Lo que no se podían imaginar profesores y progenitores, que junto a sus alumnos y vástagos forman la generación mejor acabada del adanismo (un neologismo acuñado por el filósofo Emilio Lledó para salir al paso de esta avalancha de creyentes que están convencidos que el mundo empezó el mismo día que ellos nacieron), es que le pudieran llegar a llamar, al estilo socrático, corruptores de menores.
Arozamena está muy preocupado con la vuelta a las aulas porque piensa que progenitores y profesores, más los alumnos que están en edad de entender, no se dan cuenta que debido a ese extremo al que han llevado las cosas convierten en ceniza todo lo que hasta ahora han construido. Como jefe de estudios de un instituto y padre de dos hijos Arozamena aboga por seguir dando clase desde la casa en conversación digital de los unos con los otros. Hoy, a diferencia de las pandemia analógicas, eso es posible sin menoscabo de los docentes ni de los discentes y sin merma de la dignidad de los progenitores, pero todo en beneficio de la educación, que por fin tiene la oportunidad de ocupar el verdadero lugar que le corresponde en el mundo. Es decir, como entendían los griegos, un punto de partida para recorrer un camino juntos y no una carrera contra el reloj con una meta y un punto de llegada previamente establecido por los que no corren.
Ir a clase de forma obligatoria todos los días parece que no da mas de sí en el cumplimiento de lo segundo que es para lo que fue pensado, pero tampoco deja que se ponga en marcha la experiencia de lo primero que es la única esperanza educativa. Toda una paradoja que como se ha dicho puede destruir una obra y el horizonte de inteligibilidad de quienes la han estado poniendo en marcha. De todos es conocido, escribe Arozamena en la última carta que ha dirigido a los padres del instituto, el descrédito que ha ido adquiriendo el absolutismo de la educación presencial a medida que la libertad digital se ha ido imponiendo en los hábitos y costumbres de los alumnos y profesores, también de los progenitores.
Escribe Jesus Ferrero:
“Amemos el seno hirviente de la vida con todas sus consecuencias, pero sepamos qué somos, cómo nos han hecho y cómo nos hacemos. Amemos la existencia, pero no ignoremos sus abismos ni los elementos que la constituyen. Amémonos a nosotros mismos y amemos a los otros, pero sepamos qué tejidos inestables conforman nuestra materia y las sustancias que se mezclan, funden y confunden con la nuestra. Amemos nuestros sueños, pero no ignoremos el fluido volátil y resbaladizo del que están hechos.”
De momento, mejor entre pantallas que cara cara emboscados en el aula mediante el embozo de la mascara. Para recobrar así el tiempo interior que es el desafío de nuestro tiempo, tanto a nivel individual como a nivel social.