararía por su actitud que fuera a hacerlo en los minutos que quedaban de clase. Unos buscaron en su móvil una hipotética respuesta a las preguntas de Arozamena; otros empezaron a enviarse entre sí mensaje de texto; no hubo nadie que quisiera hablar en voz alta sobre el asunto. Sonó el timbre y se despidieron hasta la próxima clase.
jueves, 17 de enero de 2019
PHUBBING
Cuando Ernesto Arozamena interpeló a Alejandro Pitarch sobre la propuesta para encarar el módulo sobre la Segunda Guerra Mundial, observó que al menos otros cinco alumnos parecían dormidos sentados en sus pupitres. No lo estaban exactamente, sino que, al parecer según pudo comprobar después, carecían de la habilidad de Pitarch de mantener el contacto visual hacia lo que decía su profesor y simultáneamente mover los dedos sobre el teclado de sus móviles. Eso que en la lengua inglesa se expresa mediante la palabra phubbing. La escena no era nueva, pues acontecía habitualmente en sus clases, lo que para él era nuevo y sorprendente al mismo tiempo fue comprobar el salto cualitativo que daba Pitarch a su experiencia, en la que las dos conductas, sobre el móvil y sobre la atención visual, pareciesen autenticas. Nada más observarlo tuvo la tentación de ver en la aptitud de Pitarch un avance educativo (no en balde le dijo que le resultaba fácil hacer eso que hacía) propiciado por el uso del teléfono móvil en clase, a lo que Arozamena se había opuesto desde siempre, haciéndolo así notar en los diferentes institutos en donde ha dado clase. Pitarch aparentaba demostrar empíricamente que la atención visual se reforzaba con el tecleado simultáneo del móvil con los dedos, y viceversa; que lo que estaba viendo lo ponía por escrito sobre la pantalla (eso es lo que a él le parecía o le gustaba creerse), en definitiva, era una forma habilidosa de tomar los clásicos apuntes en clase, ahorrándose así el aspecto repetitivo y cansino de tener que volver sobre ellos para pasarlos a limpio, de todo lo cual se derivaba una ventaja ineludible, pero subsidiaria, Pitarch no solo tiene más tiempo, sino que se encuentra en mejores condiciones que sus compañeros para pensar sobre esos apuntes que ha tomado. Si lo analizaba así, Arozamena volvía a reconciliarse con el uso de las nuevas tecnologías en el proceso de aprendizaje en el aula. Sin embargo, no podía dejar de olvidar que la aplicación de las nuevas tecnologías a la educación no nace de una necesidad íntima de quienes se tienen que hacer cargo de ella. El carácter externo y extraño de su aparición, por mucho que las autoridades educativas se empeñen en lo contrario, no deja de hacerlas sospechosas a ojos vista de Arozamena en tres aspectos reconocidos por todos los usuarios, sino de forma explícita si mediante la observación de la experiencia derivada de su uso permanente. A Arozamena se le encallaba la secuencia de su pensamiento cuando se daba cuenta (tal y como dicen los estudios que se van publicando, y que ha leído atentamente, sobre la influencia perniciosa de las nuevas tecnologías en el desarrollo cognitivo de los alumnos) de que estos usan las nuevas tecnologías, como todo quisque, para sentir que en todo momento son oídos, porque en todo momento pueden poner su atención en aquello que les interesa y, muy importante, para no sentirse nunca solos. No quiso darle más vueltas al asunto, pues sabía que luego tendría que tratar con el desconcierto propio de todo aprendizaje (y el de la Segunda Guerra Mundial era muy propicio a ello) y su inevitable silencio, que los adictos al móvil llaman vacío que hay rellenar con urgencia antes que se apodere de ellos el aburrimiento. Cuando se topó con esta palabra en sus cavilaciones Arozamena decidió pasar a la acción. Quedaban pocos minutos para que sonara el timbre que anunciaba el fin de la clase. Dejó de mirar a Pitarch y a sus compañeros, y dijo en voz alta no exenta de énfasis y elocuencia que copiarán lo que les iba a dictar. No tenía que ver exactamente con la Segunda Guerra Mundial, sino con un remoto prolegómeno. En la próxima clase hablarían de la lectura que hayan hecho. A continuación leyó lo siguiente, que había escrito en un papel que sacó de su cartera: Alfred Nobel, el fabricante de explosivos (cuyo apellido da nombre y lustre a los premios más importantes que se conceden anualmente al saber y la investigación humana) estaba hablando con su amiga la baronesa Bertha voz Suttner, autora de ¡Abajo las armas! Von Suttner, uno de los fundadores del movimiento europeo contra la guerra, acababa de asistir a la cuarta Conferencia Mundial de la Paz en Berna. Era agosto de 1892. Quizá mis fábricas pondrán fin a la guerra antes incluso que vuestros congresos, dijo Alfred Nobel. El día en que dos cuerpos de ejército puedan aniquilarse mutuamente en un segundo, es probable que todas las naciones civilizadas se echen atrás, horrorizadas y licencien a sus tropas.
