Ir a comprar al híper de las afueras de la ciudad es a la vida urbana y cosmopolita, lo que las tiendas de ultramarinos o colmados fueron a la vida campesina, tercer principio legal de su razón de existencia. La propiedad de la hacienda familiar campesina, donde vive Gonzalo Trías es el primer principio y se organiza y define en torno al trabajo, el segundo principio legal campesino. Viajar, que también forma parte de lo que da relumbrón y prestigio a la gente que vive en la ciudad, junto con el BMW, los rayos UVA y hacerse fotos con el Partenón a la espalda, es para Gonzalo Trías uno de los placeres más tristes de la vida o el paraíso de los necios, como afirmó en su día Ralf Waldo Emerson, cuyas obras ha ido leyendo a lo largo de los últimos años. El caso es que lo que Gonzalo Trías llama hacienda familiar es una parcela de poco más de mil metros cuadrados, que compró a un arquitecto en una subasta de dudosa legalidad, en una urbanización de la sierra norte de la ciudad. Allí lleva viviendo cerca ya de treinta años, imaginado que es lo mismo que haber dado siete veces la vuelta al mundo, lo que convierte en un justo merecedor de quedarse en casa.