lunes, 31 de agosto de 2020

NO-IMPRESIONABLES

Los Serafin están catalogados, dentro de la comunidad educativa que se ha formado alrededor del instituto donde trabaja Arozamena, como una familia alfa. La forman el padre, ingeniero aeroespacial, la madre, directora de una galería de arte y dos vástagos de trece, la niña, y de quince años, el niño. La clasificación forma parte de una herramienta interna que los profesores manejan entre ellos para poder distinguir las diferentes conductas con las que tienen que tratar en su labor diaria. Por supuesto, son mas  las familias beta y las familias omega. Esta taxonomía etólogica, adecuada para saber de las forma de convivencia y socialización de los primates y los caninos, es útil, al entender de los compañeros de Arozamena, en momentos de excepcionalidad docente y discente, como es el caso de la aparición del virus de marras en las vidas de sus protagonistas, progenitores, profesores e hijos-alumnos. Aunque pudiera parecer que sigue la traza del distanciamiento aristocrático, Arozamena piensa que, muy al contrario, inaugura una forma no aristocrática de estar juntos sin estar, por decirlo así, apelmazados, que es un calificativo provisional que se le ocurrió a Teresa, profesora de filosofía de Arozamena, para evitar el de no aristocrático, que denota, como todos los calificativos posmodernos, una severa falta de imaginación a la hora de nombrar las nuevas grietas de sensibilidad que se están abriendo como consecuencia de la llegada imprevista del virus de marras. 

Los Serafin son la única familia del instituto del barrio que reivindica, exige desde sus postulados alfa, la vuelta incondicional a las aulas en el curso que esta a punto de comenzar. Arozamena los ha colocado en su clasificación secreta en la carpeta de los estoicos no impresionables, que son un tipo de secta que ha conseguido con orgullo llevar la práctica lo que la escuela de la antigüedad solo recomendaba a sus acólitos, a saber, un ideal para tener siempre en el horizonte de lo no realizable en su absoluta plenitud. Valga decir, aclara Arozamena, que de lo que los Serafin no muestran ningún asombro es de que un virus de medio pelo, construido artificialmente en un laboratorio (en este sentido los Ibáñez son conspiranoicos) haya invadido sus vidas obligándolos a tener que modificarlas de arriba a abajo. 


Escribe Peter Sloterdijk que el cinismo es la falsa conciencia ilustrada. Es la moderna conciencia infeliz sobre la que la Ilustración ha trabajado tanto con éxito como en vano. No son ya el nihilismo en ascenso, la conversión de la razón en un nuevo mito o el inclemente dominio de la razón instrumental lo que Sloterdijk describe y denuncia con una prolijidad y un afán de exhaustividad acaso excesivos, sino el cinismo difuso de nuestras fatigadas sociedades. Ese "nuevo cinismo" que actúa con una negatividad madura que apenas proporciona esperanza alguna, apenas a lo sumo un poco de ironía y de compasión. Todavía no estamos en condiciones de mirar más allá de la pandemia actual. Muchos esperan con ansias la vuelta a la 'normalidad', es decir, a sus preocupaciones primarias, a la cotidiana frivolidad o banalidad del modo de vida consumista. Talmente, este es el caso de los Serafin, piensan Arozamena y sus compañeros de claustro. Pero cree que esta crisis llevará con el tiempo a una transformación de la conciencia colectiva dentro del individualismo, destaca Sloterdijk.


Por otro laso, muchos años antes de que pudiéramos imaginar crisis como la del virus de marras en nuestras sociedad del bienestar blindando, el sociólogo Jesús Ibáñez afirmaba en “Mas allá de la sociología”, que el peor artefacto lingüístico de la modernidad ha sido la cosificación, también llamada reificación o nominalización. Consiste en convertir procesos en cosas. La frase: «Tengo una depresión» haría referencia a ello. Ya que convierte un proceso biográfico, activo, cambiante y anclado a la realidad, en un objeto congelado y, en consecuencia, cosificado. Esto detiene el proceso de investigación de la persona y dificulta su capacidad de acción.

domingo, 30 de agosto de 2020

viernes, 28 de agosto de 2020

PHILIP LARKIN

 


ESCUELA O EDUCACIÓN

 Una cosa es escolarizar y otra cosa educar. Una cosa es tener estabulados a los vástagos y otra muy distinta pensar cual es la paideia que mejor corresponde a la comunidad política y social donde viven con sus progenitores. Cuarenta años después del cuarentañismo franquista gran parte de la clase media que sustenta la democracia vigente ignora algo tan elemental. Con todo, lo peor es la máscara de banalidad con que ocultan su asombro y impresionabilidad o lo que lo sociólogos llaman la resistencia ante la estupefacción, a saber, “he mejorado mi bienestar material, incluso en exceso, a costa de un creciente raquitismo espiritual, en el que se detectan los primeros síntomas de su irreversibilidad.” Así entregan a sus vástagos a los dispositivos digitales con la creencia de que ahí está toda la realidad, dándose cuenta, mediante disimulo interpuesto de aquella mascara, de que los dispositivos están perfectamente diseñados para recortar la realidad (como los pistoleros recortan sus escopetas) con la única intención de producir un efecto mas inmediato y sonoro en la distribución del daño informativo contra las tribus morales enemigas. Que en este baile de las redes sociales, donde unos y otros zascandilean hasta el amanecer, es fundamentalmente a lo que se dedican.