miércoles, 16 de enero de 2019
LA BROMA INFINITA
Las nuevas tecnologías están logrando algo impremeditado por su propia sintaxis, a saber, acelerar el proceso de envejecimiento de sus usuarios más fanáticos. Cualquiera que ahora viva sus diecisiete años a un móvil en la mano pegado, como Góngora vivía pegado a su nariz, será calificado en un lapso temporal de entre cinco o diez años de viejuno por quien ahora está aprendiendo a comer las primeras papillas o a aprender las primeras letras. No es una broma de mal gusto, es sencillamente la broma infinita, que ya imaginó David Foster Wallace en su novela del mismo título, y que abraza tanto a los adictos a Internet, y a cualquiera de los muchos adictos que está produciendo la modernidad, como a sus palmeros que los llaman clientes. Dicho de otra manera, la broma infinita que acompaña a la nuevas tecnologías es la consecuencia directa de esa convicción que defiende que vivir desde que uno viene al mundo, cada vez más cerca de la velocidad de la luz, es la mejor manera de vivir. No otra cosa es querer estar permanentemente conectado, prefiriendo el mundo de las pantallas al que sigue existiendo justo al lado de quien las mira. No otra cosa, de igual manera, es aplicar las teorías de la física moderna a la vida cotidiana, aunque la mayoría de los adictos no sepan nada de aquellas ni de sus autores. Como no podía ser de otra manera (visto lo visto, esto sólo lo podemos saber hoy), el éxito del pensamiento de Einstein o Heisenberg, por poner a dos inteligencias deslumbrantes del asunto, solo podía verificarse en el ámbito propio de empirismo tecnológico y en el de la búsqueda del máximo beneficio que acompaña a las leyes del mercado. Sin embargo, lo que no podía ser de otra manera, en justa correspondencia con ese imperativo tecno económico tan excluyente de todo lo demás como persuasivo, han sido siempre sus intenciones. Me refiero a que la revuelta juvenil de Mayo de 68, que afectó a lo social, lo político, lo psicológico y, sobre todo, a la idea que cada cual tenía de su intimidad, pudiera envejecer y menos imaginable aun que envejeciera adecuadamente, es decir, que se transformara a medida que pasaban los años en la herencia o el ejemplo adecuados de la forma de irrumpir en el mundo de las siguientes generaciones. Lo cual significa que la lucha por la liberación individual de la juventud (milenariamente sometida por la autoridad patriarcal) reñida por aquellos jóvenes sesentayochistas durante aquellos años tumultuosos y esperanzados no ha tenido como consecuencia todavía su emancipación moral, que no es otra que aceptar que la libertad adquirida por la revuelta tiene consecuencias y que, como decía ayer Ernesto Arozamena, no son las que nos marcan la comisaría de policía o los tribunales de justicia, sino que llegan, cuando el que las ha producido con sus actos no se las espera, buscando a su autor, como lo hacen aquellos personales de la literatura, para pedirle cuentas en plan que hay de lo mío. En esas estaba Alejandro Pitarch cuando escuchó la propuesta de su profesor Ernesto Arozamena, que consistía en poner la máxima atención respecto a los vínculos que tienen los hechos y sus consecuencia fuera de la inmediatez mecánica que establece la proximidad a la velocidad de la luz en la que él y sus compañeros vivían instalados. Impuestos aquellos hechos y sus consecuencias por las nuevas tecnologías, las cuales no por ser más rápidas dejan de ser incluso más mecánicas si cabe y, por tanto, en similar proporción, más reduccionistas en su trato con los enigmas de la existencia humana, que no dejarán de aparecer mientras aquella velocidad no sea exactamente la misma que la velocidad de la luz, lo cual como es fácil suponer es imposible en el ámbito de nuestras existencias limitadas y mortales. Ernesto Arozamena le preguntó a Pitarch si había comprendido la propuesta de trabajo, tecleando como había estado su móvil mientras la explicaba en el aula. Perfectamente, respondió Pitarch, ya que mantener la atención visual y teclear su móvil es algo que hago constantemente y, además, lo hago bien, tal y como me corroboran mis colegas de chateo y de mesa. Arozamena se dio cuenta de que Pitarch estaba, como la mayoría de sus alumnos, en otra parte. Durante casi todas las horas lectivas del curso, estando en el aula, estaban siempre en otra parte, donde creyendo estar con todo el mundo estaban a solas con cada uno mismo, como si no hubiera mundo, o como si el mundo estuviera lleno de cada uno de ellos por separado. Dicho de otra manera, el aula de Arozamena estaba llena de mundos paralelos interconectados, donde ninguno de sus propietarios se miraba a la cara.
