miércoles, 18 de diciembre de 2024

LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE PETRA VON KANT

 LÁGRIMAS A PRESIÓN 

Lo que más me interesa de la biografía de Fassbinder es su relación con Douglas Sirk, el cineasta norteamericano que hizo del melodrama una de las bellas artes. El caso fue que un día el cineasta alemán se enteró por casualidad que el cineasta norteamericano era vecino suyo, vivía en Lugano (Suiza), y allí que se fue para que le contara los secretos y mimbres del melodrama. Sirk lo debió contar tan bien y Fassbinder debió asimilar de tal manera lo que aquel le contó, que ya no se separó un ápice de esa plantilla. Por decirlo rápido, el cine de Fassbinder no es otra cosa que el melodrama clásico norteamericano distorsionado por la estética distorsionante, valga la redundancia, del expresionismo alemán de entreguerras. Veamos.


Fijémonos en la película “Escrito sobre el viento”, rodada por Douglas Sirk en 1956, con mano férrea para que el melodrama no se le vaya de las manos bajo una estética barroca. En la toda la película rige el mismo mantra: nos arrojan al mundo sin nuestro permiso y luego durante toda la vida nos están diciendo, sin decirlo, que nuestra misión en el mundo es saber por nos han arrojado al mundo. Y eso quienes nos arrojan dicen, sin decirlo, que es la felicidad. En cambio lo que nos dicen es otra cosa. Es el arrojado, si tiene valor y coraje, quien descubre el verdadero sentido de su entrada en el mundo. La auténtica visión del mundo. Si no fuera así, mientras tanto en su vida todo es falsedad organizada, mediante la ocultación de los que más nos importa o nos atraviesa y el exhibicionismo incansable de lo que no nos interesa o nos resbala. Eso es la vida como espectáculo en la que vivimos. 


Pienso que Fassbinder, que era un pispa, mientras escuchaba a Sirk se dio cuenta de todo esto. La pregunta es, ¿por qué después se lanza a meter, casi con calzador, todo el remolino de pasiones, que Sirk airea, trae y lleva a lo largo y ancho de la gran propiedad petrolífera del magnate y padre de los protagonistas? Probablemente porque aunque se enamore de la historia entre petroleros, Fassbinder es un alemán perdedor de la postguerra y Sirk es un norteamericano ganador en la misma contienda. El alma de las historias sucede siempre, lo que cambia es el ropaje con que las vestimos. Aun así Fassbinder es heredero también de la estética del expresionismo de entreguerras, genuinamente alemán, que se aviene muy bien a ese remolino de pasiones al que aludía antes. Si en vez de darle un aire panorámico los encierra en un cuchitril de tres por cuatro, eso lo que significa el piso donde vive Petra von Kant, que como todos los objetos es mas que un piso, produce el efecto narrativo con forma de olla a presión donde Fassbinder mete el remolino de pasiones que se acrecienta exponencialmente respecto a lo que se ve en la peli de Sirk “Escrito sobre el viento”, produciendo al final que las lágrimas de Petra von Kant sean algo más que una destilación orgánica. Sean algo más que lágrimas.


Bien, la Alemania de Fassbinder está metida de lleno en la sociedad del espectáculo, ese dique inventado para parar la Guerra una vez más. En este contexto el principal remolino pasional en la película de Fassbinder lo protagonizan Petra von Kant y Karin, en Sirk el remolino pasional lo llevan a cabo Dorothy Malone y Rock Hudson, Robert Stak y Lauren Bacall.

Comparemos. El director norteamericano hace uso de una estética naturalista donde tienen cabida todos los personajes y objetos que habitan el espacio y manejan el tiempo, tal y como estamos acostumbrados a verlo al natural o en la vida cotidiana. Así los campos petrolíferos con sus máquinas perforadoras funcionando a pleno rendimiento, los elegantes coches circulando arriba y abajo con el hijo del magnate al volante, la esplendorosa mansión familiar con sus suntuosas escaleras, sus amplias y soleadas habitaciones, sus cuadros, sus muebles de madera noble, sus cubiertos y sus platos, etc. y, como no, sus criados negros tan dóciles y serviciales. En medio de este escenario, los personajes con alma van y vienen, suben y bajan, entran y salen en sintonía o al compás que marca el alma de la hacienda petrolífera del padre. Solo desentonan el hijo mayor, niño mimado y borracho donde los haya, y la hija pequeña, igualmente caprichosa que está enamorada perdidamente del ojo derecho del patriarca de la hacienda petrolífera. Estas dos lineas de fuerzas dominantes se mueven con soltura, junto con otras fuerzas de menor intensidad - como ya he dicho véase el amor que se profesan el ojo derecho del jefe, Rock Hudson y la secretaria, Lauren Bacall - sin distorsionar ni una ápice la cosmovisión que ampara y protege a todas ellas. De hecho la escena final lo dice todo. En ella Dorothy Malone, después de que todo lo peor ha sucedido, aparece con el báculo del padre como absoluta heredera de ese mundo petrolero y su fastuosa cosmovisión, que ante los ojos del espectador permanecen intactos. 


Otra cosa muy distinta es lo que hace Fassbinder, usando prácticamente los mismos materiales. A saber, un estudio de diseño de moda (en lugar de un hacienda petrolífera), una jefa absoluta (en un lugar de un patriarca absoluto), una especie de poste negro silencioso o mudo, que se encarga que el estudio de diseño de moda y la casa funcionen como un reloj (en lugar de los criados y trabajadores contratados a sueldo para que la hacienda petrolífera funcione), y un único remolino pasional entre Petra von Kant y Karin (en lugar de Malone y Hudson, y con menos intensidad Hudson y Bacall, o Robert Stack y Bacall). ¿Qué es lo hace, entonces, Fassbinder? Repito, meter todo el espíritu del melodrama de Sirk entre las cuatro paredes de un estudio de diseño de moda. Como si todo cupiera en una olla a presión, a punto de estallar como efecto expresivo más sobresaliente. Tanto es así que las amargas lágrimas de Petra von Kant no parecen, es un símbolo más del melodrama del alemán. Y lo hace a fuerza de sacarle todo el partido posible a los movimientos de cámara y del montaje, con el resultado distorsionado que antes he dicho. Todos sabemos que los remolinos pasionales nos distorsionan por dentro, lo que Fassbinder hace es mostrar también como nos distorsionan por fuera. Tanto a los personajes con alma, con Petra von Kant al frente, como a los objetos que amueblan las diferentes escenas con un protagonismo indiscutible, a los que debemos prestar toda nuestra atención como espectadores.