Así como en la sociedad occidental de la abundancia (poder elegirlo todo) la mendicidad material afecta solo a una parte de la población, el raquitismo espiritual (o del alma) afecta a todos. Sea por ello que, mientras leamos o miremos el mundo sentados sobre los frutos del bienestar de nuestro dinero (contándonos siempre una única historia), sólo veremos en los otros lo que no nos afecta directamente a nuestro cuerpo (astucia de la razón contable), que queda así a salvo de semejante amenaza: la negritud, la esclavitud, la pobreza literal de no tener nada para comer, la pobreza virtual de no poder elegirlo todo, etc. Pienso que todo ello es una consecuencia inevitable de la incapacidad que tienen, quienes así viven aposentados, de hablar de sus sentimientos o de hablar de su mundo interior o de su alma. Fíjate en la capacidad, que si hemos desarrollado como especie, de imaginar mundos materiales perfectos, donde, una vez que instalemos nuestras posaderas y todo lo demás allí, podremos disfrutar no solo de los goces del cuerpo sino sobre todo del alma: libertad, igualdad, fraternidad. De nuevo la astucia de la razón contable (tres por uno), consigue hacer trasparente (sin sombra alguna que lo nuble) lo que de suyo se presenta siempre obscuro y con voluntad de desaparecer. Para hablar de los sentimientos de cada uno no hacen falta cualidades intelectuales especiales, ni ir a la universidad, simplemente es preciso tener conciencia de que nos sobran esos defectos humanos demasiado humanos como son la pereza y la arrogancia, que, mira por donde, son atributos del alma. Por seguir con lo de la pobreza, nuestra imaginación nos da para crear lugares donde no exista, una vez eliminados los causantes de semejante humillación, pero nuestra habilidad imaginativa decrece, casi hasta desaparecer, cuando tenemos que convivir con ella, mientras llega el esperado día de gloria en el lugar de marras. Y es que, como dijo Hölderlin, imaginamos como dioses pero pensamos como pordioseros. De otra manera, no nos gusta que lo propio de nuestra condición humana se entrometa en nuestros sueños. Lo que quiero decir es que soñamos con un mundo sin pobreza, porque no podemos imaginar que la pobreza no puede desaparecer. ¿Que es lo más auténtico en nosotros, soñar y anhelar la perfección o imaginar como tratar de dialogar con la imperfección? La idea que todos pertenecemos al mismo planeta y por ello nos conviene a todos cuidarlo se entiende de inmediato, es casi como una noticia meteorológica. Ahora bien, pensar que con ese cuidado universal no nos hacemos cargo, al mismo tiempo ni en el mismo lugar, de que sitio ocupa cada cual en este hermoso planeta, nos amarga nuestros deleite imaginativo. Cuidar el planeta y saber qué sitio se ocupa en él son actividades que no se piensan ni suceden en el mismo sitio, ni del planeta ni de uno mismo. ¿Qué es lo primero que vale la pena reconocer ante esta disyuntiva?, que uno no tiene ni idea del sitio que ocupa en el mundo y de qué parte del planeta está dentro de uno. Y si ignora todo esto, ignora de que planeta está hablando. Otra vez, son actividades que se piensan y suceden en lugares diferentes, aunque uno sepa la dirección postal de su domicilio y el número de su DNI. Hace tiempo que decidí no dar limosna a los pobres ni propia a los camareros. Me parece una indignidad por mi parte hacia ellos. Sin embargo, no descanso en tratar de construir un espacio de diálogo donde la almas puedan construirse. Pues cuando no aireas el alma se nos va pudriendo, se va llenando de inquinas y resentimientos, de odio y desdén, y de todos los otros defectos que en demasía siguen habitando nuestra intimidad.