Aunque se trata con insistencia cansina en ensayos americanos, italianos y franceses (que Arozamena lee con asiduidad y atención) de describir el desarrollo del estado y de la sociedad moderna, así como de su ciencia como el hijo predilecto, también de su arte y su literatura, de su religión y su filosofía, son pocos los que han intentado exponer, sin que le hayamos hecho ningún caso reconoce Arozamena, la acción recíproca e íntima entre el proceso histórico mediante el cual se ha llegado a la formación del hombre moderno y el proceso espiritual mediante el cual hemos llegado a la consumación o acabamiento de esa forma de la modernidad para la humanidad toda. Dicho con otras palabras, esa forma de modernidad ha reflejado, como en un espejo, la impotencia del ser humano que ha tratado de llevarla a cabo. Lo cual, como todo lo consumado, acontece en el tumultuoso presente pero recae, sin que todavía nos demos cuenta de ello, en el tiempo original o primigenio. La consumación o acabamiento no es algo sólido y manejable, así interpreta Arozamena sus lecturas. Muy al contrario, la consumación o acabamiento hace que lo mas novedoso, véase por ejemplo las vidas que llevan sus alumnos, y los progenitores que los subvencionan, aparezcan ya con un aspecto de ruina. Y es que setenta y cinco años después de aquella consumación o acabamiento (holocausto nazi, gulag soviético y bombas atómicas norteamericanas) seguimos creyendo de forma ciega, la tecnología digital imperante es la mejor puesta al día de la “Parábola de los ciegos” de Mateo, que tales grandes catástrofes no dejaron de ser un inmenso susto dentro de las coordenadas históricas y generacionales en que tuvieron lugar. Fuera de ahí, nos autosugestionamos ante la pantalla, la vida ha continuado como si no hubiera pasado nada o como si hubiera pasado en la época de Carlomagno, por decirlo así. Lo verdaderamente importante para la humanidad esta por venir, de nuevo la apabullante autosugestión digital, y en su horizonte de inteligibilidad aparecemos quienes sobre aquellas ruinas hemos ido construyendo con una conciencia del todo autosuficiente, y con toda la fanfarria y colorido de que hemos sido capaces, el mundo adanista en el que vivimos con absoluto merecimiento.


¿Cabe decepcionarnos antes de tiempo?, se pregunta Arozamena ante la incertidumbre que emerge como una hidra ante el horizonte profesional de los docentes y en el familiar de los progenitores con sus vástagos? No, responde ante sus compañeros de instituto, aprovechando una reunión del claustro de profesores convocada para organizar la vuelta a las aulas. No, siempre que esta pandemia nos haga modificar la mirada sobre el lugar que ocupamos en el mundo. Pues ahora también nos podían decir, quienes nos esten observando desde el futuro, que esta crisis sanitaria y política, la peor desde hace setenta y cinco años, cuando las grandes catástrofes, fue un asunto enmarcado en las coordenadas históricas y generacionales de propias del esplendor y triunfo de la era digital. Si imaginamos que los hijos de nuestros vástagos, y los hijos de los hijos de nuestros vástagos, nos puedan recordar con tales palabras, ya os digo concluyó Arozamena su intervención ante el claustro, que si hay motivo para decepcionarse antes de tiempo, pues no hemos aprendido nada. Lo cual no quiere decir otra cosa que ya estamos metidos de lleno en el nihilismo y la incredulidad. Y si los progenitores de nuestros alumnos, a estas alturas de la pandemia, creen mas en el continente que en el contenido, en el aula que en lo se dice a sus hijos y en que medida eso les afecta a ellos también y de forma inaplazable, si no saben distinguir la diferencia que hay entre escolarizar y educar a sus hijos, todos estamos en condiciones de empezar a imaginar las creencias mas absurdas.


Y es que esta forma de modernidad, iniciada hace mas de doscientos años con el terror revolucionario francés, no ha sido dada a dejar miguitas en los rincones y veredas por si tenía que volver sobre el camino andado. Solo entendió el recorrido como una carrera contra el reloj cada vez mas acelerada, sin ninguna piedad para quienes se quedaban en la cuneta por falta de convicción o distracción o de aliento. En fin, nunca hemos concebido en nuestra forma de ser modernos la posibilidad de extraviarnos o perdernos. Ha tenido que ser el virus de marras, un ser invisible por microscópico, un ser indiferente e inapreciable, como tantos de los que se han quedado en la cuneta, quien haya venido a recodárnoslo.

jueves, 27 de agosto de 2020

EMILY DICKINSON


 

RAFAEL SANZIO

Los ojos del pintor de Urbino solo reparan en la belleza del mundo. Su pincel destaca la delicadeza y el equilibrio, desdeñando lo asimétrico y deforme. Su obra es una primavera ininterrumpida. Se ha intentado rebajar el genio de Rafael a un idealismo relamido, pero la humanidad de sus retratos, que revelan una aguda penetración psicológica, y la grandeza de sus grandes composiciones, auténticos prodigios de color y armonía, evidencian la inconsistencia de ese argumento malicioso. Desde el siglo XIX, el ascenso del pesimismo ha proscrito las manifestaciones de alegría en el arte y en Rafael -¡ay!- fluye una alegría desbordante. Aunque a veces se adentra en la penumbra del espíritu humano, la nota final siempre es una exaltación de la vida. Demasiada impertinencia para un mundo que rinde culto a lo trágico y absurdo.“

miércoles, 26 de agosto de 2020

DISTANCIA DIGITAL

Lo que no se podían imaginar profesores y progenitores, que junto a sus alumnos y vástagos forman la generación mejor acabada del adanismo (un neologismo acuñado por el filósofo Emilio Lledó para salir al paso de esta avalancha de creyentes que están convencidos que el mundo empezó el mismo día que ellos nacieron), es que le pudieran llegar a llamar, al estilo socrático, corruptores de menores. 

Arozamena está muy preocupado con la vuelta a las aulas porque piensa que progenitores y profesores, más los alumnos que están en edad de entender, no se dan cuenta que debido a ese extremo al que han llevado las cosas convierten en ceniza todo lo que hasta ahora han construido. Como jefe de estudios de un instituto y padre de dos hijos Arozamena aboga por seguir dando clase desde la casa en conversación digital de los unos con los otros. Hoy, a diferencia de las pandemia analógicas, eso es posible sin menoscabo de los docentes ni de los discentes y sin merma de la dignidad de los progenitores, pero todo en beneficio de la educación, que por fin tiene la oportunidad de ocupar el verdadero lugar que le corresponde en el mundo. Es decir, como entendían los griegos, un punto de partida para recorrer un camino juntos y no una carrera contra el reloj con una meta y un punto de llegada previamente establecido por los que no corren. 


