“En los relatos de Agatha Christie se produce un crimen, y con el detective Hércules Poirot al frente de las pesquisas, se trata de averiguar quién es el culpable entre un grupo de sospechosos concernidos. El lector de La avería intuye pronto que en este relato ya tenemos desde el principio al culpable: lo que se trata de saber, mediante el juego procesal, es qué crimen ha cometido. La culpabilidad del acusado no está predeterminada por una especie de pecado original de dimensión religiosa o metafísica -todo ser humano sería culpable de algo por el mero hecho de ser hombre-, sino que se hace inevitable por su participación en un sistema social y económico en el que progresar o, simplemente, salir adelante implica la comisión de alguna clase de delito. A ver, señor Traps, ese molón Studebaker, ese alto rango alcanzado en su empresa textil, esa vida itinerante al margen de su esposa y de sus hijos, ese estar abierto a las aventurillas eróticas que puedan surgir en sus viajes, todo eso, aunque su existencia no deje de ser mediocre, tiene que esconder maniobras impropias, ambiciones que no se detienen ante la falta de ética o de estética de ciertos actos, daños causados a terceros por querer satisfacer sueños mezquinos incitados por unas reglas del juego que fomentan la competencia, el deseo de medro y la búsqueda de compensaciones que sirvan de alivio a una existencia irrelevante y vulgar. Señor Traps -señor lector-, algo habrá hecho usted mal para llegar hasta aquí.“