martes, 11 de agosto de 2020

EN EL BARRO

 Arozamena lleva pensando, desde que empezaron las vacaciones del verano viral, en cómo será la vuelta al virus de marras en setiembre. Se despidió de sus compañeros de instituto el mismo día que las autoridades gubernativas dieron por finalizado el estado del alarma, y la vuelta a la aulas, dijo Arozamena dirigiéndose al claustro de profesores com jefe de estudios saliente, coincidirá con la nueva proclamación oficiosa de una nueva etapa para estar alarmados, al menos hasta después del invierno, y que también será nueva a mi entender para saber que hemos hecho mal para llegar hasta aquí. Al acabar su discurso se rió de manera oficial y alzó la copa para brindar de manera que todo apareciera inverosímil, así entendió que la farsa que estaban viviendo era la manera mas adecuada para conjurarse contra los peores presagios reales.

Arozamena se había dado cuenta, al poco tiempo de empezar su nómada y discontinua carrera de profesor de educación secundaria, que el proceso histórico que había llevado a la construcción de la figura del docente y de los progenitores modernos tenia una peligrosa naturaleza viral, que se había hecho patente con la emergencia y participación de la sociedad de masas en los asuntos de la enseñanza de subvención estatal durante los últimos cuarenta años. Y que no es exagerado afirmar que es el correlato civil de la emergencia del terror nuclear militar, la amenaza que sustituyó a la cólera de Dios después de la época de los grandes desastres que acompañaron a la Segunda Guerra Mundial. A este proceso histórico individual le ha acompañado, también al entender de Arozamena, un proceso de ceguera espiritual colectiva (el no querer ver o el mirar para otro lado) que ha desembocado en la construcción de una ideal material de la humanidad donde docentes, progenitores y alumnos han conseguido  acomodarse a los aspectos mas queridos de aquel ideal, es decir, aquellos que les han permitido repetir curso tras curso, así sea en el aula como en el hogar familiar, como si fueran los únicos privilegiados que hubieran alcanzado la meta. Es decir, como si ya estuviera aprendido o todo el pescado estuviera vendido y únicamente bastaba con entregarse a la ma explicita de las banalidades. La inteligencia había optado por el camino de la estupidez. Sin embargo, reconoce Arozamena y así se lo hizo saber también al claustro de profesores, la llegada del virus de marras ha dejado ver a las claras la falsedad que ha acompañado tanto a la construcción del docente, el progenitor y el alumnos modernos como al ideal de humanidad en donde todas esas figuras han acabado reflejándose y acomodándose.


La prueba de ello, les dijo Arozamena a sus compañeros, es que teniendo todos nosotros los medios tecnológicos y sociales a nuestra disposición, a saber, todos, docentes, progenitores y alumnos estamos conectados entres nosotros y lo estamos las veinticuatro horas del día, nos estamos enfrentando al virus de marras como si formáramos parte emocional y racional de una sociedad medieval. Toda sociedad viral esta formada en íntima compenetración por quienes contagian y los contagiados. La nuestra no es una excepción y sucede tanto con las redes sociales en intima compenetración con el virus de marras. No hay diferencia entre ellos, pues las relaciones víricas de las unas llevan a las cepas del otro, y viceversa. Bien es verdad que no de una forma mecánica y visible, pero es aquí donde está el peligro, enfatizó Arozamena en ese momento de su discurso, en una sociedad apegada con celo irrefutable a la vida material como la nuestra. Acomodados en nuestros nichos materiales, los protagonistas de la vida educativa sitiada por el virus de marras, o sea, nosotros, mas los alumnos y sus padres que no están aquí, permítanme que los llame cariñosa y activamente los felices ausentes, no nos hemos dado cuenta todavía que esos nichos donde vivimos empiezan a adquirir una cierta forma sepulcral definitiva.


Fíjense que he dicho acomodo material, no vida humana mejor, también pensado en los niños pobres de Brasil, a propósito de algo que leí el otro día mientras preparaba estas palabras que les estoy trasmitiendo. Como ustedes deben saber, me estoy refiriendo a los tristemente famosos meninos da rua, los niños de la calle. Estos niños son los que viven en las alcantarillas, y suelen salir al exterior por la noche para acercarse a comer a los cubos de basura. Pero esto no es lo importante. La noticia que atrajo mi atención la leí el otro día en un breve del periódico, por eso la traigo a este claustro de fin de curso, no fue por su forma de vida sino porque, al parecer, estos niños se drogan con barro. El símbolo material de la creación bíblica. El barro, que esta por todos los sitios y ni siquiera se tienen que levantar a cogerlo, evitando así ser atrapados por los traficantes de niños, tienen unos efectos narcotizantes que les permiten olvidar durante algunos minutos la realidad donde viven. Lo que les quiero decir para acabar, es que la esperanza espiritual se pierde en las situaciones extremas de la vida material, entonces solo queda el embotamiento. Unos en la cima y otros volviendo al origen. Felices vacaciones.