Ir a clase de forma obligatoria todos los días parece que no da mas de sí en el cumplimiento de lo segundo que es para lo que fue pensado, pero tampoco deja que se ponga en marcha la experiencia de lo primero que es la única esperanza educativa. Toda una paradoja que como se ha dicho puede destruir una obra y el horizonte de inteligibilidad de quienes la han estado poniendo en marcha. De todos es conocido, escribe Arozamena en la última carta que ha dirigido a los padres del instituto, el descrédito que ha ido adquiriendo el absolutismo de la educación presencial a medida que la libertad digital se ha ido imponiendo en los hábitos y costumbres de los alumnos y profesores, también de los progenitores.


Escribe Jesus Ferrero:

“Amemos el seno hirviente de la vida con todas sus con­secuencias, pero sepamos qué somos, cómo nos han hecho y cómo nos hacemos. Amemos la existencia, pero no ignoremos sus abis­mos ni los elementos que la constituyen. Amémonos a nosotros mismos y amemos a los otros, pero sepamos qué tejidos inestables conforman nuestra materia y las sustancias que se mezclan, funden y con­funden con la nuestra. Amemos nuestros sueños, pero no ignoremos el flui­do volátil y resbaladizo del que están hechos.”


De momento, mejor entre pantallas que cara cara emboscados en el aula mediante el embozo de la mascara. Para recobrar así el tiempo interior que es el desafío de nuestro tiempo, tanto a nivel individual como a nivel social. 

martes, 25 de agosto de 2020

LA TRINIDAD DIGITAL

Una gran parte del confinamiento por el ataque inesperado del virus de marras se lo ha pasado Arozamena leyendo las biografías autorizadas, publicadas en un solo volumen, de Bill Gates, Jeff Bezos y Mark Zukerberg, así por orden riguroso de nacimiento, titulado la Trinidad Digital. El monto de sus millones les otorga pleno derecho para formar parte del grupo conocido con el nombre de los CienMilMillonarios. Pero los biógrafos han preferido eludir este dato poco imaginativo y adentrarse mas bien en la senda que abre la pregunta no de los millones que tienen, sino que hacen con tanto dinero y que hace tanto dinero con sus vidas y las de sus familiares y amigos, que están bajo semejante influencia. De las tres biografías Arozamena, que como jefe de estudios del instituto donde trabaja lleva pensando en la vuelta a las aulas en el próximo curso desde el primer día del arresto domiciliario, es la de Bill Gates la que mas le ha interesado, no en balde es le padre de la Trinidad Digital, dejando Zuckerberg el papel del hijo y a Bezos el de espíritu amazónico o raraavis del triángulo. El interés hacia la vida de Gates se debe, sin embargo, a la opinión que de él tiene su mujer. En uno de los capítulos de la biografía, el autor reproduce las palabras de aquella a la pregunta que le hizo con anterioridad sobre como creía que pensaba su marido. Para ella el cerebro de Bill Gates es un multiprocesador de datos, es decir, una compleja red neuronal que tiene la extraña virtud de dar respuestas sencillas la complejidad del mundo en que vivimos. Define al hombre con quien ha compartido su vida como un tipo optimista, pues, como no podía ser de otra manera, dice la señora de Gates, es un facilitador de la sencillez del mundo. 

(...)

Arozamena piensa que aceptar que el mundo es simple y que el dinero guarda una relación de justicia con la inteligencia es fruto de un procesador más bien elemental. Y esa es, en buena medida, la manera de pensar de la comunidad educativa a la hora de enfrentarse a la vuelta a las aulas en el curso que viene. Por mas que ha repetido, una y otra vez, a progenitores y profesores y a los alumnos en edad de entender, desde que comenzó la pandemia (o como se quiera llamar a la enfermedad planetaria que vivimos), piensa Arozamena que la tarea de volver a las aulas no puede ser aceptada a la ligera. Pues de la misma manera que la Auténtica Ciencia Universal (no la que divulga la camarilla tecnócrata de Silicon Valley y aledaños) está ligada a la estructura, históricamente condicionada, de un alma profunda, también lo estuvo en su época la Auténtica Teología Universal. Para entendernos, Tomas de Aquino es a los beatos con las cuentas del rosario como Erwin Schrödinger (no Bill Gates) es a los usuarios con las teclas de los teléfonos móviles.

(...)

Arozamena piensa que el macroprocesador cerebral de Bill Gates, y a través de su influencia el cerebro del todos los adictos a la tecnología digital, confunde la simplicidad del mundo con la búsqueda de la comodidad en la forma de estar en él. No es lo mismo, aunque llevemos muchos años auto engañados. Los progenitores siempre han visto en el sistema educativo vigente, en el que hay que incluir el subsistema de las actividades extraescolares, la manera más cómoda de traer hijos al mundo. Ítem mas, sin un sistema como el actual muchos progenitores reconocen públicamente que preferirían no hacerlo. Para entendernos, dice Arozamena, solo aceptan un sistema educativo y sus subsistemas de pago correspondientes que les faciliten ver a sus hijos dos horas al día como máximo. La explicación de la necesidad inaplazable de la vuelta a las aulas, que corre como la pólvora en la maraña de las redes sociales, la justifican sus divulgadores diciendo que sus hijos echan en falta a sus amiguitos de la escuela, lo que esta haciendo que hayan dejado de hablar. 

(...)

