martes, 31 de diciembre de 2024

EL HONOR PERDIDO DE KATHARINE BLUM

 LO QUE NUNCA DEBE PERDERSE

Valga decir que lo único que nunca debe perderse es lo que siempre lo ha estado, o lo estamos haciendo, bajo el oscurantismo de los sables y sotanas de quienes así lo imponían, o la demagogia que hoy imponen. Me refiero, como no, a ese sentimiento tan escurridizo que unos llamaban honra, otros honor y que ahora nadie nombra pero que a mí me gusta llamar dignidad. La dignidad perdida de Katharine Blum remite con más precisión a lo que se nos cuenta en la película. Y a lo que nos pasa cada día al espectador contemporáneo que, cabe pensar, que la mire como si no tuviese que ver con él, al no tener nada con que contrastarla en su propia experiencia. Y, sin embargo, la expresión “dignidad perdida” se corresponde más acertadamente con las oscuras condiciones de posibilidad, que mantienen la dignidad en vilo de la protagonista, Katharine Blum, durante todo su periplo narrativo, ante el temor real que la acabe perdiendo. A lo que colaborará, sin duda, la falta de comprensión del espectador, si se mantiene fuera del campo de acción narrativo que propone la película.


A la vida cultural, enmarcada en nuestra vida política, no se puede aplicar el binomio amigo-enemigo de la vida de los profesionales del poder, que monopolizan lo que es de todos, la vida en la polis, lo cual provoca que su toxicidad sea evidente. Nunca como en el presente nos limpiamos por fuera más veces al día en aras de una mejor higiene pública, pero nunca, también, estuvimos más sucios por dentro, a base de escuchar y dejarnos invadir por la mugre que despiden aquellos a través de los medios de comunicación, una mugre que sin darnos cuenta nos come la dignidad vestidos con nuestras mejores galas. Parece que es suficiente que Blum se enamore de un tipo en un momento cualquiera - a Cupido no le puedes pedir cita para enamorarte - para que la maquinaria de la indignidad de los focos mediáticos se ponga en marcha de manera imparable y convierta, delante de nuestras narices, al momento álgido de Blum y al tipo irrepetible de su imaginación, en algo detestable y perseguible, así como a la nobleza del sentimiento amoroso de Blum en algo mugriento. Y lo vemos de tal manera que da igual lo que haga Blum para defender lo que siente en el fondo de su alma, cuando  más lo intenta más se hunde en sus tierras movedizas que le han puesto bajo sus pies los cínicos focos de unos y la malediciente burocracia de los otros. Lo que deja a las claras que, en la sociedad moderna, al contrario que la sociedad antigua con el honor y la honra, no podemos defender nuestra dignidad que, paradójicamente, es inviolable en sí misma. Dicho de otra manera, antaño una mujer y un hombre podían recuperar su honra y su honor si se cumplían una serie de requisitos, no es eso lo que sucede hogaño con la dignidad de Blum en la película. Haga lo que haga, la protagonista está condenada desde el principio a no poder recuperar nunca su dignidad, pues su pérdida es lo que necesitan los medios de comunicación y los burócratas estatales para acrecentar su credibilidad, que no debemos confundir con su propia dignidad y la de lo que representan, como no paran de afirmar durante toda la película mientras Blum se hunde el fango.