jueves, 6 de agosto de 2020

MALENTENDIDO

Cuando le dijo que quería estudiar, lo primero que le respondió Telmo, antes de saber que es lo que quería estudiar, fue que no se apuntase a la universidad. Luego se arrepintió de inmediato, pero no se atrevió a enmendar su error, prefirió que fuera el paso del tiempo el que decidiera el destino de su recomendación, que tenía la impresión que se había metido de coz y hoz en los caminos angostos propios de los malentendidos. Telmo tenia estudios pero no había estudiado, por eso le dijo a su primo que no fuera a la universidad, aunque no supo que decirle para que se pusiera a estudiar. Lo cierto fue que la conversación con su primo del todo imprevista le hizo ver a Telmo lo que hasta entonces había sido su vida: subsistir dentro de una inmensa ceguera.

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Al darse cuenta de ello, Telmo se sintió invadido por una inseguridad desconocida hasta entonces. La inseguridad no le venia por lo que tenía delante mientras  iba caminando por la calle o en las reuniones con los amigos o cuando volvía a casa del trabajo donde le esperaban su mujer y sus hijos de tres y cinco años, no. La inseguridad le venia precisamente a través de lo que veía. La distinción que le había hecho a su primo entre tener estudios y haber o no haber estudiado se quedó atrapada en la maraña de su conciencia y no lo dejaba en paz. Lo que en principio salió de su boca como una frase hecha para quedar bien ante su pariente, que era mas joven que él (el hijo pequeño de la hermana pequeña de su padre), lista para ser olvidada sin preocuparse del alcance que pudiera haber tenido en su interlocutor, se le había convertido en un grumo ácido que no dejaba de producirle mareos durante buen aparte del día. Ni siquiera se acordaba a quien se la había escuchado o si la había leído, aunque cree que mas bien fuera lo primero que lo segundo, pues últimamente no leía mucho, mas que nada por volver a escucharla o leerla de nuevo, a ver si recuperaba con ello la sensatez.

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Efectivamente, al final se acordó que la frase de marras se la había escuchado a un escritor de esos que después de un éxito temprano en su carrera literaria, decidió dejarlo todo y meterse en el camino del fracaso, que era, a su entender, la verdadera sustancia de la literatura. A parte de despotricar contra todos los triunfadores en general, acabó la entrevista, publicada en un revista de divulgación cultural, con otra frase de esas que al oírlas suben las acciones correspondientes del  ibex 35, o el precio del pan si usted no juega en bolsa. El buen hombre dijo que el éxito es cuando un taxista te reconoce y te da una palmadita en la espalda. A Telmo esta ultima frase le pareció propia de un fantoche, haya o no haya ido a la universidad. 

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El caso fue que la que más tarde sería su mujer la conoció en el último curso de carrera de filología hispánica. Y un día, poco antes de casarse, le confesó que lo había elegido a él como el futuro padre de sus hijos, primero porque era como ella miembro de la comunidad universitaria, de lo que se sentía muy orgullosa, y, en segundo lugar, por la manera que tenía de hablar en clase o en la cafetería de la facultad sobre ese orgullo de ser universitario. Era, le dijo su mujer aquel día, como si le hubiera dado el sentido de pertenencia que tanto estaba buscando. Por fin era alguien, era una mujer universitaria. 

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Lo que Telmo no ha dicho a nadie, ni a su psicóloga a la que volvió durante medio año para tratar de averiguar las causas de su desvarío, fue que buscó en internet al escritor de la entrevista y descubrió que daba clases de pensamiento en su casa. Aunque no tenía ni idea qué significaba eso se apuntó, aunque ha de confesar que le pareció una extravagancia. Ahí fue donde descubrió la función auténtica de la universidad y también la relación, no necesariamente opuesta entre éxito y fracaso, siempre y cuando tengamos conciencia de ello. O dicho con palabras del propio escritor, llegamos a saber que la vida es en gran medida un fracaso cuando tomamos conciencia de nuestra mortalidad no de forma directa, sino a través de la literatura, pues nadie como un escritor sabe la distancia abismal que existe entre las cumbres que imaginó al ponerse a escribir una novela y los resultados ruinosos, en comparación, con que decide poner fin a su aventura narrativa. Telmo ha pensado que dejará pasar un tiempo prudencial y volverá a hablar con su primo, por ver como le han ido las cosas. Aunque en el fondo lo que quiere averiguar es si le hizo caso, o no, respecto al consejo que le dio entonces.