jueves, 17 de enero de 2019

PHUBBING

Cuando Ernesto Arozamena interpeló a Alejandro Pitarch sobre la propuesta para encarar el módulo sobre la Segunda Guerra Mundial, observó que al menos otros cinco alumnos parecían dormidos sentados en sus pupitres. No lo estaban exactamente, sino que, al parecer según pudo comprobar después, carecían de la habilidad de Pitarch de mantener el contacto visual hacia lo que decía su profesor y simultáneamente mover los dedos sobre el teclado de sus móviles. Eso que en la lengua inglesa se expresa mediante la palabra phubbing. La escena no era nueva, pues acontecía habitualmente en sus clases, lo que para él era nuevo y sorprendente al mismo tiempo fue comprobar el salto cualitativo que daba Pitarch a su experiencia, en la que las dos conductas, sobre el móvil y sobre la atención visual, pareciesen autenticas. Nada más observarlo tuvo la tentación de ver en la aptitud de Pitarch un avance educativo (no en balde le dijo que le resultaba fácil hacer eso que hacía) propiciado por el uso del teléfono móvil en clase, a lo que Arozamena se había opuesto desde siempre, haciéndolo así notar en los diferentes institutos en donde ha dado clase. Pitarch aparentaba demostrar empíricamente que la atención visual se reforzaba con el tecleado simultáneo del móvil con los dedos, y viceversa; que lo que estaba viendo lo ponía por escrito sobre la pantalla (eso es lo que a él le parecía o le gustaba creerse), en definitiva, era una forma habilidosa de tomar los clásicos apuntes en clase, ahorrándose así el aspecto repetitivo y cansino de tener que volver sobre ellos para pasarlos a limpio, de todo lo cual se derivaba una ventaja ineludible, pero subsidiaria, Pitarch no solo tiene más tiempo, sino que se encuentra en mejores condiciones que sus compañeros para pensar sobre esos apuntes que ha tomado. Si lo analizaba así, Arozamena volvía a reconciliarse con el uso de las nuevas tecnologías en el proceso de aprendizaje en el aula. Sin embargo, no podía dejar de olvidar que la aplicación de las nuevas tecnologías a la educación no nace de una necesidad íntima de quienes se tienen que hacer cargo de ella. El carácter externo y extraño de su aparición, por mucho que las autoridades educativas se empeñen en lo contrario, no deja de hacerlas sospechosas a ojos vista de Arozamena en tres aspectos reconocidos por todos los usuarios, sino de forma explícita si mediante la observación de la experiencia derivada de su uso permanente. A Arozamena se le encallaba la secuencia de su pensamiento cuando se daba cuenta (tal y como dicen los estudios que se van publicando, y que ha leído atentamente, sobre la influencia perniciosa de las nuevas tecnologías en el desarrollo cognitivo de los alumnos) de que estos usan las nuevas tecnologías, como todo quisque, para sentir que en todo momento son oídos, porque en todo momento pueden poner su atención en aquello que les interesa y, muy importante, para no sentirse nunca solos. No quiso darle más vueltas al asunto, pues sabía que luego tendría que tratar con el desconcierto propio de todo aprendizaje (y el de la Segunda Guerra Mundial era muy propicio a ello) y su inevitable silencio, que los adictos al móvil llaman vacío que hay rellenar con urgencia antes que se apodere de ellos el aburrimiento. Cuando se topó con esta palabra en sus cavilaciones  Arozamena decidió pasar a la acción. Quedaban pocos minutos para que sonara el timbre que anunciaba el fin de la clase. Dejó de mirar a Pitarch y a sus compañeros, y dijo en voz alta no exenta de énfasis y elocuencia que copiarán lo que les iba a dictar. No tenía que ver exactamente con la Segunda Guerra Mundial, sino con un remoto prolegómeno. En la próxima clase hablarían de la lectura que hayan hecho. A continuación leyó lo siguiente, que había escrito en un papel que sacó de su cartera: Alfred Nobel, el fabricante de explosivos (cuyo apellido da nombre y lustre a los premios más importantes que se conceden anualmente al saber y la investigación humana) estaba hablando con su amiga la baronesa Bertha voz Suttner, autora de ¡Abajo las armas! Von Suttner, uno de los fundadores del movimiento europeo contra la guerra, acababa de asistir a la cuarta Conferencia Mundial de la Paz en Berna. Era agosto de 1892. Quizá mis fábricas pondrán fin a la guerra antes incluso que vuestros congresos, dijo Alfred Nobel. El día en que dos cuerpos de ejército puedan aniquilarse mutuamente en un segundo, es probable que todas las naciones civilizadas se echen atrás, horrorizadas y licencien a sus tropas.