lunes, 21 de enero de 2019

RELATOS SAGRADOS

Dice Muñoz Molina en el artículo adjunto:
La indagación en el origen y en la pervivencia de las religiones es un campo de conocimiento apasionante: también es de una gran urgencia práctica. Nos importa mucho comprender por qué hay hombres jóvenes impacientes por volarse con un cinturón de explosivos en un vagón de metro, y por qué millones de creyentes evangélicos han unido sus votos para elegir a individuos en apariencia tan poco cercanos a la piedad y la sencillez de los Evangelios como Jair Bolsonaro o Donald Trump.” 
A lo que pregunto:

¿Habría que añadir, con la misma urgencia, la comprensión de la impiedad realmente existente entre los sacerdotes de Silicon Valley? ¿No es ahí donde han desplazado sus sedes el Vaticano y la Meca actuales, como hacen los museos del arte contemporáneo ? ¿No son correlatos paralelos (Vaticano/Meca y Silicon Valley) que, antes que rechazarse, dialogan a nuestras espaldas en un tiempo histórico (finales del siglo XX y comiénzanos del siglo XXl) en el que la erótica del mal y la de la imaginación más creativa viven codo con codo? En fin. ¿Cuáles son los ritos del sacrificio en la era digital? ¿Cuáles son sus víctimas y cuáles sus oficiantes? No en balde, el narrador del vídeo adjunto sobre la historia de Internet nos invita a adentrarnos en la sala donde se encuentra el primer ordenador de la historia, que empezó a funcionar en octubre de 1969, como un lugar sagrado. ¿La velocidad con que algo se hace Sagrado en la modernidad digital, 50 años, invalida o anula la poderosa fuerza de su sacralidad? ¿O simplemente, como sugiere, Muñoz Molina, hace emerger en plan nemésis redentora las sacralidades existentes (cocidas a otra velocidad y en otro tiempo ) que no se habían ido, sino que habían quedado a la espera de que recule la impiedad de los consumidores de lo digital, pues como apunta la física moderna cuanto más te aproximas a la velocidad de la luz antes desapareces como materia, convirtiéndote en energía? ¿No es eso en que uno se convierte a esa velocidad una manera de denominar al alma? ¿No es eso lo que desde siempre han deseado experimentar los místicos, desprenderse del cuerpo para trascender? Para acabar, ¿se puede entender la era digital como la mejor manera que ha descubierto la especie humana de acceder masivamente a lo místico (algo reservado en las otras sacralidades a los elegidos), aunque, paradójicamente, es también la manera menos mala de sobrevivir materialmente en un mundo sin Dios redentor, hitertécnico y nihilista? ¿Se puede pensar hoy la exterioridad de lo digital sin sentir íntimamente la sacralidad que lleva implícita? ¿Es lo que Bill Viola nos sugiere en su exposición conquense Vía mística?