La alcaldesa había salido en la tele anunciando un conjunto de medidas de carácter medio ambiental para ¨poner la ciudad al día``, dijo literalmente. Lo que le sorprendió a H de su breve alocución fue, por un lado, que no admitiera preguntas de los periodistas y, por otro, que insistiera hasta tres veces en que sus palabras no tenían nada que ver con un simulacro, como si quisiera disculparse respecto a otras intervenciones anteriores, en las que la oposición municipal le había criticado que fueron una mala puesta en escena teatral. Lo que que la calificaran como una mala actriz, fue, al entender de H, lo que peor le sentó. Sea como fuere, el caso es que las palabras últimas de la alcaldesa le habían atravesado a H la muralla de prejuicios con que se protegía y le habían alcanzado el alma. Vale decir que, en el camino, también le habían tocado el tuétano del bolsillo. Desde el primer momento sabia que la paga semanal que le daba su hijo desde el dia que cumplió doce años, contribuía de manera indirecta al cambio climático y, por tanto, al deterioro de la ciudad, que ahora su alcaldesa pretendía poner al día, siempre y cuando sus palabras no hayan sido parte de un simulacro mas. La preocupación sobre si estaba actuando bien moralmente con el planeta, al dar la paga semanal a su hijo, le había surgido a H, además de por las palabras de la alcaldesa, por las de un articulo de un periodista holandés que titulado, Adecuaciones, hace un análisis pormenorizado sobre el futuro de la Unión Europea, que en definitiva es el mismo y el único territorio seguro y habitable que el futuro de su hijo, a partir de la política de destrucción de los excedentes comunitarios. Semejante política, según el articulista Jenkin Aarden, adecuará en los años venideros la oferta y la demanda de una manera exacta. Si se trata de tomates, por ejemplo, esta política produce al principio desajustes sociales como el paro o la merma del poder adquisitivo, pero la adecuación entre los tomates que se siembran y las ensaladas que se preparan en cada hogar acabará siendo perfecta. Sin embargo, el articulo de Aarden no se hace eco de las adecuaciones emocionales que el exceso de realidad produce en organismos todavía incompletos como son los de los niños. Teniendo en cuenta que para los niños toda la realidad es fantasía, y al revés, se la comen toda tal y como se la sirven en las diferentes pantallas. Y a ello ha contribuido, a su entender, la institucionalización de la paga infantil, adolescente y juvenil dentro de los presupuestos familiares de las nuevas clases medias emergentes a cuenta del éxito y prestigio de la era digital. Lo que no dicen, ni la alcaldesa ni el articulista holandés, es que esa paga esta contribuyendo de forma mas notoria, pongamos, que los carburantes fósiles o los excedentes alimentarios al cambio climático del planeta. Pues si contra estos últimos van apareciendo antídotos en forma de reordenación de la ciudad o la adecuación de la oferta y la demanda, contra la creencia de que toda fantasía es lo mismo que la realidad, aun no se ha inventado nada. O dicho de otra manera, como me lo puedo comprar me es necesario, por tanto me lo merezco, por tanto es real. A la semana del discurso de la alcaldesa quedó con su hijo en un Burger King con la intención de decir que le quitaba la paga semanal hasta nueva orden. Lo primero que pensó fue acudir a su psicoanalista, antes de quedar con su hijo, para preguntarle si había maneras de adecuación entre la demanda de esperanza y la oferta de frustraciones que proporciona cada día la experiencia con la realidad. Su hijo necesitaba un plan de choque, le dijo su psicoanalista, que adecuara la desesperación que se le echaba encima al no tener un euro en el bolsillo con la impiedad de una realidad, convertida ya en publicidad fantástica toda, que seguiría postulándose ante él como la auténtica realidad. Con ese plan el que con toda seguridad iba a quedar dañado era el derecho a la información del menor, pero alguien se tienes que hacer cargo de toda esa realidad que, sin darse cuenta, no le cabe dentro. Después del terrible diagnostico de su psicoanalista, H estuvo a punto de pedir cita para una nueva sesión de terapia, pues le quedaba claro que después de la última le quedaban restos dentro sin encontrar su adecuado lugar. Espero a tomar la decisión después de tener la conversación con su hijo, a sabiendas de que no esperaba de él nada relevante que no fuera el silencio rencoroso con que habitualmente le respondía a cualquier enmienda mediante la que, en los últimos meses, había tratado de adecuar sin éxito su conducta.