jueves, 9 de enero de 2020

PÁJAROS

Cansada de escuchar a los pájaros, que no dejaban de piar aupados a los árboles que rodeaban el chalet que había remozado en una urbanización cercana al primer pantano que se inauguró en la región, decidió que había llegado el momento de escuchar a los demás de su misma especie. Ciertamente, pensó, en comparación con los grandes proyectos profesionales y de otro tipo que había emprendido en la vida, aprender a escuchar con atención comprometida lo que dicen y escriben otros cualesquiera y distintos (no otra cosa era leer, le habían dicho unos amigos) era una actividad menor, de la que se puede prescindir. De hecho es lo que ella había hecho hasta ahora, al igual que la mayoría del personal contribuyente y alfabetizado que le rodeaba. Después de unos estrepitosos fracasos en un par de proyectos profesionales en los que había puesto especial énfasis, creyó que lo mejor para su futuro inmediato era rodearse por los ritmos previsibles de la naturaleza. Oírselo decir a sí misma, una y otra vez, le pareció de una tal falta de sustancia, que se decidió a dar el paso aunque nada más fuera para no volver a escucharse. Lo primero que hizo fue remodelar la antigua casa familiar que había heredado y se fue a vivir al campo. Como es habitual en estos casos, mientras se llevaban a cabo las obras pensó en la decoración interior de la casa y, como no, en qué animales de compañía eran los que mejor sintonizaban con aquella. También esta cantinela le sonaba ya oída, pero no tenía otra. Por ver si se le ocurría algo, empezó a escuchar el piar de los pájaros que rodeaban la casa donde pensaba fijar su residencia. Al principio le hizo gracia pero, poco a poco, influida tal vez por la película de Hitchcock, empezó a sentir una inquietud creciente, aunque lo peor de todo era que no sabia por qué. Bien mirado, el griterío de aquellos pequeños seres no era muy diferente respecto al que emitían sus semejantes en la ciudad de la que había huido. Al final llegó a la conclusión de que era una cuestión de grado no de naturaleza de las especies. Pues quienes compartieron con él los dos proyectos fallidos acabaron piando sin parar a su alrededor, hasta hacerle insoportable su presencia. Así fue como entendió mejor la propuesta fílmica de Hitchcock, al ver en la conducta no prevista de los pájaros, la impertinencia y el temor que nos produce todo aquello que se cuela sin permiso en las estancias de nuestra fortaleza inexpugnable. Lo cual puso luz, también, en las sombras dolientes de sus fracasos profesionales, al darse cuenta de si uno puede ir a algún sitio inteligible o con sentido (más allá del propio del aspecto egótico y contable del asunto, que no ponía en duda) con esos proyecto grandes en que nos solemos meter los humanos, si no se hace la Itv interior, digámoslo así, con el proyecto pequeño de escuchar a los otros. Si uno no logra hacer que convivan de forma armónica y dialogante en su fuero interno el proyecto grande y visible y el más pequeño e invisible de escuchar con atención comprometida a los que son radicalmente otros y distintos. La sensación de acoso y derribo del piar de los pájaros le duró todavía un par de meses después de haberse instalado en el chalet remozado. Un día, que cayó una granizada enorme, se acordó de algo que le sucedía cuando era niña, lo cual le hizo pensar por primera vez que la decisión de mudarse al campo había sido acertada. En aquellos primeros años, siempre que le subía la fiebre o caía el granizo a lo grande, lo vivía como unos acontecimientos singulares en los que, mientras duraban, dejaba de ser él. Al día siguiente de la granizada dejó la ventana del dormitorio abierta por ver qué pasaba.