Siguiendo la traza abierta por la información en los periódicos, pues no en balde es prima hermana del aprendizaje en las aulas, o pagas la enseñanza o será falsa, dijo en una entrevista el nuevo director de La Tribuna, revista de periodicidad semanal, cuando le preguntaron sobre el asunto, ante la avalancha de blogueros e influencers de éxito que escriben de lo humano y lo divino sobre la pantalla como hablan en la taberna o como se llame ahora ese lugar donde se beban las copas y todo lo demás. La entrevista venía después de un reportaje sobre el movimiento francés de los chalecos amarillos por la subida del gasoil. Cuando Ernesto Arozamena acabó de leer ambos relatos, mientras tomaba el primer café de la mañana antes de iniciar sus clases en el instituto, le vino a la cabeza la pregunta de por qué los profesores no se manifestaban con igual empeño que los chalequistas franceses dado que tenían similares problemas. Si los chalequistas franceses no estaban dispuestos a aceptar una subida de los carburantes (al menos está era la disculpa oficial de sus algaradas públicas), los profesores, pensó Arozamena, no deberíamos seguir dando clase sin la falta continuada de “aquellos”. Porque, efectivamente, el principal problema de la educación actual, a su entender, es la carencia creciente, por seguir con el símil de los chalequistas franceses, de “gasolina” en las aulas y en los hogares. Ni la tienen los profesores ni los padres, ni la tienen los alumnos y, por supuesto, ni saben que es eso desde hace muchas años las autoridades educativas. O pagas o la enseñanza será falsa, fue lo que se coló de fondón en la conciencia de Arozamena sin que pudiera evitarlo. Ergo, la enseñanza pública y gratuita que la tradición ilustrada ha venido defendiendo desde hace más de doscientos años es falsa, se preguntó mientras encaminaba sus pasos hacia el instituto. Mejor dicho, ¿ha sido la continuidad gratuidad lo que la ha convertida en falsa? Entonces, ¿hay una relación, hasta ahora desconocida para la comunidad educativa, entre gratuidad y falsedad? “El valor de una filosofía se aprecia mejor cuando entra en juego el amor, en ninguna parte puede el espíritu gritar con tanta furia como en los asuntos del corazón”, subrayó la autora de la entrevista al director de La Tribuna antes de preguntarle, si creía que la actual indignación que se respiraba en el ambiente escolar en particular y ciudadano en general tenía que ver con un aumento del sentimiento amoroso entre la población, o si, por el contrario, se había producido una mutación en la cita milenaria que le había traído a colación y la indignación ya no tenía que ver con la pasión humana, sino con algo más pedestre como son sus intereses más inmediatos, y si de esta aseveración se puede deducir su frase al comienzo de la entrevista, en la que indirectamente vincula la verdad con el dinero y la falsedad con la gratuidad. ¿Es una ambigüedad perfectamente calculada, para que el nuevo lector de su diario digital y de pago no tenga más remedio que buscar en ella su identidad personal? ¿Es éste el nuevo lector que usted busca en la nueva etapa de su periódico y, en consecuencia, el nuevo estudiante que asistirá a las instituciones educativas también de pago? Pues tengo entendido, continuó la entrevistadora, que piensa participar, de acuerdo con las autoridades académicas de esas instituciones privadas, en los nuevos diseños curriculares que están preparando para los próximos años? De repente, Ernesto Arozamena se dio cuenta de la capacidad que tiene el paso del tiempo para reírse y vengarse de las certidumbres, sobre todo de las propias que son las únicas verdaderas. Intuyó que algo empezaría a ir mal aquel día o tan remoto en el que las aulas de primaria fueron ocupadas, con la aquiescencia de los maestros, por expertos en la ensmeñanza de la lectura a los niños. De igual manera que los chalecos amarillos franceses no tienen un problema con los carburantes sino con la movilidad, sabía Arozamena que la educación pública y gratuita no tenía un problema con la falsedad sino con la comunicación. Nada le impidió aquella mañana, sin embargo, que al entrar en el instituto echara en falta no llevar puesto un chaleco amarillo.