martes, 15 de enero de 2019
LAS CONSECUENCIAS
Todo lo que nos sucede está formado por hechos y por una reacción viva, la nuestra, frente a lo que nos sucede con esos hechos. Con estas palabras comenzó la clase Ernesto Arozamena el mismo día en el que iban a hablar sobre la Segunda Guerra Mundial, dentro del módulo de la historia del siglo XX. Era el 17 de marzo de 2018. Pretendía hacer experimentar a sus alumnos que los actos ominoso de aquellas catástrofes tenías consecuencias, no como las cuentan los historiadores o los periodistas o novelistas históricos, sino que son aquellas que parecen presentarse ante nosotros por su cuenta, sin necesidad de causa alguna, como si con ellas mismas pareciera que el mundo echó a andar por primera vez. Más que consecuencias parecen epifanías, tal como estáis acostumbrados a escucharlas, les dijo. Mucho antes de la escolarización obligatoria, al entender de Arozamena, sólo había una minoría de lectores complejos y una gran mayoría de analfabetos reales y, por tanto, pasivos e invisibles. Con la llegada de la era digital el asunto de la lectura mantuvo por un lado la minoría de lectores complejos, pero por el otro lado mutó hacia una gran mayoría de analfabetos funcionales (algo difícil de definir pues abarca a todos los estatus sociales) muy visibles ya que son unos activistas fanáticos del analfabetismo funcional, sobre todo a través de su éxito profesional y en las redes sociales. Estos últimos son los que, al fin y a la postre, han acabado imponiendo su ley gracias a su pertinaz militancia en el cotilleo mediático, por lo que la grieta con respecto a los lectores complejos no deja de agrandarse. Las grandes catástrofes de 1945, dijo Arozamena a sus alumnos, es el acontecimiento más relevante (lo que también quiere decir más complejo) desde la caída del imperio romano, y los efectos de su influencia llegan todavía hasta hoy en día, incluido al ámbito de vuestras vidas particulares. No vale decir, como soléis hacer, que lo que no tiene que ver con vuestra experiencia directa no os incumbe o, peor aún, no existe. Justamente porque las consecuencias de aquella colosal barbarie llegan por su cuenta, como si no tuvieran origen, a vosotros os parecen que tiene que ver con vuestros propios actos. Los hechos y sus consecuencias no se relacionan por la inmediatez de la vía mecánica, sino mediante espacios y seres intermedios e inviables. Esto es algo en lo que me interesa que prestéis mucha atención.
lunes, 14 de enero de 2019
LOS HECHOS
Hoy ya nadie cree en los hechos, y yo no creo en nadie, entonces ¿por qué tengo que creer en los hechos? mejor los invento, escribió Alejandro Pitarch en su diario como alumno de segundo de bachillerato, nada más comenzar el nuevo curso escolar en el que debía tomar la decisión sobre cómo debería ser su futuro universitario. ¿En qué medida estas notas, descubiertas de forma azarosa por Ernesto Arozamena a la sazón su nuevo tutor en el curso recién comenzado, son fruto de contracciones no necesariamente antagónicas, ya que se repiten con mucha frecuencia en las conversaciones de las redes sociales? ¿En qué medida el mudo resentimiento, que hoy ocupa las mentes de muchos recién estrenados como adultos, se funda en esos antagonismos mal resueltos tanto en el aula como en el hogar? Visto lo visto, piensa Arozamena, ¿se puede confiar alegremente en las indicaciones de los nuevos pedagogos? ¿Qué ocurre cuando el mudo resentimiento toma la palabra, o se pone en acción? Por decirlo así, ¿cual es el Código deontológico del buen conversador? En última instancia, ¿sigue siendo válido aquello de que el otro puede que tenga razón? Sin embargo, irrumpe con fuerza un aspecto de la comunicación humana de la que no se está haciendo cargo el nuevo pedagogismo en las aulas y en los hogares, dice Arozamena. La confrontación, que se produce en quienes nos acercamos a los hechos reales o de ficción, entre el lenguaje del impacto que nos llega a través de lo que perciben nuestros sentidos y el lenguaje de la reflexión que siempre se pone en marcha a través de la palabra oral o escrita, y que puede ser lógico o poético.
