lunes, 14 de enero de 2019

LOS HECHOS

Hoy ya nadie cree en los hechos, y yo no creo en nadie, entonces ¿por qué tengo que creer en los hechos? mejor los invento, escribió Alejandro Pitarch en su diario como alumno de segundo de bachillerato, nada más comenzar el nuevo curso escolar en el que debía tomar la decisión sobre cómo debería ser su futuro universitario. ¿En qué medida estas notas, descubiertas de forma azarosa por Ernesto Arozamena a la sazón su nuevo tutor en el curso recién comenzado, son fruto de contracciones no necesariamente antagónicas, ya que se repiten con mucha frecuencia en las conversaciones de las redes sociales? ¿En qué medida el mudo resentimiento, que hoy ocupa las mentes de muchos recién estrenados como adultos, se funda en esos antagonismos mal resueltos tanto en el aula como en el hogar? Visto lo visto, piensa Arozamena, ¿se puede confiar alegremente en las indicaciones de los nuevos pedagogos? ¿Qué ocurre cuando el mudo resentimiento toma la palabra, o se pone en acción? Por decirlo así, ¿cual es el Código deontológico del buen conversador? En última instancia, ¿sigue siendo válido aquello de que el otro puede que tenga razón? Sin embargo, irrumpe con fuerza un aspecto de la comunicación humana de la que no se está haciendo cargo el nuevo pedagogismo en las aulas y en los hogares, dice Arozamena. La confrontación, que se produce en quienes nos acercamos a los hechos reales o de ficción, entre el lenguaje del impacto que nos llega a través de lo que perciben nuestros sentidos y el lenguaje de la reflexión que siempre se pone en marcha a través de la palabra oral o escrita, y que puede ser lógico o poético.