viernes, 28 de agosto de 2020

ESCUELA O EDUCACIÓN

 Una cosa es escolarizar y otra cosa educar. Una cosa es tener estabulados a los vástagos y otra muy distinta pensar cual es la paideia que mejor corresponde a la comunidad política y social donde viven con sus progenitores. Cuarenta años después del cuarentañismo franquista gran parte de la clase media que sustenta la democracia vigente ignora algo tan elemental. Con todo, lo peor es la máscara de banalidad con que ocultan su asombro y impresionabilidad o lo que lo sociólogos llaman la resistencia ante la estupefacción, a saber, “he mejorado mi bienestar material, incluso en exceso, a costa de un creciente raquitismo espiritual, en el que se detectan los primeros síntomas de su irreversibilidad.” Así entregan a sus vástagos a los dispositivos digitales con la creencia de que ahí está toda la realidad, dándose cuenta, mediante disimulo interpuesto de aquella mascara, de que los dispositivos están perfectamente diseñados para recortar la realidad (como los pistoleros recortan sus escopetas) con la única intención de producir un efecto mas inmediato y sonoro en la distribución del daño informativo contra las tribus morales enemigas. Que en este baile de las redes sociales, donde unos y otros zascandilean hasta el amanecer, es fundamentalmente a lo que se dedican.

Aunque se trata con insistencia cansina en ensayos americanos, italianos y franceses (que Arozamena lee con asiduidad y atención) de describir el desarrollo del estado y de la sociedad moderna, así como de su ciencia como el hijo predilecto, también de su arte y su literatura, de su religión y su filosofía, son pocos los que han intentado exponer, sin que le hayamos hecho ningún caso reconoce Arozamena, la acción recíproca e íntima entre el proceso histórico mediante el cual se ha llegado a la formación del hombre moderno y el proceso espiritual mediante el cual hemos llegado a la consumación o acabamiento de esa forma de la modernidad para la humanidad toda. Dicho con otras palabras, esa forma de modernidad ha reflejado, como en un espejo, la impotencia del ser humano que ha tratado de llevarla a cabo. Lo cual, como todo lo consumado, acontece en el tumultuoso presente pero recae, sin que todavía nos demos cuenta de ello, en el tiempo original o primigenio. La consumación o acabamiento no es algo sólido y manejable, así interpreta Arozamena sus lecturas. Muy al contrario, la consumación o acabamiento hace que lo mas novedoso, véase por ejemplo las vidas que llevan sus alumnos, y los progenitores que los subvencionan, aparezcan ya con un aspecto de ruina. Y es que setenta y cinco años después de aquella consumación o acabamiento (holocausto nazi, gulag soviético y bombas atómicas norteamericanas) seguimos creyendo de forma ciega, la tecnología digital imperante es la mejor puesta al día de la “Parábola de los ciegos” de Mateo, que tales grandes catástrofes no dejaron de ser un inmenso susto dentro de las coordenadas históricas y generacionales en que tuvieron lugar. Fuera de ahí, nos autosugestionamos ante la pantalla, la vida ha continuado como si no hubiera pasado nada o como si hubiera pasado en la época de Carlomagno, por decirlo así. Lo verdaderamente importante para la humanidad esta por venir, de nuevo la apabullante autosugestión digital, y en su horizonte de inteligibilidad aparecemos quienes sobre aquellas ruinas hemos ido construyendo con una conciencia del todo autosuficiente, y con toda la fanfarria y colorido de que hemos sido capaces, el mundo adanista en el que vivimos con absoluto merecimiento.


¿Cabe decepcionarnos antes de tiempo?, se pregunta Arozamena ante la incertidumbre que emerge como una hidra ante el horizonte profesional de los docentes y en el familiar de los progenitores con sus vástagos? No, responde ante sus compañeros de instituto, aprovechando una reunión del claustro de profesores convocada para organizar la vuelta a las aulas. No, siempre que esta pandemia nos haga modificar la mirada sobre el lugar que ocupamos en el mundo. Pues ahora también nos podían decir, quienes nos esten observando desde el futuro, que esta crisis sanitaria y política, la peor desde hace setenta y cinco años, cuando las grandes catástrofes, fue un asunto enmarcado en las coordenadas históricas y generacionales de propias del esplendor y triunfo de la era digital. Si imaginamos que los hijos de nuestros vástagos, y los hijos de los hijos de nuestros vástagos, nos puedan recordar con tales palabras, ya os digo concluyó Arozamena su intervención ante el claustro, que si hay motivo para decepcionarse antes de tiempo, pues no hemos aprendido nada. Lo cual no quiere decir otra cosa que ya estamos metidos de lleno en el nihilismo y la incredulidad. Y si los progenitores de nuestros alumnos, a estas alturas de la pandemia, creen mas en el continente que en el contenido, en el aula que en lo se dice a sus hijos y en que medida eso les afecta a ellos también y de forma inaplazable, si no saben distinguir la diferencia que hay entre escolarizar y educar a sus hijos, todos estamos en condiciones de empezar a imaginar las creencias mas absurdas.


Y es que esta forma de modernidad, iniciada hace mas de doscientos años con el terror revolucionario francés, no ha sido dada a dejar miguitas en los rincones y veredas por si tenía que volver sobre el camino andado. Solo entendió el recorrido como una carrera contra el reloj cada vez mas acelerada, sin ninguna piedad para quienes se quedaban en la cuneta por falta de convicción o distracción o de aliento. En fin, nunca hemos concebido en nuestra forma de ser modernos la posibilidad de extraviarnos o perdernos. Ha tenido que ser el virus de marras, un ser invisible por microscópico, un ser indiferente e inapreciable, como tantos de los que se han quedado en la cuneta, quien haya venido a recodárnoslo.