Ernesto Arozamena dijo en la entrevista que le hizo una periodista local, a propósito de unas jornadas sobre educación y democracia organizadas por la concejalía de educación de la ciudad donde se encuentra el instituto en el que imparte sus clases, que “de verdad que lo intento cada día, pero cada vez estoy más convencido de que esto de tener hijos es una estafa. A veces siento nauseas.” Era febrero de 2017, cuando ya empezaba a tener sus efectos sobre el continente europeo la avalancha de los refugiados de la guerra de oriente próximo. La periodista se refirió en su pregunta a lo que parecía una evidencia y que no era otra que las nuevas tecnologías habían llegado para quedarse y conformar una nueva era, como lo hizo la rueda o la imprenta en su momento. Lo que le extrañaba a la periodista era la resistencia o, mejor dicho, la callada preocupación de muchos docentes y padres tenían para aceptarlo. Arozamena se sintió directamente interpelado y contestó que el rechazo no tenía que ver tanto con la irrupción de nuevas tecnologías en sí, pues eso ha ocurrido como se ha dicho desde la invención de la rueda o la imprenta, sino con su diseño y, sobre todo, con la manera despiadada que tienen de incorporarse a nuestras vidas cotidianas. Es falta de piedad es lo más significativo, ya que no ha ocurrido nunca antes en la historia de la humanidad, de la irrupción de la tecnología digital en la forma de existencia actual. Para entendernos, dijo Arozamena, es como si el lenguaje propio de los gobernantes (o aspirantes a serlo) hubiera bajado desde las alturas y se hubiese encarnado, haciéndolo suyo, en el de los gobernados. Los gobernantes (o aspirantes a serlo) nunca tienen experiencia directa de las alegrías y sinsabores, en fin, de las necesidades y carencias propias de la vida de sus gobernados. La misión de cada gobernante (o aspirante a serlo) cuando se levanta cada mañana, pongamos, es pronunciar un discurso o hacer una entrevista o inaugurar un evento, etc. mediante los cuales hará mofa o escarnio, según el día, de sus oponentes, aprovechando sus palabras para elevar a lo más alto los beneficios indudables de su propia actividad. Da igual la forma que adquiera esa representación y el escenario donde tenga lugar, lo delictivo del asunto es que ese conjunto de desprecios, loas y amenazas cuidadosamente cocinadas y dichas con el equilibrio adecuado, protegen al actor de semejante farsa de afrontar los resultados insoportables de su acción teatral. Los unos y los otros, los que están y los que aspiran a estar aupados en el poder, saben que lo que hacen tiene consecuencias, pero esa protección hace que no les lleguen de forma inmediata, sino cuando ellos ya no ocupan el sitial desde donde las pronunciaron. Pues eso, que ha siso durante siglos lo propio y lo apropiado del ejercicio del poder, continuó Arozamena, es lo que, mediante la forma en que han irrumpido las nuevas tecnologías en la vida de los ciudadanos, ha conseguido que sea también lo propio y apropiado de su existencia llena a rebosar de bienestar. Un exceso de bienestar que lo deforma todo, como ocurre siempre que algo pretende erigirse en lo Único. Por eso, al final de la entrevista Arozamena insistió a la periodista que no cambiara impiedad por falta de empatía. En la educación actual, dijo, en la relación que mantienen sus protagonistas (profesores, alumnos y padres) no hay falta de empatía ni de conversación entre ellos, ya que no es causa de nada pues no hay desniveles entre sí que lo posibiliten, simplemente, hay una variante más de la uniformización imperante, en fin, otra forma de decir que sobra de todo. Lo que realmente existe, bajo esa igualación aparente, es “hambre”, que aparece porque ahí debajo no hay nada, y la náusea que produce ver a tantos niños y adolescentes que pasan “hambre.” Aunque no es una náusea derivada de ver pasar hambre a los niños en la guerra. La náusea es otra y la guerra también. Ahora las supuestas víctimas son muy exigentes y están llenas de resentimiento. ¿Cuanto he de esperar para que esto acabe?, Arozamena le dijo a la periodista que quería que ese fuera el título de la entrevista.