domingo, 6 de enero de 2019
EL MAESTRO
“Henry James es (como, en otra línea bien distinta, Samuel Beckett) la imagen prototípica del “ESCRITOR”. Su aportación a la novela, el gran salto del modelo victoriano a la modernidad y la creación de la teoría del punto de vista, ha sido esencial para la evolución del género “novela” del siglo XIX al XX, y hoy día sigue siendo el maestro para escritores y lectores y lo seguirá siendo mientras exista la literatura. Sus cuentos forman un corpus impagable para adentrarse en su obra; no solo son piezas de muy alta calidad (y muchos de ellos geniales): forman el basamento de donde se asienta, se apoya y que acompaña su obra novelesca. El editor los introduce uno a uno relacionándolos con el conjunto de su producción narrativa.”
sábado, 5 de enero de 2019
A VER SI ME ACLARO
Hace unos días leí en el blog de notas que ha abierto un amigo lo siguiente,
“Es verdad: nosotros amamos la vida no porque estemos acostumbrados a vivir, sino porque estamos acostumbrados a amar". F. Nietzsche
De inmediato me atrajeron la misteriosa relación entre las dos primeras palabras y la última frase. Le presté más atención y al final le escribí lo siguiente,
Como negarlo. Nótese, sin embargo, el tono incondicional de la última frase que tiñe toda la locución. Lo cual quiere decir que solo se puede amar lo que no existe y no es como existe y es la vida. ¿Quien es ese ser que ha cumplido esta función con éxito durante casi dos milenios?, Dios o como se le quiera llamar, pongamos, naturaleza. La razón técnica científica que inspira la modernidad progresista o revolucionaria desde hace cuatrocientos años (“el libro de la naturaleza está escrito con caracteres matemáticos, con números y relaciones entre números”, Galileo) cambió la verdad por la exactitud, el cielo por la tierra, y solo se mueve por los intereses materiales que esa exactitud genera a su alrededor. Ahora bien, ¿qué significa vivir sin poder amar incondicionalmente la verdad, es decir, lo que no es y no existe exactamente? Sea por ello, tal vez, que los así llamados progresistas o revolucionarios hayan sido y sean los amantes (de personas o cosas) menos fiables del mundo, pues lo que dicen que quieren solo lo quieren en tanto en cuanto se llegue a hacer realidad con precisión matemática, como ordena Galileo desde entonces. Imponen férreamente así su voluntad a sus afectos y a los de los demás. Para entendernos, un moderno progresista o revolucionario solo se declarará a su amante (persona o cosa), como Robespierre se declaró a la Revolución Francesa, diciéndole aquello de “soy exactamente como te amo”. Que nos queda entonces, ¿echar la visita atrás y recuperar la eternidad que hay en la verdad inalcanzable o seguir hacia adelante hasta conseguir la inmortalidad que promete la exactitud al alcance de la mano o de un clic?
Luego leí Medea y escribí la entrada de ayer. Al final de este viaje de ida y vuelta al mundo antiguo, pasando por el autor de Así habló Zaratustra, me entra la duda de si habré equiparado la vida de Medea con la de Robespierre, lo cual vendría a confirmar mi idea de que el pasado no me abandona nunca, aunque no se muy bien que hacer con su permanente presencia.