Como es fácil deducir en esto Gates también tiene su influencia. Pues el cerebro del jefe de Microsoft piensa en términos de opuestos contradictorios, como si esa fuera la única manera de hacerlo. es decir, en plan dinero-inteligencia opuesto a pobreza-falta de recursos intelectuales. Gates cree que es rico porque es listo y considera que existe además una proporción en los términos. Por tanto, al igual que su alto profeta digital, sin olvidar, claro está, a sus compañeros de biografía,  los progenitores de la era educativa digitalizada piensan que entre la inteligencia y el dinero hay una relación de causa y efecto, que se vincula de forma oculta y profunda (esto último no lo dicen así, constata Arozamena) con el escaso tiempo tiempo de que disponen para dedicarlo a la educación de sus hijos, ya que tienen que ganar dinero para que sus vástagos puedan ser inteligentes en el mundo del mañana. A eso, dice Arozamena, lo llaman tener éxito en la vida, o lo que es lo mismo poner en práctica actitudes y dar la imagen propias del éxito. O dicho de otra manera, a eso lo llaman su manera de estar en el mundo.

viernes, 14 de agosto de 2020

EMMANUEL LÉVINAS

Lévinas habla De Dios, pero rompiendo con la tradición metafísica que lo presenta como un ente al que se puede conocer y adorar. En ese sentido, coincide con Jacques Derrida, según el cual “es necesario pensar la huella antes que el ente”. Hay algo más allá de lo que se da, de lo que está a la vista: “Solo un ser que trasciende el mundo puede dejar una huella”. Lévinas habla de una “trascendencia irreversible” que nos impide callar ante un rostro herido. Una trascendencia que se manifiesta de forma indirecta, conservando su condición de enigma. La huella nos impele a buscar un sentido, pero sin caer en el antagonismo entre lo trascendente y lo inmanente. El enigma “es una tercera persona que no se define por el Sí-mismo”. Esa tercera persona es lo que Lévinas llama Dios o “Illeidad”. Dios no es presencia, sino exposición, apertura. Es incognoscible, pues no podemos re-conocerlo, hacerlo presente, pero es lo que nos empuja hacia el Bien. El tiempo no es una caída, sino una subida hacia el Infinito. “Lejos de significar la corruptibilidad del ser –escribe Lévinas–, el tiempo significaría la ascensión hacia Dios, el des-inter-és, el paso al más allá del ser, la salida del es”. La huella de Dios es “un deseo que no se identifica con la necesidad. Un deseo sin hambre y sin fin”. Lévinas se rebela contra la onto-teo-logía, que reduce a Dios al orden de los seres: “La palabra Dios es única, porque es la única palabra que no extingue o no ahoga o no absorbe su Decir. No es más que una palabra, pero revoluciona la semántica. La gloria se encierra en una palabra, se hace ser, pero al mismo tiempo destruye esa morada”.

jueves, 13 de agosto de 2020

LA HUELLA BRONTE

Desde que leyó por primera vez Cumbres borrascosas, de Emily Bronte, intuyó vagamente que el mundo que ahí se narra no tenía nada que ver con un pasado concluido sino con un presente inconcluible y, por tanto, con un futuro siempre inalcanzable. Luego vinieron, para acabar de rematar su convicción, la lectura de las biografías de las hermanas Bronte, Emily y Charlotte, a cargo de Winifred Gerin y Elisabeth Gaskell. Lo que Arozamena ha descubierto en los meses de confinamiento viral ha sido la falsedad que encubre al sistema educativo vigente y, por ende, la forma de vida de sus protagonistas que lo defienden con sus impuestos. Ha tenido que ser un agente ajeno e invisible a la realidad educativa, por decirlo así un ser ineducable, el que haya hecho una enmienda a la totalidad de los diferentes proyectos de renovación pedagógica, a cual mas progresista que el anterior, que han surgido en nuestro país durante este periodo de cuarentañismo democrático. De repente, con las tecnologías mas avanzadas al alcance de profesores, alumnos y progenitores, no sabemos, piensa Arozamena, como continuar la labor educativa que todo el mundo consideraba ejemplar, si nos atenemos al nivel de aquiescencia generalizado entre las partes, antes de la llegada del virus de marras. ¿Volver o no volver a la aulas? ¿Quedarse o no quedarse en casa? Son preguntas que los sesudos expertos del entorno gubernamental no saben como responder. Pero la cuestión fundamental nunca llega, pues no está en sus cabezas: ¿cuales son las preguntas que mejor convienen a la educación de nuestros hijos y alumnos? Únicamente insisten paranoicos (pueden ser de otra manera nuestros docentes y progenitores): el sitio y el horario y los contenidos y los objetivos. No son respuestas a tales preguntas, sino etiquetas para tranquilizar a quienes regentan las aulas y los hogares, que es por donde se pasea con toda impunidad el virus de marras. Es necesario rastrear y pensar la huella de la experiencia educativa ajena antes que ensimismarse con los papeles de los proyectos educativos propios, dice Arozamena, lector atento de la vida y obra de la familia Bronte, ademas de visitante emocionado de Haworth, pequeño pueblo de Inglaterra que fue el lugar donde ocurrieron los hechos memorables de aquellas

Cualquiera de los proyectos de renovación pedagógica actuales repudiaría públicamente, si así se lo pidiesen a sus redactores, la figura del reverendo Patrick Bronte, padre de las hermanas Charlotte, Emily y Anna. Seco, autoritario e inflexible en el cumplimiento de la moral victoriana imperante, servía, sin embargo, en bandeja de plata los diarios y revistas a las que estaba suscrito no solo para que sus hijas estuvieran bien informadas, sino, y esto es lo más importante, para que discutieran entre ellas y con él mismo  los diferentes pareceres de sus lecturas. En el mismo sentido, aunque se opuso a los colores de las botas o al uso de la seda en los vestidos de sus hijas por parecerle demasiado atrevidos, por ejemplo, nunca se opuso, mas bien lo alentó, a que sus hijas llevaran su imaginación hasta los confines que les pareciera mas oportuno en forma de escritos, cartas, cuentos, obras de representaciones de teatro, tertulias, paseos por los páramos, etc, etc. Arozamena lleva intentando reinventar el estilo del reverendo Bronte con las familias modernas de sus alumnos desde el primero día del confinamiento. Término a término a la moral victoriana se opone la amoralidad posmoderna de la clase media urbana; a la voluntad empírica  del reverendo de que sus hijas aprendan el desdén y abandono de los padres permanentemente ocupados que no saben que hacer con sus hijos, pues ahora están todo el día en casa sin poder asistir a las actividades técnicas extraescolares que hacía que solo los vieran dos horas al dia, ¡qué alivio!; a la desbordante y desconcertante imaginación comunicativa de las hermanas Bronte, la anticipada estructura robótica del carácter de sus alumnos incapaces de hablarse entre ellos cara a cara y de mirar al mundo, si no es mediante la interposición de un dispositivo a sus dedos pegado. 

