miércoles, 12 de agosto de 2020

PRIVILEGIADOS

 Una vez que te metes en el aula ocurren tantas cosas imprevistas como encerrados en casa. Daniel Oliart y Andrea Caparrós, padres de tres hijos entre 6 y 13 años, es de esos matrimonios que miran para otro lado cuando alguien trata de indagar que esta pasando en los dominios privados de la familia que regentan. Y el caso es que sus amigos lo ven todo bien, cuando se comunican a través del grupo digital que comparten. Arozamena, que es el tutor en el instituto del mayor de los vástagos de Daniel y Andrea,  lo ha intentado en las reuniones ordinarias que ha tenido con ellos, pero ha sido inútil, no quieren ver. Arozamena piensa que Ignacio, así se llama el vástago en cuestión, esta fuera del campo de acción de la mirada individual y conjunta de sus padres, si es que fuera posible esa sutil distinción. Quedar fuera de la mirada de los otros es lo mas habitual tanto dentro del aula como encerrado en casa. Lo que ocurre es que un adolescente como Ignacio, a pesar de estar él mismo ensimismado con su móvil, a veces necesita que le hagan caso, pues todavía no se ha robotizado lo suficiente al decir de Sherry Turkle, autora del libro “En defensa de la conversación.” Arozamena ha tratado de explicárselo a sus padres siguiendo el protocolo laico que inspira la deontología del instituto, pero siempre se ha topado con una conducta ajena a esa deontología, mediante la que Daniel y Andrea ademas de servirles de escondrijo parecen vivir totalmente reconfortados, no hay ansiedad ni nada parecido en sus palabras. Arozamena lo califica como la felicidad del saltamontes encima del ordenador.

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Lo descubrió un día que había decidido pasar el fin de semana en una casa de campo de esas que hacen turismo rural para nones. Tenía que corregir muchos exámenes y pensó que era la mejor manera de afrontar el hastío que imaginó se le iba a echar encima. Cuando llevaba leído veinte de los ochenta exámenes que tenía previsto corregir esa tarde, notó que un saltamontes se había posado encima de las teclas del ordenador. Lo desconcertante para Arozamena fue que observó en el insecto, por decirlo así, una determinación estrábica en su mirada. O dicho con otras palabras, con un ojo miraba lo que Arozamena escribía en la pantalla del ordenador y con el otro lo miraba a él fijamente. Se dio cuenta que con cualquiera de los ojos no veía nada, ni a nadie, en el sentido que Ignacio reclamaba de la mirada de sus padres, el saltamontes, como Daniel y Andrea, miraba para otro. El insecto, si se quiere, con una conciencia menos sofisticada que los padres de Ignacio. Un otro que, sea quien sea para el insecto o para los padres de Ignacio, está, a su vez, ciego. Con esta prueba empírica tan pegada a lo natural entendió Arozamena que no hay mejor narcotizante para el que no quiere ver o para quien mira par otro lado, como es el caso de Daniel y Andrea y tantos progenitores de hoy en día, que auparse sobre la creencia de que al igual que ellos y el saltamontes los demás también están ciegos, porque sus miradas se dirigen a alguien que todo lo ve. Lo que no reconocen es que eso es lo mismo que decir que no ve nada ni a nadie. 

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Arozamena los denomina los nuevos privilegiados, cuya ideología es el placer culpable, según ha leído en una revista de psicopedagogía especializada en este tipo de trastornos familiares. Arozamena le gritó al saltamontes que se apartara del ordenador (como cuando le dices a una mosca que deje de ser tan pesada revoloteando sobre el acido sudor de tu cabeza) pero no lo oyó, al igual que Daniel y Andrea no oyen las súplicas de su hijo Ignacio para que le hagan caso. Sin embargo, con toda seguridad, piensa Arozamena, que, al igual que el saltamontes si detecta la humedad de una babosa en el campo, los padres de Ignacio si captan que su hijo necesita cien pavos para pasar el fin de semana con sus amigotes. Y en seguida se llevan las manos a la cartera y se los ponen encima de la cama de su habitación. No se los dan cara a cara, pues a su entender lo podría interpretar como un gesto humillante, y porque no quieren un determinación tan explícita entre las necesidades monetarias de su hijo y su disposición a cubrirlas sin pedir justificante a cambio. De esto último, por lo que Arozamena les ha escuchado en las reuniones de la tutoría, Daniel y Andrea sí son muy conscientes.