ESTO SE ACABA, PERO ACABA BIEN
No siempre es fácil poner fin al recorrido previsto como Dios manda, que en esta ocasión no significa otra cosa que llegar a la meta que hemos señalado en el mapa montados sobre la bicicleta. Y si es una ciudad grande, como es Frankfurt de Meno, el placer de entrar en ella dando pedales da sentido definitiva a esa aventura que supone vivir sobre una bicicleta durante quince o veinte días seguidos. Ya sé que no es comparable a las aventuras de Marco Polo o Hernán Cortes, pero cada época, como nos advierte María Zambrano en su libro “Hacia un saber del alma”, se justifica por una verdad que encuentra claridad en ella. Y, a mi entender, un viaje cicloturista es también, además de un viaje indudable del cuerpo, un viaje del alma, que encuentra su verdad en la forma y el momento en que concluye. No he dejado de darle vueltas al asunto por tratar de encontrar una explicación convincente, y siempre acabo en el mismo nudo hecho a base nostalgias y añoranzas varias. Una de esas nostalgias es que cuando me aficioné al ciclismo de alforjas, las grandes ciudades todavía tenían entradas y salidas por donde circularon durante siglos las diligencias y demás vehículos de tracción animal. La megalomanía urbanística no había enseñado aún sus verdaderas fauces depredadoras, lo cual permitía transitar por esa estampa de transición, que durante unos años existió, entre la época analógica y la digital, por decirlo así. Por ejemplo, una de mis mayores satisfacciones era salir de Madrid pedaleando por la carretera del Pardo, a sabiendas que por esa misma carretera, con peor o mejor asfaltado pero con igual trazado, circuló en su coche de caballos con frecuencia, en el siglo XVIII, Francisco de Goya cuando iba a visitar a la Duquesa de Alba en su casa, léase entonces el Palacio de la Moncloa. Ni que decir tiene que todo eso ya no es posible y, por tanto, tampoco lo es evocar esas dos formas de movilidad humana que son el coche de caballos y la bicicleta, que unen el mundo antiguo y el moderno como ningún Ferrari o avión supersónico podrán hacerlo nunca. No solo es que la antigua carretera goyesca haya desaparecido sin dejar rastro por razones del consabido progreso unidireccional, es que la bicicleta y el ciclista han sido borrados, al menos en en ese tramo de la ciudad de Madrid, como sujetos de pleno derecho de ese progreso urbanístico. Recuerdo ahora con especial emoción, de la que di cuenta en su día en las respectivas crónicas publicadas en este blog, los finales de recorrido aupado sobre la bici entrando en Budapest y Berlin (en dos viajes) y la llegada a Ulm, ciudad natal de Albert Einstein; está ultima está situada entre el estado de Baviera y Baden-Wurtemberg y se encuentra a pocos kilómetros al sur de Miltenberg, que será el final de este recorrido en bicicleta siguiendo el río Meno, aunque realmente acabará en Frankfurt después del viaje en tren que separa ambas ciudades.
El caso fue que después del chaparrón matinal, mientras desayunábamos, vimos que salió el sol en nuestro honor y nos animamos a montarnos en la bici con destino a Miltenberg. Fuimos de nuevo al puente sobre el río Tauber para pasar a su orilla izquierda, que será la misma del Meno a partir de su unión en la desembocadura. A penas llevamos recorridos 1 km, empieza a llover de nuevo y nos refugiamos bajo un puente, miramos el cielo y decidimos ponernos las capas y continuar camino caiga lo que nos caiga del cielo abierto. En pocos km ya no hacen falta. Seguimos por el lado izquierdo del Main, un par de repechos, y pasando cerca de dos pueblos con anuncios de Biergarten y de Zimmer Frei, tan queridos a nuestras expectativas en nuestro quehacer diario ciclista. Una habitación disponible para dormir y una cervecería con jardín para comer y beber es lo que nunca desaparece del anhelo básico del pedalear diario. También vemos que las moras crecen con vigor en los márgenes de zarzas que crecen en el camino, lo que preludia la mermelada que se puede hacer con ellas. Y todo seguido hasta entrar en Kirschfurt y justo antes de cruzar el puente, hay un banco mirando al río en el que nos paramos a comer los bocadillos de hoy. Bien porque han puesto un árbol delante para no ver el puente y el tráfico, la sensibilidad ciclista ante el tráfico rodado de automóviles sigue en plena forma. Desde esta atalaya vemos en lo alto de las colinas las ruinas de poblaciones medievales antiguas que buscaban en las alturas la protección necesaria ante la invasión enemiga, siempre amenazante, como ya he dicho en una entrada anterior, por las constantes guerras de los margraves, el nombre que reciben los señores nobles en esta parte de Alemania. Esta línea del cielo es9 una constante, allí donde se conservan las mencionadas ruinas, del curso del río Meno. Para continuar camino, después de nuestro almuerzo, no nos queda más remedio que atravesar una zona industrializada, que se irá combinando con zonas de plantaciones de viñas hasta llegar Miltenberg. Conviene recordar que estamos en la zona más cálida de la Baja Franconia, donde, por tanto, la producían vitivinícolas es la más abundante y de mejor calidad de Alemania, según dicen los entendidos.
La llegada a Miltenberg está presidida por un gran número de casas de entramado de madera, la más antigua de las cuales data de mediados del S. XIV y se encuentra en la calle principal, Hauptstrasse. Casi sin darnos cuenta nos introducimos en el Barrio Negro. Su nombre viene del hecho de que la colina ensombrece este barrio y en los meses de invierno el sol apenas lo ilumina. Hay aquí casas de entramado de baja altura, donde vive la gente de Miltenberg. Es la parte más antigua de la ciudad que acaba en la plaza del mercado. Aquí se encuentra la cervecería Faust, la más antigua del área del Rin-Meno, que ofrece tours y cuya cerveza puede probarse también en la posada Zum Riesen. Pero también se encuentra la bodega St. Killian Kellerei, que vistamos de manera gratuita y aprovechamos para probar sus vinos. Y es que Miltenberg, pertenece a la ruta del vino de Franconia, por lo que es un buen lugar para probar los vinos que se producen en este área, como ya he dicho, la más cálida de Baviera y donde abundan los mejores viñedos.
Después de hacer una visita de tipo espiritual a la capilla de San Laurentius y su cementerio, con la intención de compensar los efectos etílicos de esta zona, nos acercamos a los restos de la antigua muralla donde se encuentra la torre Schwertfeger y la puerta de Maguncia, que ya desde el S. XIV es la entrada a la ciudad. Desde aquí tomamos conciencia, como nuestros antepasados medievales con sus carros de caballos, que estamos bien encarados hacia el final de nuestro destino. Como el río Meno que nos ha acompañado mientras crecía en su grandeza. Por la tarde nos acercamos a la estación de tren para sacar el billete, que nos llevaría al día siguiente, a nosotros y a la bici, hasta Frankfurt de Meno.