sábado, 5 de enero de 2019

A VER SI ME ACLARO

Hace unos días leí en el blog de notas que ha abierto un amigo lo siguiente,
“Es verdad: nosotros amamos la vida no porque estemos acostumbrados a vivir, sino porque estamos acostumbrados a amar". F. Nietzsche
De inmediato me atrajeron la misteriosa relación entre las dos primeras palabras y la última frase. Le presté más atención y al final le escribí lo siguiente,
Como negarlo. Nótese, sin embargo, el tono incondicional de la última frase que tiñe toda la locución. Lo cual quiere decir que solo se puede amar lo que no existe y no es como existe y es la vida. ¿Quien es ese ser que ha cumplido esta función con éxito durante casi dos milenios?, Dios o como se le quiera llamar, pongamos, naturaleza. La razón técnica científica que inspira la modernidad progresista o revolucionaria desde hace cuatrocientos años (“el libro de la naturaleza está escrito con caracteres matemáticos, con números y relaciones entre números”, Galileo) cambió la verdad por la exactitud, el cielo por la tierra, y solo se mueve por los intereses materiales que esa exactitud genera a su alrededor. Ahora bien, ¿qué significa vivir sin poder amar incondicionalmente la verdad, es decir, lo que no es y no existe exactamente? Sea por ello, tal vez, que los así llamados progresistas o revolucionarios hayan sido y sean los amantes (de personas o cosas) menos fiables del mundo, pues lo que dicen que quieren solo lo quieren en tanto en cuanto se llegue a hacer realidad con precisión matemática, como ordena Galileo desde entonces. Imponen férreamente así su voluntad a sus afectos y a los de los demás. Para entendernos, un moderno progresista o revolucionario solo se declarará a su amante (persona o cosa), como Robespierre se declaró a la Revolución Francesa, diciéndole aquello de “soy exactamente como te amo”. Que nos queda entonces, ¿echar la visita atrás y recuperar la eternidad que hay en la verdad inalcanzable o seguir hacia adelante hasta conseguir la inmortalidad que promete la exactitud al alcance de la mano o de un clic? 
Luego leí Medea y escribí la entrada de ayer. Al final de este viaje de ida y vuelta al mundo antiguo, pasando por el autor de Así habló Zaratustra, me entra la duda de si habré equiparado la vida de Medea con la de Robespierre, lo cual vendría a confirmar mi idea de que el pasado no me abandona nunca, aunque no se muy bien que hacer con su permanente presencia.