LA BOLSA O LA VIDA, COLEGA
Antes de iniciarse el juicio contra James Sythe, acusado de haber matado a su novia Kendall Carter mediante atropello tras una discusión en un bar, a la jueza no le interesa lo que piensan sobre “Su Ser” cada uno de los miembros del jurado, solo si están limpios de polvo y paja respecto a su “Deber Ser” como ciudadanos. La ontología se oculta así tras la ley. Esta praxis que impone la jueza, dueña y señora de la sala donde se celebra el juicio, promueve una visión dualista del mundo allí dentro con fundamento moral: a un lado, los miembros del jurado que juzgan, intachables como han confesado a la jueza; al otro, el acusado de la muerte de su novia, con cara de malote y tal. Una visión del mundo que es a la que el espectador se tiene que enfrentar desde el primer plano. Resumiendo, después de los trámites pertinentes según el protocolo del derecho positivo: la explícita denuncia por parte de la jueza de aquel crimen en la persona del acusado, proclama implícitamente la decencia de todos y cada uno de los miembros del jurado.¿También la del espectador? Comenzamos.
No pasará mucho tiempo para que el espectador se dé cuenta que puede que se encuentra ante una nueva versión de la peli “Doce hombres sin piedad”. Pero también se dará cuenta, casi al mismo tiempo, que las motivaciones que impulsan a Davis, Jurado nº 8 (Henry Fonda) a dudar razonablemente de la culpabilidad del acusado en el juicio de la peli de Sidney Lumet, no son las mismas que las que tiene Justin Kemp, Jurado nº 2 (Nicholas Hoult) en el juicio de la peli de Clint Eastwood. Lo cual le lleva a sospechar que como no cambie de lentes como espectador de la peli de Lumet no podrá ver la peli de Eastwood. O la verá borrosa. La peli de Eastwood no es un remake, ni tan siquiera una versión como he dicho antes de la de Lumet. Lo que Eastwood hace es otra cosa bien distinta. A saber, dentro de la filmografía judicial en la película de Eastwood la justicia no la representa ya el equilibrio de la balanza en la conversación que vemos en la escena final o la firmeza de la jueza en las escenas del principio para que el jurado sea burocráticamente indiscutible, sino el paulatino y silencioso desequilibrio que muestra el Jurado nº 2, representado en la persona de Justin Kemp. Un joven adicto en recuperación que lidia con el trauma del aborto espontáneo de su esposa Ally y que está a punto de ser padre nuevamente, es llamado para ser jurado en un juicio muy mediático. Todo podría parecer bastante claro, si no fuera porque la misma noche de los hechos, Justin conducía por esa misma carretera y creyó golpear algo, un ciervo pensó, pero la noche cerrada y la lluvia le impidió ver si realmente había pasado algo y a qué podría haber dado con su coche. Kemp rápidamente se verá enfrentado a un grave dilema moral cuando llega a la conclusión de que pudo haber sido el responsable de la muerte violenta de la víctima. Lo que precipita ante el espectador una nueva expectativa narrativa que conduce a un dilema moral que, no por sabido en la intimidad de cada cual, se resiste a aparecer explícitamente en la pantalla. Eastwood ha decidido que basta ya de los cinismos e hipocresías que llenan en privado las vidas relumbronas de los miembros de la clase media que retrata en su película: la justicia no es ese concepto abstracto y absoluto que reivindica Henry Fonda en “Doce hombres sin piedad”, muy al contrario. Que la justicia falle de forma consciente puede ser la única solución para que siga la vida (aunque se joda la justicia), nos viene a decir el director californiano en su posible testamento fílmico. No siempre, claro está, pues tratándose de la justicia humana y entre humanos, no podemos olvidar que toda obra humana es por definición defectible y debe corregirse si se llega mentalmente a tiempo, nos viene también a sugerir irónicamente Eastwood. No parece que eso haya sido así para el violento novio de la mujer muerta por atropello, que siendo inocente de tal crimen se tendrá que pasar el resto de su vida entre rejas. Todo para que la niña que ha tenido el cobarde Jurado n º 2 no sea “huérfana” desde el primer día de su nacimiento. Así es la vida, a pesar de las ensoñaciones de nuestra imaginación.
La Justicia como la Paz son dos ideales que la imaginación humana produce debido a sus ansias de perfección divina, pero es conveniente no olvidar que no son realizables fuera de aquella imaginación humana. Aunque también es verdad que si no estuvieran ahí, tampoco sería posible la corrección adecuada a lo que por definición, como he dicho es defectible. A saber, evitar la guerra, la mayor de todas injusticias que los humanos podemos cometer, y que nuestro creciente descontento existencial - lo que diferencia a la época de Lumet de la de Eastwood - no exaspere sin control la culpabilización de los demás o la víctima convertida en verdugo, para evitar el pernicioso y cínico “yo no he sido”, santo y seña global de esta época nuestra, junto con el “y tu más”.
Es la ambigüedad con que trata Eastwood los conceptos absolutos universales: justicia, lealtad, amor, vida - que no es tan acusada en Lumet, por ejemplo, su jurado nº 8 Henry Fonda, es de una pieza desde el principio de sus dudas, nunca duda que dude - lo que puede permite al espectador, si quiere, mantener la distancia suficiente para que sigan vivos sus ideales a sabiendas de que no se cumplirán nunca, y no sentirse mal por ello, al contrario orgulloso de ser así no como otros. Esa ambigüedad, digo, es la portadora de la lucidez que le falta al espectador, metido con ésta en la caverna de la vida cotidiana actual. Eso solo se pude hace, si se quiere, cuando se han cumplido 94 años. Es decir, cuando uno ha alcanzado la sabiduría humana: “solo sé que no sé nada”. La vida no es un valor absoluto, la niña de Justin Kemp nació pero podía no haberlo hecho, como él bien sabe al haber perdido las dos gemelas en el aborto espontáneo de su mujer. La bolsa del violento acusado pudo quedarse con ella si le hubiera dicho en el bar a su novia muerta que la quería con locura, como así confesó después. Pero no lo hizo, y perdió la bolsa de la mano de un fallo consciente de la justicia, que podía haber sido más justa o menos consciente, pero no lo fue porque iba a nacer la niña de Justin Kemp, etc etc.