miércoles, 12 de agosto de 2020

PRIVILEGIADOS

 Una vez que te metes en el aula ocurren tantas cosas imprevistas como encerrados en casa. Daniel Oliart y Andrea Caparrós, padres de tres hijos entre 6 y 13 años, es de esos matrimonios que miran para otro lado cuando alguien trata de indagar que esta pasando en los dominios privados de la familia que regentan. Y el caso es que sus amigos lo ven todo bien, cuando se comunican a través del grupo digital que comparten. Arozamena, que es el tutor en el instituto del mayor de los vástagos de Daniel y Andrea,  lo ha intentado en las reuniones ordinarias que ha tenido con ellos, pero ha sido inútil, no quieren ver. Arozamena piensa que Ignacio, así se llama el vástago en cuestión, esta fuera del campo de acción de la mirada individual y conjunta de sus padres, si es que fuera posible esa sutil distinción. Quedar fuera de la mirada de los otros es lo mas habitual tanto dentro del aula como encerrado en casa. Lo que ocurre es que un adolescente como Ignacio, a pesar de estar él mismo ensimismado con su móvil, a veces necesita que le hagan caso, pues todavía no se ha robotizado lo suficiente al decir de Sherry Turkle, autora del libro “En defensa de la conversación.” Arozamena ha tratado de explicárselo a sus padres siguiendo el protocolo laico que inspira la deontología del instituto, pero siempre se ha topado con una conducta ajena a esa deontología, mediante la que Daniel y Andrea ademas de servirles de escondrijo parecen vivir totalmente reconfortados, no hay ansiedad ni nada parecido en sus palabras. Arozamena lo califica como la felicidad del saltamontes encima del ordenador.

(...)

Lo descubrió un día que había decidido pasar el fin de semana en una casa de campo de esas que hacen turismo rural para nones. Tenía que corregir muchos exámenes y pensó que era la mejor manera de afrontar el hastío que imaginó se le iba a echar encima. Cuando llevaba leído veinte de los ochenta exámenes que tenía previsto corregir esa tarde, notó que un saltamontes se había posado encima de las teclas del ordenador. Lo desconcertante para Arozamena fue que observó en el insecto, por decirlo así, una determinación estrábica en su mirada. O dicho con otras palabras, con un ojo miraba lo que Arozamena escribía en la pantalla del ordenador y con el otro lo miraba a él fijamente. Se dio cuenta que con cualquiera de los ojos no veía nada, ni a nadie, en el sentido que Ignacio reclamaba de la mirada de sus padres, el saltamontes, como Daniel y Andrea, miraba para otro. El insecto, si se quiere, con una conciencia menos sofisticada que los padres de Ignacio. Un otro que, sea quien sea para el insecto o para los padres de Ignacio, está, a su vez, ciego. Con esta prueba empírica tan pegada a lo natural entendió Arozamena que no hay mejor narcotizante para el que no quiere ver o para quien mira par otro lado, como es el caso de Daniel y Andrea y tantos progenitores de hoy en día, que auparse sobre la creencia de que al igual que ellos y el saltamontes los demás también están ciegos, porque sus miradas se dirigen a alguien que todo lo ve. Lo que no reconocen es que eso es lo mismo que decir que no ve nada ni a nadie. 

(...)

Arozamena los denomina los nuevos privilegiados, cuya ideología es el placer culpable, según ha leído en una revista de psicopedagogía especializada en este tipo de trastornos familiares. Arozamena le gritó al saltamontes que se apartara del ordenador (como cuando le dices a una mosca que deje de ser tan pesada revoloteando sobre el acido sudor de tu cabeza) pero no lo oyó, al igual que Daniel y Andrea no oyen las súplicas de su hijo Ignacio para que le hagan caso. Sin embargo, con toda seguridad, piensa Arozamena, que, al igual que el saltamontes si detecta la humedad de una babosa en el campo, los padres de Ignacio si captan que su hijo necesita cien pavos para pasar el fin de semana con sus amigotes. Y en seguida se llevan las manos a la cartera y se los ponen encima de la cama de su habitación. No se los dan cara a cara, pues a su entender lo podría interpretar como un gesto humillante, y porque no quieren un determinación tan explícita entre las necesidades monetarias de su hijo y su disposición a cubrirlas sin pedir justificante a cambio. De esto último, por lo que Arozamena les ha escuchado en las reuniones de la tutoría, Daniel y Andrea sí son muy conscientes. 

martes, 11 de agosto de 2020

EN EL BARRO

 Arozamena lleva pensando, desde que empezaron las vacaciones del verano viral, en cómo será la vuelta al virus de marras en setiembre. Se despidió de sus compañeros de instituto el mismo día que las autoridades gubernativas dieron por finalizado el estado del alarma, y la vuelta a la aulas, dijo Arozamena dirigiéndose al claustro de profesores com jefe de estudios saliente, coincidirá con la nueva proclamación oficiosa de una nueva etapa para estar alarmados, al menos hasta después del invierno, y que también será nueva a mi entender para saber que hemos hecho mal para llegar hasta aquí. Al acabar su discurso se rió de manera oficial y alzó la copa para brindar de manera que todo apareciera inverosímil, así entendió que la farsa que estaban viviendo era la manera mas adecuada para conjurarse contra los peores presagios reales.

