lunes, 28 de enero de 2019

EL BIENESTAR

Es imposible negar que vivimos mejor que, pongamos, cincuenta o sesenta años atrás, pero nuestro espíritu (o alma) individual y colectivo sigue estando aún, pongamos, bajo la influencia implacable de ese cuadro de Goya que tituló para siempre hace más de doscientos años, “A garrotazos”. Lo primero es algo comprobable empíricamente, mientras que la segunda aseveración entraría dentro de las percepciones individuales. Todo lo cual no impidió que el otro día aconteciera en las instituciones y los medios de comunicación algo inusitado, a saber, el 24 de enero de 2019 se celebró por todo lo alto (en la medida que eso no se entienda literalmente como si la celebración haya sido a imagen y semejanza de un evento futbolístico de máxima competición europea o local), y por primera vez, el Día Internacional de la Educación. Al parecer, después de no pocas deliberaciones, la UNESCO ha encontrado un hueco en el calendario para hacer viables sus preocupaciones educativas respecto al mundo en el que vivimos. El bienestar de los últimos cincuenta o sesenta años se impuso, o más bien ocultó dependiendo de la percepción particular, a la belicosidad continental o local que nos acompaña desde hace más de doscientos, por no decir desde siempre; ¿se manifestó con esa prudencia un justo respeto por la corta existencia del reconocido bienestar? ¿o la ocultación fue deliberada con la intención de negar la existencia de aquella, debido a que el bienestar era la prueba fehaciente de su superación? Sin embargo, la cohabitación de ese bienestar material y su némesis en forma de malestar espiritual funciona a pleno rendimiento, y sin que se espere a medio o largo plazo entendimiento alguno entre las partes en litigio, tanto en las aulas escolares como en los hogares familiares, según el parecer de profesores como Ernesto Arozamena y madres como Erika Vergara. Por su parte, las noticias del acontecimiento se alinearon, o más bien aprovecharon la ocasión, para seguir dando forma a los beneficios incuestionables, que desde sus diferentes atalayas o pantallas vienen pregonando sin desmayo, denunciando al mismo tiempo, aunque no de forma explícita, a los, digamos, aguafiestas de ese maná que, tal y como ellos lo anuncian a través de su propaganda, parece caído del cielo. Como no podía ser de otra manera, la mayoría de los titulares se organizaron alrededor de la idea de que la educación continental y local va bien aunque necesita mejorar, reservando los titulares de más impacto para la situación de la educación en países en guerra. En este sentido cabe destacar la manera como  ilustró su artículo la cooperante de una organización no gubernamental, Ana Peláez, dedicada a la mejora de la educación en los países que, para entendernos, no gozan de los beneficios de nuestro bienestar occidental. En la foto en cuestión aparece un niño de diez o doce años en medio de lo debió ser el aula de su escuela, ahora destrozada por una bomba. Las ruinas de la escuela, según apuntaba el pie de la foto, pertenecían al algún lugar desconocido de lo que hoy es la República de Ucrania.