miércoles, 15 de enero de 2020

MIEDO Y NEGRITUD

Cuando leyó en un estudio de la facultad de antropología donde estudiaba, que el miedo en las sociedades contemporáneas es prácticamente el mismo que el que había en la Edad Media, B quedo gratamente sorprendida. Ella siempre había pensado que su miedo era suyo y nada mas que suyo, como todos los sentimientos que le bullían dentro. A propósito de las palabras de la doctora que firmaba el estudio, una tal Hellen Witehead de la universidad de Heildeberg, le vino a la memoria el miedo que pasó hace unos años un día que entró decidida en el vagón del metro y se dio cuenta de que todos los viajeros tenían la piel como la leche. B tiene la piel tostadita, como a ella le gusta decir cuando se encuentra entre sus amigos, que valga decir los había de todos los colores. La blancura total del vagón de metro la intimidó de inmediato, lo que hizo que se pusiera la mochila delante y se palpara el pantalón para detectar que el móvil seguía a su lado. Lo primero que pensó fue si se había metido, no por voluntad propia sino inducida por la lógica del rodaje, en un anuncio publicitario de algún detergente de última generación, que aplicara la técnica de la cámara invisible para hacerlo más real. Miró a su alrededor y no detectó ningún dispositivo que la estuviera vigilando. El resto de pasajeros parecían estar cada cual a lo suyo, aunque creyó detectar que uno de ellos, el que tenia peor pinta tal y como iba vestido, se fijaba en ella de reojo. Trató de sacarse el móvil del bolsillo para llamar a su novio pero no pudo, el móvil estaba pegado al pantalón como una lapa. Cuando iba aceptando que era una mancha de suciedad en un vagón de metro impoluto, a la espera de que llegara la próxima parada donde esperaba recuperar la normalidad, se le acercó el tipo de peor pinta y le pidió la documentación. Se la dio como pudo, rebuscando entre sus cosas en la mochila, y en cuanto el vagón se paró lo abandonó lanzándose con furia al andén, a lo que el agente, una vez comprobado los datos, no mostró ninguna oposición. En el andén no había nadie, aunque los colores de las paredes eran los de todos los días. La profesora Witehead decía, en el apartado de conclusiones de su estudio, que el miedo, hoy como en la Edad Media, es un bien escaso, lo que falla, hoy como ayer, es su distribución. Con ello pretendía salir al paso de quienes ligan el miedo con las condiciones económicas de quien lo padece, es decir, con la seguridad que aquellas incorporan a la vida humana. Nada mas falso, subrayaba Witehead. La prueba de lo que sostenía, continuaba la profesora de Heldeberg, es que las sociedades modernas son mas igualitarias económicamente pero mantienen tasas de miedo similares a la de Edad Media. A B las palabras del estudio que había leído le produjo un sosiego repentino al no vincular de una forma tan determinante su miedo con el color de su piel. Aunque lo que no ha conseguido es sacarse el miedo de dentro. Lo que si ha hecho ha sido cambiar de novio. Al que no pudo llamar desde el vagón de metro era de piel blanca, de parecida pinta al que le pidió la documentación. B sale ahora con un chico de Senegal, negro como el carbón, cuya filosofía de la negritud en un mundo de blancos aplica de forma sui generis la teoría de la distribución del miedo de la profesora Witehead. Lo que su novio hace es rodearse de una absoluta indiferencia respecto a lo que le puedan decir a cuenta del color de su piel. Esta férrea indiferencia le hacía creer que sigue en su país de origen, es decir, invisible en el país donde ha recalado y trabaja. Sin tener sentido de la culpa por el lugar que ocupó al nacer en la Geografía y en la Historia, sólo pendiente de las cosas de cada día, antes de que aquellas se apoderen de estas. Ahora que han pasado los días, B ve aquel lio del metro con los ojos de su novio de Senegal y lo analiza con las palabras de la profesora Weiteahead. Así que convengamos que el miedo, la culpa y la riqueza están ahí afuera, pero están muy mal repartidos ya que lo que tenemos dentro es la duda, que no nos deja vivir tranquilos ni averiguar cual es nuestro sitio entre aquellos. En la Edad Media porque Dios existiendo no comparecía nunca, en la Época Contemporánea porque habiéndose ido dios para siempre, echamos en falta su función más que entonces.