Arozamena se había dado cuenta, al poco tiempo de empezar su nómada y discontinua carrera de profesor de educación secundaria, que el proceso histórico que había llevado a la construcción de la figura del docente y de los progenitores modernos tenia una peligrosa naturaleza viral, que se había hecho patente con la emergencia y participación de la sociedad de masas en los asuntos de la enseñanza de subvención estatal durante los últimos cuarenta años. Y que no es exagerado afirmar que es el correlato civil de la emergencia del terror nuclear militar, la amenaza que sustituyó a la cólera de Dios después de la época de los grandes desastres que acompañaron a la Segunda Guerra Mundial. A este proceso histórico individual le ha acompañado, también al entender de Arozamena, un proceso de ceguera espiritual colectiva (el no querer ver o el mirar para otro lado) que ha desembocado en la construcción de una ideal material de la humanidad donde docentes, progenitores y alumnos han conseguido  acomodarse a los aspectos mas queridos de aquel ideal, es decir, aquellos que les han permitido repetir curso tras curso, así sea en el aula como en el hogar familiar, como si fueran los únicos privilegiados que hubieran alcanzado la meta. Es decir, como si ya estuviera aprendido o todo el pescado estuviera vendido y únicamente bastaba con entregarse a la ma explicita de las banalidades. La inteligencia había optado por el camino de la estupidez. Sin embargo, reconoce Arozamena y así se lo hizo saber también al claustro de profesores, la llegada del virus de marras ha dejado ver a las claras la falsedad que ha acompañado tanto a la construcción del docente, el progenitor y el alumnos modernos como al ideal de humanidad en donde todas esas figuras han acabado reflejándose y acomodándose.


La prueba de ello, les dijo Arozamena a sus compañeros, es que teniendo todos nosotros los medios tecnológicos y sociales a nuestra disposición, a saber, todos, docentes, progenitores y alumnos estamos conectados entres nosotros y lo estamos las veinticuatro horas del día, nos estamos enfrentando al virus de marras como si formáramos parte emocional y racional de una sociedad medieval. Toda sociedad viral esta formada en íntima compenetración por quienes contagian y los contagiados. La nuestra no es una excepción y sucede tanto con las redes sociales en intima compenetración con el virus de marras. No hay diferencia entre ellos, pues las relaciones víricas de las unas llevan a las cepas del otro, y viceversa. Bien es verdad que no de una forma mecánica y visible, pero es aquí donde está el peligro, enfatizó Arozamena en ese momento de su discurso, en una sociedad apegada con celo irrefutable a la vida material como la nuestra. Acomodados en nuestros nichos materiales, los protagonistas de la vida educativa sitiada por el virus de marras, o sea, nosotros, mas los alumnos y sus padres que no están aquí, permítanme que los llame cariñosa y activamente los felices ausentes, no nos hemos dado cuenta todavía que esos nichos donde vivimos empiezan a adquirir una cierta forma sepulcral definitiva.


Fíjense que he dicho acomodo material, no vida humana mejor, también pensado en los niños pobres de Brasil, a propósito de algo que leí el otro día mientras preparaba estas palabras que les estoy trasmitiendo. Como ustedes deben saber, me estoy refiriendo a los tristemente famosos meninos da rua, los niños de la calle. Estos niños son los que viven en las alcantarillas, y suelen salir al exterior por la noche para acercarse a comer a los cubos de basura. Pero esto no es lo importante. La noticia que atrajo mi atención la leí el otro día en un breve del periódico, por eso la traigo a este claustro de fin de curso, no fue por su forma de vida sino porque, al parecer, estos niños se drogan con barro. El símbolo material de la creación bíblica. El barro, que esta por todos los sitios y ni siquiera se tienen que levantar a cogerlo, evitando así ser atrapados por los traficantes de niños, tienen unos efectos narcotizantes que les permiten olvidar durante algunos minutos la realidad donde viven. Lo que les quiero decir para acabar, es que la esperanza espiritual se pierde en las situaciones extremas de la vida material, entonces solo queda el embotamiento. Unos en la cima y otros volviendo al origen. Felices vacaciones.

viernes, 7 de agosto de 2020

LA AVERÍA

“En los relatos de Agatha Christie se produce un crimen, y con el detective Hércules Poirot al frente de las pesquisas, se trata de averiguar quién es el culpable entre un grupo de sospechosos concernidos. El lector de La avería intuye pronto que en este relato ya tenemos desde el principio al culpable: lo que se trata de saber, mediante el juego procesal, es qué crimen ha cometido. La culpabilidad del acusado no está predeterminada por una especie de pecado original de dimensión religiosa o metafísica -todo ser humano sería culpable de algo por el mero hecho de ser hombre-, sino que se hace inevitable por su participación en un sistema social y económico en el que progresar o, simplemente, salir adelante implica la comisión de alguna clase de delito. A ver, señor Traps, ese molón Studebaker, ese alto rango alcanzado en su empresa textil, esa vida itinerante al margen de su esposa y de sus hijos, ese estar abierto a las aventurillas eróticas que puedan surgir en sus viajes, todo eso, aunque su existencia no deje de ser mediocre, tiene que esconder maniobras impropias, ambiciones que no se detienen ante la falta de ética o de estética de ciertos actos, daños causados a terceros por querer satisfacer sueños mezquinos incitados por unas reglas del juego que fomentan la competencia, el deseo de medro y la búsqueda de compensaciones que sirvan de alivio a una existencia irrelevante y vulgar. Señor Traps -señor lector-, algo habrá hecho usted mal para llegar hasta aquí.“

jueves, 6 de agosto de 2020

MALENTENDIDO

Cuando le dijo que quería estudiar, lo primero que le respondió Telmo, antes de saber que es lo que quería estudiar, fue que no se apuntase a la universidad. Luego se arrepintió de inmediato, pero no se atrevió a enmendar su error, prefirió que fuera el paso del tiempo el que decidiera el destino de su recomendación, que tenía la impresión que se había metido de coz y hoz en los caminos angostos propios de los malentendidos. Telmo tenia estudios pero no había estudiado, por eso le dijo a su primo que no fuera a la universidad, aunque no supo que decirle para que se pusiera a estudiar. Lo cierto fue que la conversación con su primo del todo imprevista le hizo ver a Telmo lo que hasta entonces había sido su vida: subsistir dentro de una inmensa ceguera.