viernes, 4 de enero de 2019
MEDEA
Desconcertado por la lectura de Medea, la pieza teatral de Eurípides (básicamente porque como lector de teatro no se donde ponerme, aunque los entendidos dicen que ese lugar es el del Coro de mujeres, que es, más o menos, como la audiencia mediática actual), lo que me parece más llamativo, para un lector como yo de matriz católica apostólica romana, es la ausencia de culpa en la relación de los protagonistas, y, por tanto, de la innecesaria obligación de perdonarse entre ellos. Es como si a esos dioses amorales, como son los griegos, les correspondiera en justo correlativo imaginario unos seres mortales libres de ese fardo del pecado, que tanto nos aflige todavía a los herederos de la cultura romano cristiana, incluso después del revolcón de las revoluciones laicas habidas y por haber. Lo que acontece entonces, cuando no prevalece ni la estricta moral ni la severa ley divina (o su condena anticlerical, que tanto da pues es al continuación de esa rigidez y esa severidad por otros medios), es la lucha de fuerzas en liza que buscan encarnarse en un campo de batalla o escenario muy concreto (¿es eso lo que buscan las palabras de una obra teatral?), en este caso y con intención simbólica: el lecho o tálamo conyugal, y la reproducción y perduración de la especie como asunto primordial en litigio. ¿Solo eso?, me dicta al oído mi conciencia romana cristiana. Acontece, sin aspavientos ni adornos, la lucha por la vida junto a los sueños que lleva dentro, más los sueños que los combaten desde fuera, lo cual constituye y define conjuntamente el destino de los seres mortales. Todo bajo la mirada, más bien despreocupada, de una constelación de dioses de diferente pelaje y ambigua autoridad sobre cada uno de esos destinos, con los que solo se cruzan cuando los llaman los mortales en lucha, y si sacan algo a cambio. ¿Ves ahora mejor en que consiste la infinita misericordia del dios romano cristiano, y la de todos sus imitadores laicos posteriores, y, por ende, nuestra propia generosidad o fraternidad o solidaridad?, insiste tozuda aquella conciencia mía. La cosa podía quedar así. Medea y Jasón, como cualquier pareja, hicieron un pacto para tener hijos sobre el tálamo, y después cuidarlos. Medea dice en un momento de su ira que no se casó con Jasón por otro motivo que no fuera ese, ¿cómo cualquier mujer desde entonces?; o quiso decir de otra manera, ¿en ese momento funde con esas palabras el amor y el odio que simultáneamente siente por su marido? Pero Jasón, fuertemente atraído por la mujer de sus sueños (la hija de Creonte, tirano de Corintio), ha traicionado el pacto que tácitamente firmó con la mujer de su vida. Una deslealtad imperdonable para esa vida y esa mujer, que ahora alcanza también a los dos hijos que han procreado; una traición que, aunque necesaria para que los sueños de Jasón se cumplan, los cuales no dejan de ser solo suyos, irreductibles e irrepetibles (como todos los sueños de cualquier mortal). Pero con dos niños aquí delante (¡los ves!, clama Medea desesperada), fruto de aquel pacto de lealtad, ¿qué es lo más importante, los sueños propios de Jasón o la vida común de los cuatro? ¿Y los sueños de Medea? Nunca son cosa diferente a la vida misma, como su pensamiento y su lenguaje. Engendra y habla; luego mata a quienes ha engendrado y a quienes considera cómplices necesarios de la colosal ofensa de su marido, que no es otra que traicionar a la vida misma, no como bien supremo tal y como la imaginan los sueños mortales, sino como elemental y frágil bien humano. A cambio de su huida y salvación, se reproducirá de nuevo con el anciano Egeo. Es decir, volverá a soñar dentro de la vida. El dios apostólico romano cristiano, y sus imitadores laicos hasta el día de hoy, han condenado sin piedad a las Medeas de cada época, pues fueron contra ese precepto clerical de separar la lucha por la vida de los sueños de la vida. Lo mismo que hicieron con el pensamiento y el lenguaje que lo produce. Vida y sueños, pensamiento y lenguaje, quisieron los tiranos que cada cual, quirúrgicamente separados, vaya por su lado. Así nos impusieron la culpa por las traiciones inevitables a la vida y el perdón por no satisfacer nunca los sueños. Y un día el dios Romano cristiano desapareció para siempre, dejándonos aquella frase por boca calderoniana que nos obliga a creer que “toda la vida es un sueño y los sueños sueños son”, que tanto daño ha hecho y hace a la humanidad occidental, porque el Dios católico apostólico romano nunca acude, desde donde se encuentre, cuando los mortales lo necesitamos, tal y como si acudieron de forma admirable los dioses griegos a liberar a Medea del secuestro y muerte segura a manos de los tiranos de Corintio. Sea por ello, tal vez, que aquí sigo con la conciencia desconcertada. Y es que o la antigua Grecia está muy lejos o el Vaticano muy cerca todavía. Esperemos que Mamet nos proporcione una luz moderna sobre estos asuntos.
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