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Al darse cuenta de ello, Telmo se sintió invadido por una inseguridad desconocida hasta entonces. La inseguridad no le venia por lo que tenía delante mientras  iba caminando por la calle o en las reuniones con los amigos o cuando volvía a casa del trabajo donde le esperaban su mujer y sus hijos de tres y cinco años, no. La inseguridad le venia precisamente a través de lo que veía. La distinción que le había hecho a su primo entre tener estudios y haber o no haber estudiado se quedó atrapada en la maraña de su conciencia y no lo dejaba en paz. Lo que en principio salió de su boca como una frase hecha para quedar bien ante su pariente, que era mas joven que él (el hijo pequeño de la hermana pequeña de su padre), lista para ser olvidada sin preocuparse del alcance que pudiera haber tenido en su interlocutor, se le había convertido en un grumo ácido que no dejaba de producirle mareos durante buen aparte del día. Ni siquiera se acordaba a quien se la había escuchado o si la había leído, aunque cree que mas bien fuera lo primero que lo segundo, pues últimamente no leía mucho, mas que nada por volver a escucharla o leerla de nuevo, a ver si recuperaba con ello la sensatez.

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Efectivamente, al final se acordó que la frase de marras se la había escuchado a un escritor de esos que después de un éxito temprano en su carrera literaria, decidió dejarlo todo y meterse en el camino del fracaso, que era, a su entender, la verdadera sustancia de la literatura. A parte de despotricar contra todos los triunfadores en general, acabó la entrevista, publicada en un revista de divulgación cultural, con otra frase de esas que al oírlas suben las acciones correspondientes del  ibex 35, o el precio del pan si usted no juega en bolsa. El buen hombre dijo que el éxito es cuando un taxista te reconoce y te da una palmadita en la espalda. A Telmo esta ultima frase le pareció propia de un fantoche, haya o no haya ido a la universidad. 

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El caso fue que la que más tarde sería su mujer la conoció en el último curso de carrera de filología hispánica. Y un día, poco antes de casarse, le confesó que lo había elegido a él como el futuro padre de sus hijos, primero porque era como ella miembro de la comunidad universitaria, de lo que se sentía muy orgullosa, y, en segundo lugar, por la manera que tenía de hablar en clase o en la cafetería de la facultad sobre ese orgullo de ser universitario. Era, le dijo su mujer aquel día, como si le hubiera dado el sentido de pertenencia que tanto estaba buscando. Por fin era alguien, era una mujer universitaria. 

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Lo que Telmo no ha dicho a nadie, ni a su psicóloga a la que volvió durante medio año para tratar de averiguar las causas de su desvarío, fue que buscó en internet al escritor de la entrevista y descubrió que daba clases de pensamiento en su casa. Aunque no tenía ni idea qué significaba eso se apuntó, aunque ha de confesar que le pareció una extravagancia. Ahí fue donde descubrió la función auténtica de la universidad y también la relación, no necesariamente opuesta entre éxito y fracaso, siempre y cuando tengamos conciencia de ello. O dicho con palabras del propio escritor, llegamos a saber que la vida es en gran medida un fracaso cuando tomamos conciencia de nuestra mortalidad no de forma directa, sino a través de la literatura, pues nadie como un escritor sabe la distancia abismal que existe entre las cumbres que imaginó al ponerse a escribir una novela y los resultados ruinosos, en comparación, con que decide poner fin a su aventura narrativa. Telmo ha pensado que dejará pasar un tiempo prudencial y volverá a hablar con su primo, por ver como le han ido las cosas. Aunque en el fondo lo que quiere averiguar es si le hizo caso, o no, respecto al consejo que le dio entonces.

miércoles, 5 de agosto de 2020

LO MÁS ASOMBROSO

Escribe JESÚS FERRERO:

“Lo más asombroso de esta vida es que además de trucar los naipes cuando jugamos con los otros, también los trucamos cuando jugamos con nosotros mismos. 

Hacer trampas con uno mismo es una locura muy extendida que te conduce a un laberinto: el de tus propias trampas narrativas. 

En ese laberinto lleno de pasillo y puertas siempre confías que vas a encontrar una salida. Cruzas un pasillo, abres una puerta. ¿Dónde estoy? En otro pasillo que concluye en otra puerta. Lo cruzas, la abres: otro pasillo más, y otra puerta. 

Puedes pasar así media vida, recorriendo tu propio laberinto y creyendo que estás recorriendo el mundo. 

Un día, de pronto, abres otra puerta más. Esta vez sí parece la salida... Y lo es: tras la puerta se despliega un cementerio donde celebran un funeral. Te acercas a la comitiva, miras el ataúd de cristal que deja ver la cara del muerto: es tu cara, es tu cuerpo.

Hay gente que muere sin haber nacido, y gente que muere antes de morir y que nunca ha poseído su vida.

Y gente que cuando vive, vive, y muere cuando muere. Como debe ser, sin falsificar demasiado la vida, ni falsificar demasiado la muerte.”

martes, 4 de agosto de 2020

LA PROSA

“Esta palabra no significa solo un lenguaje no versificado; significa también el carácter concreto, cotidiano, corporal, de la vida.” Milán Kundera


¿Podremos conversar en otoño? El virus de marras se ha colado entre la vulgaridad de las aglomeraciones humanas, produciendo la distancia necesaria que nos permita confiar razonablemente en el acontecer de la excelencia de cada conversador. Ademas tras la vuelta a las aulas el virus de marras las convertirá en lo contrario de lo que imaginaron los ilustrados. ¿Nos pondrá ese cambio de función de la educación, de emancipadora de la humanidad en contagiadora de los humanos, en mejor disposición de escuchar al otro? A lo mejor nos da, Dios te oiga, por hacernos entender entre nuestros semejantes.

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La locutora de la radio hablaba mas o menos en estos términos mientras iba dando mi paseo matinal. La cita de Kundera fue lo primero que dijo nada mas comenzar su programa. Lo titula “Lo asombroso de la vida” y antes de dar los buenos días a la audiencia le gusta empezar con la cita de algún autor o autora que invite al radio oyente, es lo que yo supongo, no a relajarse sino a ponerse tenso como si estuviera al borde de un abismo, donde ella piensa, lo repite con frecuencia a lo largo de la dos horas que dura su programa, se encuentra el verdadero asombro de la existencia. Lo que mas me llamó la atención fue la coincidencia que se produjo esa mañana en que todo parecía refractario a cualquier tipo de armonía. Las palabras de la locutora sobre la conversión de la educación en referente de contagio de seres humanos concretos en lugar de emancipación de la humanidad en general, como había sido la creencia hasta la invasión del virus de marras, se produjo al mismo tiempo que pasaba caminando a la altura del colegio en el que me habían contratado en la escuela municipal para cubrir la vacante, durante el primer trimestre del curso que viene, de un profesor que estaba de baja por efecto del contagio vírico imperante. Lo primero que hice, por instinto de supervivencia, fue alejarme del colegio y dirigirme con rapidez hacia el campo colindante, donde cambié la emisora de radio y puse otra donde John Coltrane tocaba una de sus famosa piezas, A Love supreme.

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Si los mandos a distancia son capaces de cambiar de canal desde la butaca donde te encuentras, me dije mientras me alejaba del colegio en el que trabajaría en un mes y medio, con mayor razón las palabras de la radio que entran directamente por las orejas podrían tener un efecto inmediato sobre el oyente. La locutora había mencionado al mismo tiempo, por un lado, el destino contagiador de la educación pública, ahora por causas víricas infantiles y no pastorales adultas, y, por otro, se preguntaba si sería posible, en tales condiciones, la conversación pública en otoño. Ese baipás, solo posible mediante el juego de las ondas, hizo que saliera corriendo a oler el aroma de la naturaleza mientras escuchaba los sonidos espirituales de Trane. 

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¿Como era posible plantear tal disyuntiva, sin empezar a sentir el vértigo del abismo, aunque fuera tras la impunidad aparente que siempre me ha trasmitido la radio? Después de haber encumbrado a la infancia, para ocultar la corrupción ética actual del ser adulto, a lugares impropios de su edad e inocencia, ¿como iban a admitir sus ecumbradores (padres y profesores), sin acusarse del estropicio que la conducta irresponsable de sus vástagos y alumnos por ellos subvencionada acabaría siendo, al fin y a la postre, la que está enterrando la esperanza de la conversación entre sus mayores. Podremos conversar en otoño, repetí como un mantra las palabras de la locutora, cuando creí encontrarme a salvo entre arbustos y pinos piñoneros. Sin duda, me respondí, siempre y cuando lo hagamos fuera del área de influencia contaminada de la escuela y la familia, y la de cualquier entramado de relaciones de poder hoy establecido. Pues uno de los efectos colaterales de la infantilización de la vida adulta, ahora doblemente contagiada, es la pérdida de su prosa y, por tanto, como dice Kundera, de su carácter. A lo que hay que añadir que ya no es posible el espectáculo de semejante farsa familiar y educativa. La distancia, ¡ay!, hay que respetar la distancia ahí mismo donde nos encontremos.

lunes, 3 de agosto de 2020

AYUDAS

Alguien debió de haber confundido de manera intencionada a C.C. Baster cuando nada mas aterrizar en el aeropuerto no pidió una guía de la ciudad o la forma de alquilar un coche, sino que se dirigió a la oficina de atención al cliente y, después de saludar amablemente a la señorita que estaba detrás del mostrador, le pidió la ayuda correspondiente para los ciudadanos como él. No había hecho nada malo, le dijo a la señorita de atención al cliente enfatizando el tono de su voz, ni en el país del que procedía ni durante el vuelo. Simplemente aquel alguien lo había puesto en la escalerilla del avión con su maleta y su pasaporte en perfecto estado de revista, insistiéndole, en el momento de la despedida, que al llegar a su destino pidiera la ayuda correspondiente para ciudadanos de su categoría.


Su mujer, que llevaba trabajando cerca de un año en la  misma ciudad al que había llegado C.C. Baster, no fue a recibirle por recomendación de éste. Le dijo expresamente que esperara, junto con la hija pequeña de ambos, en la casa que había alquilado en un barrio periférico de la ciudad, no muy lejos de la empresa donde aquella trabajaba como cajera en un supermercado. Su nombre es el que pone en su pasaporte, le pregunto la señorita de atención al cliente. No, mi nombre no es C.C. Baster, este es mi nombre para que me concedan la ayuda por pertenecer a esta categoría de ciudadanos recién llegados a la ciudad. Y cual es su verdadero nombre, insistió la señorita de atención al cliente. No estoy autorizado a decírselo hasta que no tenga en mi mano la ayuda que estoy demandando. Ustedes los que tienen nombre y empleo estables desde hace muchos años, así caigan chuzos de punta fuera de donde viven o trabajan, no tienen problemas de identidad, son siempre los que dicen ser, ni se preocupan nunca por las identidades que no tienen, lo cual no evita que sigan siendo las condiciones de posibilidad de la que tienen desde hace tantos años. Sus otras identidades son, por decirlo así, su constante amenaza. Pero usted debe entender, dijo la señorita de atención al cliente, que lo que manda el protocolo del ministerio de emigración del país al que acaba de llegar es que su mujer venga a recibirlo y lo adopte como inquilino en su casa bajo su entera responsabilidad, hasta que usted consiga tener un trabajo propio que le permita andar por la ciudad sin tutela alguna. Pienso que ustedes se equivocan, contesto C.C. Baster. Yo he venido a su país, como dicen aquí de forma coloquial, a buscarme la vida, tengo que decir, entonces, que no soy C.C. Baster y, al mimo tiempo, reconocer que prefiero no decirle cual es mi verdadero nombre, pues toda vida se debe a las identidades a que obliga las perdidas a que la somete su propia evolución. Por lo tanto, a todos lo efectos burocráticos la expresión “no soy C.C. Baster” es, hasta nueva orden, mi verdadera identidad, y también la que mejor conviene a las ayudas que estoy demandando.